Las impresionantes fotos tomadas por Andy Spyra en la iglesia de Santa Teresa de Yola (Nigeria), han sido detonante del reportaje sobre las mujeres que han huido del terror de Boko Haram, que publica la revista Interviú. Su autora, Ana de Blas, contactó con el padre Blaise Agwon, socio local de Manos Unidas en el castigado país africano, para recabar información sobre este asunto.
Las mujeres acogidas por la iglesia de Santa Teresa en Yola (Nigeria) han conseguido escapar del terror yihadista, pero no del miedo ni de la necesidad extrema de los millones de desplazados en el país más poblado de África. Algunas de las secuestradas que han sobrevivido a Boko Haram apenas han cumplido 13 años. Otras, aún más pequeñas, han sido enviadas como niñas-bomba a morir matando.
• Ana de Blas • Fotos: Andy Spyra / Laif / Cordon Press
Racheal Bitrus, tres días. Mary John, dos semanas. Elizabeth Markus, dos meses. Faith Joseph, dos meses. En la iglesia católica de Santa Teresa, en Yola (capital del estado de Adamawa, al noreste de Nigeria), puede verse un cuaderno manuscrito con los nombres de cientos de refugiadas en su campamento, un lugar donde ahuyentar el miedo a volver a sus hogares, si es que queda algún rastro de ellos. Tras cada renglón de esa precaria libreta hay una vida humana marcada por el sufrimiento, como el que asoma en los rostros de las mujeres y niñas que han conseguido escapar del grupo yihadista conocido como Boko Haram y que desde 2009 castiga con el terror al país más poblado de África, con 170 millones de habitantes.
Las secuestradas por Boko Haram son vendidas u obligadas a casarse con sus propios raptores, a convertirse al islam si son cristianas (un 40 por ciento de las nigerianas los son), bajo amenaza de muerte si no lo hacen. Deben soportar junto a su cautiverio el maltrato físico, los trabajos forzados, la violación. Muchas quedan embarazadas de sus torturadores. Además de esta yihad sexual, llegado el caso, se fuerza a algunas de las más pequeñas, entre la captación y la amenaza, a inmolarse como niñas-bomba a las que envían cargadas de explosivos para estallar en un mercado, una mezquita o un centro de desplazados.
Para unos terroristas en retroceso –actualmente, el grupo yihadista está, según el presidente Muhammadu Buhari, casi derrotado y se ha liberado a centenares de personas–, la extrema violencia contra las mujeres responde a una “estrategia de guerra”, como explica a Interviú desde Nigeria el sacerdote Blaise Agwom, socio local de Manos Unidas. Con el secuestro de mujeres en masa, Boko Haram cumple un triple objetivo: emula al Estado Islámico en Irak y Siria –con el que han declarado su afiliación– al enviar a algunas de ellas en misión suicida, mientras obtiene un medio de engrosar sus filas y atemorizar y humillar a la población, con lo que espera lograr su sumisión. Hay, además, una venganza en estas acciones, desde la captura en 2012 por parte de las fuerzas gubernamentales de las propias esposas e hijos de varios terroristas (incluida la esposa del líder, Abubakar Shekau), sin que, según el padre Agwom, hubiera evidencia de la participación de aquellas mujeres en el conflicto.
Naciones Unidas estima que desde 2014 Boko Haram ha empleado a 100 mujeres y niñas en ataques suicidas. Así ocurrió en la matanza del 9 de febrero de este año en el campo de desplazados de Dikwa, en el estado de Borno, ejecutada por chicas que habían sido secuestradas. Dejaron más de sesenta muertos. Fueron tres las jóvenes enviadas con explosivos, aunque solo dos activaron su carga letal. La tercera no lo hizo, a pesar del pánico. Según la BBC –que cita a las autoridades locales–, la muchacha decidió no detonar su chaleco porque se dio cuenta de que sus padres y hermanos estaban en el campamento. Un mes después, el 16 de marzo, ha vuelto a ocurrir: dos mujeres atentaron contra una mezquita a las afueras de Maiduguri (capital de Borno) causando una veintena de muertes.
El noreste de Nigeria está lleno de personas desplazadas y muchas de ellas proceden de pueblos que han sido prácticamente destruidos: ni siquiera tienen dónde volver. Según Acnur (la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados), 2,2 millones de nigerianos son desplazados internos y casi 180.000 han huido a países vecinos –Níger, Chad, Camerún–. La mayoría vive con familias de acogida o en los llamados campos informales, en condiciones deplorables. Muchos duermen en los campos vacíos, en iglesias abandonadas y en escuelas. Solo en Borno, uno de los tres estados más devastados del país (junto con Adamawa y Yobe), hay 17 campos oficiales y 13 informales contabilizados por Acnur.
El nombre más conocido de esta organización terrorista, Boko Haram, en lengua hausa significa “la educación occidental está prohibida”. Se opone a la educación laica, las instituciones democráticas, la ropa occidental. Asesina a cristianos y musulmanes y ha convertido iglesias y escuelas en lugares peligrosos. Desde 2009, bajo el mando de Shekau, la organización redobló su acción sanguinaria y llegó a proclamar un califato islámico en su territorio. El mayor impacto propagandístico de una guerra que ha causado ya más de 20.000 víctimas mortales en atentados llegó con el secuestro de 276 niñas de la escuela secundaria de la localidad de Chibok, el 14 de abril de 2014, con la intención de venderlas y casarlas. Los terroristas se llevaron en camiones a las estudiantes. Algunas de ellas lograron escapar cuando eran conducidas a los campamentos yihadistas en su feudo del Bosque Sambisa. La noticia de este secuestro masivo provocó la reacción de apoyo de potencias como Francia, Reino Unido y los Estados Unidos (incluso la esposa del presidente Obama, Michelle, se unió a la campaña Bring Back Our Girls). Pero la mayoría de ellas, unas doscientas jóvenes, no han sido halladas todavía. Según Amnistía Internacional, unas dos mil mujeres y niñas han sido raptadas por Boko Haram.
Mujeres y niñas secuestradas, como lo fueron Agnes, Rabi, Batula, Mary o Clara, cuyos rostros y testimonios fueron recogidos por el fotógrafo Andy Spyra en Yola en julio de 2015, así como las imágenes del centro pastoral que en esa fecha acogía a unas 250 personas. En los peores momentos de los ataques, solo esta iglesia tuvo que alojar a 3.000 personas. El padre Agwom colabora con los grupos de apoyo a los desplazados y está en contacto con los religiosos que atienden a las mujeres en este lugar. “Fue descorazonador –explica– cómo la semana pasada una de estas víctimas enloqueció completamente debido al trauma de haber sido obligada a ver a su marido sacrificado”. Este religioso insiste en que, más allá de la urgencia de la atención inmediata –alimentos, jabón, enseres, ropa– a las desplazadas, en Nigeria queda por delante la tarea de paliar las terribles consecuencias del pánico que han vivido y la pérdida de todos sus medios de vida. El terror de Boko Haram no cesa y continuará por mucho tiempo poblando las pesadillas de las niñas en África.