Querid@s amig@s:
El seguimiento no es fácil, porque Jesús pide radicalidad; en ese seguimiento estamos todos involucrados: no sólo los doce, sino también todos (tú, yo, él...los pobres y los ricos)
El anuncio del reino se hace actuando como el buen samaritano de la parábola, haciéndonos próximos a los que están tirados al borde del camino de la vida y necesitan una mano compasiva que se acerque y les ayude a ponerse de nuevo en pie y recuperar la dignidad;
Jesús nos da una enseñanza sobre cómo ha de ser la relación del discípulo con los bienes materiales. Este es un tema que les acucia a ustedes, los que viven en el primer mundo consumista y materialista, que muchas veces solo busca los bienes de aquí abajo, perdiendo de este modo el norte y el sentido. Pero el problema no se encuentra en el mundo que nos rodea, sino dentro de cada uno de nosotros. En nuestro interior habita un potencial codicioso y avariento, un idólatra que pone su confianza en las riquezas. Nuestra sociedad nos incita constantemente a consumir, a comprar, a gastar más, haciéndonos creer que así vamos a ser más felices. Pero la experiencia nos dice que no es así. A Jesús se le presenta uno que tiene problemas con el hermano a causa de la herencia. Esto nos suena, ¿verdad? ¡Cuántas familias rotas conocemos que tienen la raíz de sus problemas en la partición de una herencia! El egoísmo, la codicia, la avaricia terminan por cegar los ojos del corazón y perder de vista lo que realmente es necesario. Jesús, a raíz de esa petición, nos hace una advertencia a todos, pero especialmente a sus discípulos: "Mirad: guardaos de toda clase de codicia... Pues la vida de uno no depende de sus bienes". Ciertamente, la vida, la felicidad no depende de los bienes. Es más, frente a lo que creen muchos que afirman: "El dinero no da la felicidad, pero ayuda", la experiencia nos dice que muchas veces la realidad contradice esta afirmación. Muchas personas que tenían lo necesario para vivir holgadamente, que tenían de sobra, que mantenían una relación muy buena con sus hermanos, y que por un poco de dinero, por una posesión más, de esas que no pueden nunca salvarte la vida, rompen esa relación que les hacía felices, esa fraternidad que habían aprendido en su casa y que cuando no disponían de bienes era la mayor de sus riquezas, lo que más sentido daba a sus vidas.
Jesús cuenta para describir la verdad de esta acción una parábola donde un señor muere el mismo día en que había puesto todo su corazón en sus propiedades, en sus riquezas recién adquiridas. Todo es vanidad de vanidades. También acumular bienes de modo codicioso, amasando riquezas para sí mismo. Gastar la vida en acumular riquezas que no van a añadir un día a tu vida, ni que van a traerte salvación, no deja de ser vanidad de vanidades. Trabajar mucho sacrificando tiempo con la familia, romper una amistad o una relación de hermanos por un poco de herencia, no deja de ser idolatría: el dios dinero exige grandes sacrificios para luego no dar nada que valga realmente la pena a cambio.
En cambio, es rico ante Dios el que usa los bienes no como fines que conseguir y acumular, sino como medios con los que llevar una vida digna y ayudar a quienes alrededor no la tienen. Acumula riquezas ante Dios el que aspira a los bienes de arriba, el que aspira al proyecto de Dios, vivir la fraternidad. Y para ello todos los bienes no dejan de ser medios que ayudan.
Que adquiramos un corazón sensato, que no seamos necios como el hombre de la parábola, y que sepamos darle importancia a lo que realmente lo tiene. Que la misericordia de Dios, su amor manifestado en Jesús, colme y sacie cada uno de nuestros días. El Señor es nuestra única y verdadera riqueza, la que nos llena de alegría y júbilo, el único que añadirá a nuestra vida no un día, sino toda una eternidad.
Un abrazo en Cristo Jesús.
Juan Antonio Montes Paniagua
Presidente delegado de Manos Unidas
Diócesis de Getafe