Lo que desencadena la verdadera solidaridad es sentir al prójimo, aunque esté lejos o sea desconocido, como un hermano que me necesita. La necesidad del otro me hace bueno porque me urge a ayudar. Sólo la fraternidad me obliga a compartir.
Por eso lo importante no es urgir a colaborar, sino hacernos caer en la cuenta de los lazos de humanidad que nos unen. Si sientes al otro, sea quien sea, como tuyo, la ayuda te saldrá con naturalidad.