«He buscado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades», decía el recordado Nelson Mandela, resumiendo así su pensamiento y esperanza sobre África. Compartimos con el fallecido presidente de Sudáfrica la visión transversal de este continente que sufre en sus carnes la codicia de tantos que ven más las cosas que las personas. África es el continente de las 55 naciones y que con sus 1.300 millones de habitantes forma un territorio con una riqueza cultural, religiosa y humana difícil de describir en pocas palabras. África es, sin lugar a dudas, un continente rico que posee prácticamente todos los recursos naturales para que su población pueda abastecerse, vivir, disfrutar y progresar. Acontecimientos como el reciente tifón Idai, que ha asolado amplias zonas de Mozambique, Zimbabue y Malaui, o los inesperados ataques terroristas a manos de grupos violentos como Boko Haram o Al-Shabab, o el constante flujo de inmigrantes africanos hacia Europa cruzando el Mediterráneo, le dan al continente africano un protagonismo efímero y negativo que cultiva una imagen que no responde a la realidad. A pesar de todo, África sigue siendo objetivo turístico, lugar para enormes inversiones económicas y santuario de ricas tradiciones religiosas y culturales. De un período colonial ya lejano, África ha pasado a otro período de consolidación democrática que está costando más de lo que se creía inicialmente. La prolongada permanencia en el poder de algunos líderes, así como la puesta en práctica de políticas totalitarias, hacen de la sociedad africana una mezcolanza de situaciones inviables. No obstante, algunas naciones han dado pasos muy valientes para el arraigo de democracias eficaces. El fantasma de una nueva colonización por parte de grandes potencias como China y Rusia está presente tras la puesta en marcha y construcción de muchas infraestructuras e industrias. Estas potencias reciben a cambio pingües beneficios de las abundantes riquezas internas, como la madera, el coltán, el oro, el petróleo, el gas, la pesca, etc. Asimismo, la guerra es el otro fantasma que mantiene vivo el refrán de «a río revuelto, ganancia de pescadores» y que castiga a una gran parte del pueblo africano privándole de su capacidad de decisión y autodeterminación. La religión, bien entendida y practicada, es uno de los elementos unificadores de este continente. El africano es profundamente religioso. No se avergüenza de su religiosidad ni se esconde de sus prácticas que le proporcionan una cercanía y una familiaridad con el Ser Supremo, con Dios, con Jesús, con sus dioses ancestrales, que serán, en definitiva, una fuente de unificación y paz interior. No está mal recordar, nuevamente, al africano más respetado en la era contemporánea, Nelson Mandela, cuando decía: «Sueño con un África que esté en paz consigo misma»
Texto de JAUME CALVERA. Director de la revista MUNDO NEGRO.