El próximo 23 de mayo las campanas, silenciadas el 24 de marzo de 1980 por el sonido de los disparos que acabaron con la vida de monseñor Óscar Arnulfo Romero, repicarán en todas las iglesias de El Salvador, acompañando con júbilo a un pueblo que verá recompensada la espera paciente de más de 35 años. Monseñor Romero será beatificado en olor de multitudes, aclamado por aquéllos a quienes defendió hasta la muerte y por muchos de quienes, durante muchos años, no fueron capaces de ver el sufrimiento de un pueblo oprimido.
Nos hacemos eco de los testimonios que hemos recibido desde El Salvador. Nuestros socios locales, que conocieron bien a Monseñor, nos han querido hacer partícipes de su alegría.
Terminamos nuestro especial sobre la beatificación de #MonseñorRomero con un testimonio muy significativo, el Marisa de Martinez, mujer valiente donde las haya; profundamente religiosa y enamorada de un pueblo que aún hoy, más de 20 años despues del final de la guerra, sigue sufriendo la desigualdad y la injusticia.
"Este pueblo de gente humilde, los pobres, las comunidades cristianas de base, las religiosas y religiosos que acompañan procesos en pueblos y cantones campesinos, los eternos desempleados que llenan las calles de nuestras ciudades con sus ventas informales, los jóvenes que no encuentran espacios para desarrollar sus potencialidades, los que viven en los márgenes sin expectativas de desarrollo, los que corren los riesgos de cruzar la frontera, conforman ese pueblo agradecido con Monseñor porque reconocen en él al pastor que supo ubicarse en su realidad y desde esa realidad habló en su nombre con autoridad". (...)
Un mes antes de su asesinato, Monseñor nos hacía esta asombrosa reflexión: “Se gloría nuestra Iglesia de haber mezclado su sangre de sacerdotes, de catequistas y de comunidades, con las masacres del pueblo y haber llevado siempre la marca de la persecución. Precisamente porque estorba, se quiere la calumnia y no se quisiera escuchar en ella la voz que reclama contra la injusticia”
"Ahora la verdad sobre Monseñor se ha impuesto dentro y fuera de la Iglesia y su voz profética sonará en los corazones de quienes quieran hacer suyo este espíritu romeriano y acompañarlo en la apasionante tarea de extender el Reino de Dios por el mundo. Por eso ¡estamos alegres! y nos preparamos con gozo y distintas actividades a ese momento solemne en que será puesto en alto su nombre y su ejemplo de vida irreprochable ante Dios".
Monseñor en soledad
Berta Aguirre era ya madre de tres hijos cuando tuvo que abandonar El Salvador tras el asesinato de monseñor Romero, y no regresó definitivamante hasta 1996.
En su testimonio, nos cuenta cómo conoció a Monseñor y cómo se fraguó una amistad que duraría ya hasta la muerte del religioso.
"Desde mi práctica de católica, pedí una entrevista con él para pedirle un consejo personal ante una decisión trascendental que necesitaba tomar. Él sin ningún protocolo accedió a recibirme, me escuchó con atención y con su sabiduría me iluminó y pude tomar la mejor decisión en ese momento". (...)
"Una tarde como a las 5:30 pm, fui a buscarlo para denunciar un secuestro de alguien, un hombre que había desaparecido y que era familiar de alguien que yo conocía. Llegué y lo encontré muy pensativo, lo sentí triste. Le pregunté qué le pasaba y me dijo que se sentía muy solo, que no sabía si lo que estaba haciendo estaba bien y que eso lo angustiaba. Yo le dije que lo que estaba haciendo estaba bien, que la gente a pesar de su miedo lo quería y que confiaba plenamente en él y que solo daba por ciertas las cosas cuando él las decía o denunciaba en sus homilías. Fui más allá y le dije que él no debía estar triste porque aquí era la persona más querida y creíble, que él no debía vacilar, que lo que hacía era lo que tenía que hacer y que debía seguir denunciando y diciendo lo que aquí estaba pasando. Él me sonrió y me dio las gracias; me dijo que yo no sabía cuánto lo habían alegrado o reconfortado mis palabras, que estas eran como un bálsamo para sus angustias en ese triste momento en que él se sentía tan solo, abandonado e incomprendido... Esa fue la última vez que lo vi".
Manuel de Jesús Morán Hidalgo, directos de Cártas de El Salvador (Diócesis de Santa Ana), que lleva toda una vida trabajando con los compesinos, con los más pobres, celebra ahora con ellos la llegada de una acontecimoento que se ha hecho esperar 35 años.
"Mientras los ingenieros se dedican a las estructuras físicas, el pueblo, los de a pie, se organizan en sus caseríos, valles y pueblitos para estar en la GRAN FIESTA, donde sus pastor será reconocido por fin… Las comunidades están preparando caravanas, comida comunitaria, tortillas de maíz, olladas de frijoles, queso duro, huevos cocidos, pupusas, tamales y atol chuco… La gente se va en caravana un día antes, algunas de nuestras comunidades se irán dos días antes, con toda la familia. La delincuencia aquí no será una amenaza, reina un ambiente de AMOR, ALEGRIA, ENTUSIASMO Y ESPERANZA, de que nuestro pastor una a este pueblo que sufre con tanta inseguridad, estamos unidos todos en el espíritu".
Ana Isabel López de Guevara, presidenta del Movimiento Salvadoreño de Mujeres no tardó en responder a nuestra petición y nos envió un sentido testimonio de respeto y reconocimiento.
"Quiero expresar la la inmensa alegría que me causa saber que el martirio que vivió Monseñor Romero ha sido reconocido por El Vaticano. Para mí, este es un símbolo de reconocimiento al atropello, irrespeto, persecución y violación a los derechos humanos de miles y miles mujeres, hombres y el pueblo Salvadoreño en general, expresado cobarde y salvajemente en el asesinato martirial de nuestro pastor y mártir (...)
Ahora más que nunca revivimos aquellas palabras proféticas de Monseñor Romero. Cuando unos días antes de morir sintiéndose profundamente amenazado expreso: SI ME MATAN RESUCITARE EN EL PUEBLO SALVADOREÑO.
Nuestro compañero, Waldo Fernández, durante muchos años coordinador de proyectos que apoya Manos Unidas en Centroamérica, ha querido sumarse a este homenaje a monseñor Romero.
He tenido la suerte de visitar y dejarme emocionar varias veces en la capilla donde fue asesinado, y en su casa, y en su habitación (muy parecida a la celda de un cartujo), y en su tumba en la cripta dela Catedral. He visto las silenciosas lágrimas de la gente humilde que deja en esa tumba una vela y flores sencillas con olor a tierra, mientras recuerdan, en él, a sus familiares también asesinados por la barbarie…
“¡Han matado a Monseñor, han matado a Monseñor…!”. La noticia era gritada por las calles y los caminos de Centroamérica, en los barrios y las aldeas, en las radios y las televisoras, en las tiendas y las gasolineras... Nadie especificaba y nadie preguntaba más, porque, para entonces, “Monseñor” sólo había uno. Tampoco nadie preguntaba quién fue, ni por qué…(...)
Hacía tres años que había sido nombrado arzobispo de San Salvador. El país vivía una enorme tensión social, que iba a desembocar en un conflicto armado. Un gobierno militar plagado de asesinos, apoyados por la gran oligarquía y la administración estadounidense, se empeñaba en desoír las justas demandas de la gente, y eliminaba a los disidentes, fueran éstos dirigentes populares, políticos de oposición, sindicalistas, catequistas…; todo ello, para garantizar un statu quo caracterizado por la extrema riqueza, la extrema pobreza y la más brutal represión (...).
Monseñor defensor de los Pobres y de la Paz
Recientemente, en Manos Unidas celebramos la noticia de que, más de tres décadas después de su asesinato “in odium fidei”, el papa Francisco haya proclamado mártir de la Iglesia a monseñor Romero, arzobispo de San Salvador. Hoy Manos Unidas se une a la alegría de toda la Iglesia y, en particular a la Iglesia Salvadoreña, por el don de la beatificación de Monseñor Romero; un regalo que es también para la toda la sociedad humana que ve en él un defensor de los pobres y de la paz. Se reconoce, de este modo, el martirio que, por odio a la fe, sufrió Monseñor Romero.
En la figura de Mons. Romero reconocemos la predilección especial por los pobres, que identifica a nuestra identidad y misión, porque puso a los últimos en el centro de las preocupaciones pastorales de la Iglesia y, por tanto, también de todos los cristianos. Romero, a pesar de las acusaciones, no era un hombre de partido, sino un pastor que quería el bien común de todos, empezando por los más pobres”. (Ver el texto completo en el documento adjunto).