En 18 países, los esposos pueden impedir que sus esposas trabajen.
En 39 países, hijas e hijos no tienen los mismos derechos de herencia.*
En muchos de nuestros proyectos, a lo largo de los años nos damos cuenta de que la mujer es el epicentro del cambio. Ellas, que no tienen una vida fácil en sus diferentes situaciones, son las que generan la diferencia. Por eso, queremos fomentar el empoderamiento de las mujeres, para que estas sean verdaderas agentes de cambio en sus lugares de origen y en sus casas, de forma que recuperen su dignidad y derechos y sean reconocidas por su valor.
Mercedes Hullalpa, viuda y madre de una niña pequeña, es minera en los yacimientos de Japo. Es un entorno muy hostil para la mujer, en el que Manos Unidas impulsa proyectos para generar alternativas lideradas por mujeres de esas zonas mineras.
" Debido a un accidente en el interior de la mina, quedé viuda a finales del año 2010. Mi hijita Noelia Rubi, quien es mi tesoro, tenía entonces pocos meses de vida. Desde entonces, trabajo junto a tres compañeras en los desmontes de la cooperativa, de la que soy socia. Cada mañana con las herramientas de trabajo (combo y cincel) y mi hijita en la espalda, salgo con la esperanza de hacer buena “carguita”. Con mi trabajo logro reunir una o dos volquetas cada semana y por ello recibo entre 2.500 y 3.000 bolivianos cada dos o tres meses, lo que me ayuda a cubrir los gastos de mi casa.”
El objetivo de Manos Unidas es apoyar a personas como Mercedes, mujeres decididas a sacar adelante los talleres de las cooperativas y gestionar los servicios básicos de la comunidad. Ellas mismas se encargan también de trabajar por la promoción de la mujer en el sector minero, para que otras tengan mejores oportunidades que ellas.
"Me llamo Nita y soy una viuda de 35 años. Me casé hace más de veinte con un hombre al que no conocía. Al principio todo iba bien. Mi marido era amable conmigo y me respetaba. Podía decirse que, aunque separada de mi familia y viviendo entre extraños, no era infeliz. Pero mi dicha duró poco. Pronto pude comprobar que me habían casado con un alcohólico. Aparecieron los problemas en casa. Las joyas de oro que aporté como dote para mi matrimonio se convirtieron en botellas de alcohol y en noches de diversión para el hombre con el que me casaron.Mi marido era violento y mis suegros hicieron que nos mudásemos a un apartamento separado del resto de las habitaciones de la familia. No querían convivir con esa vergüenza. Tampoco hicieron demasiado por su hijo cuando los médicos le diagnosticaron el sida. Ni durante su enfermedad ni el día que murió, cinco años después de nuestra boda. Yo estaba con él, cuidándole como cada día; sus padres no.
Con veinte años me vi sola, viuda y rodeada de personas que no me querían. Me consolaba saber que, por lo menos, como viuda me correspondían, por herencia, una serie de propiedades familiares. ¡Pero qué equivocada estaba! Mis suegros, que tenían una posición económica desahogada, me despojaron de todo aquello que por ley debía ser mío. Adiós a la renta por el alquiler de habitaciones; adiós al rickshaw, adiós a la pequeña tienda que me daba el sustento. Del reparto de tierras que hizo entre sus hijos, no vi nada…
Durante años viví a oscuras en las habitaciones que compartí con mi marido porque me cortaron la luz por impagos. Mi primo hermano y mi padre fueron mi sustento.”
Gracias a uno de nuestros proyectos, Streevani (“La voz de las mujeres”), una organización que defiende los derechos de las mujeres, personas como Nita pueden sentirse un poco más integradas en una sociedad en la que la mujer es totalmente discriminada.
Mujer, viuda y cabeza de familia, Halima reunía en una sola persona todos los requisitos para formar parte de las negras estadísticas del hambre y la pobreza, en un país que, a pesar de haber experimentado un más que notable crecimiento económico en los últimos años, se mantiene todavía entre las naciones a la cola del desarrollo. Pero Halima no quiso conformarse y rompió una tradición ancestral que impide a las mujeres ser propietarias de tierras y trabajar en el campo. Hace tiempo que los hijos mayores abandonaron el hogar familiar para buscar el sustento en otros lugares, a su cargo quedan solo la menor, de doce años, y un hijo. Por ellos no dudó en hacer frente a las críticas y la incomprensión de sus vecinos y por ellos, saca fuerzas cada día para sobrevivir.
"Antes cuando yo era hija, mi madre no sabía los beneficios de poder arar por su cuenta. Ahora, mi hija sí los conoce. Sabe que estamos consiguiendo toda la producción para nosotras y también la paja para alimentar a los animales... Pero ella prefiere estudiar y no tener que trabajar en el campo."
“Me voy a casar, claro que sí, pero con un hombre que me quiere y al que yo también quiero. Y con mi amiga Silvie voy a poner un negocio de costura en la ciudad. Hace unos años, cuando empecé a asistir al taller de costura que las hermanas tienen en Kananga II, no imaginaba que yo iba a ser capaz de montar un taller por mi cuenta. Sé que en la ciudad voy a tener más oportunidades que aquí en el barrio. Y eso que, a pesar de que Kananga no está en zona de guerra, o quizá por ello, estamos en una región muy pobre.”
Anny, en Kananga, lucha junto a Silvie por tener un futuro en un entorno de patriarcado. Con su negocio de costura, ellas podrán tener independencia, ser valoradas y respetadas y poder contribuir a la economía familiar.
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