Vivamos de tal forma que cuando el mundo nos vea, esté viendo a Cristo.
Cada vez que comulgamos la Eucaristía nos debe llevar a ayudar a los pobres, a los necesitados, a servir a nuestros hermanos.
Existe una alarmante desigualdad entre personas y países. Un empobrecimiento generalizado en África, Asia y América del Sur, donde sufren las mayores precariedades los sistemas de salud, educación y acceso al agua, crecimiento de la conflictividad y la violencia social que en algunos casos ha desembocado en guerras, y como consecuencia de todo ello, un aumento del hambre en el mundo. Realidad dolorosa y vergonzosa de nuestro mundo.
“La riqueza mundial crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades. En los países ricos, nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas” Benedicto XVI
Mientras mil doscientos millones de personas viven con un dólar diario, cada vaca europea disfruta de un subsidio diario de dos dólares. ¿?
Se necesita una conversión personal: cambiar nuestra mirada sobre la pobreza, nuestro pensamiento y nuestros estilos de vida. Estamos asistiendo a la globalización de la indiferencia. Estamos bien informados, pero no sentimos nada por el otro, por el pobre. No nos llega al corazón. Epulón y Lázaro (Lc 16,19-31)
Recordemos las palabras de Jesús “Dadles vosotros de comer”
Imitación de Jesucristo que se compadecía con amor misericordioso ante toda la miseria humana, especialmente ante quien no tenía que comer. (Mc 8,2)
Hablamos mucho de derechos humanos y poco de nuestros deberes humanos.
Debemos dar a conocer y denunciar la existencia del hambre y el subdesarrollo, sus causas y sus posibles soluciones, a través de acciones de Educación para el Desarrollo y reunir los medios económicos para financiar los programas, planes y proyectos de desarrollo integral para los más necesitados.
La enfermedad más letal que padece hoy la humanidad sigue siendo la indiferencia, porque insensibiliza nuestra alma, paraliza nuestro corazón, embota nuestra mente y nos deshumaniza.
Esta es una de las grandezas de Manos Unidas, que no pide nada para sí, ni para los de casa, sino para la sostenibilidad de las comunidades más pobres del mundo de las que nadie se preocuparía. Nuestras carencias son coyunturales mientras que las de los países pobres son estructurales.
Manos Unidas siempre se ha caracterizado por ir con las “luces largas” mirando más lejos y más profundo, enfocando las necesidades humanas más desgarradoras, donde nadie mira. Hacer visibles a los invisibles, a los descartados.
Todos estamos llamados a seguir trabajando por los más pobres de aquí y de cualquier rincón del mundo. Con nuestro tiempo (hacerse voluntario) y con nuestros bienes (hacerse socio, donativos, herencias, etc.) lograremos un mundo mejor para todos.
Pidamos al Señor que nos ayude a hacerlo posible. ¡¡¡Feliz año nuevo!!!
Juan Antonio Montes Paniagua
Presidente delegado de Manos Unidas
Diócesis de Getafe