Colombia.- El Atrato, el río que da la vida al Chocó

En el departamento del Chocó, en el Pacífico colombiano, el río Atrato es testigo vivo de la degradación ambiental, la inseguridad alimentaria, la deficiente salud y la violencia que sufren los pueblos indígenas y afrocolombianos que viven a su paso.

El caudaloso río Atrato atraviesa con su color pardo gran parte del Chocó, al oeste de Colombia, y es uno de los principales protagonistas de la vida en una región que, a pesar de ser la más rica en recursos naturales y biodiversidad, posee los más bajos indicadores de calidad de vida del país, y donde sus habitantes, la mayoría afrodescendientes, viven en extrema pobreza.

Las aguas del Atrato, sobre las que reinan las pangas –embarcaciones tipo canoa–, pasan junto a pueblos indígenas, mestizos y afrocolombianos. A través de su cauce, y en conexión incondicional con él, se sustentan actividades como el abastecimiento de agua y alimentos, las tareas domésticas y los intercambios entre comunidades ancestrales.

 

Una mezcla difícil de encauzar

La región se encuentra en una profunda crisis social y ambiental, algo que comprobamos en nuestra visita a las comunidades de Tanguí y la Villa, en la cuenca media del Atrato. Por la corriente del río navegan, en una mezcla difícil de encauzar, la degradación ambiental, las necesidades educativas y de salud, la violencia y el tráfico de drogas.

Las variaciones en el clima provocan en numerosas ocasiones que el río inunde las tierras de sus márgenes. «El clima ha cambiado mucho en Tanguí; nunca el río había subido tanto como hasta ahora», nos cuenta Darío Córdoba, miembro de la COCOMACIA (Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina In­tegral del Atrato), durante nuestra visita a un «trapiche», un ingenio para el pro­cesamiento de la caña que encontramos totalmente inundado. Además, las prác­ticas de minería irresponsable han contaminado el río con mercurio y otros me­tales pesados que han acabado sedimentando en los cuerpos de los chocoanos con graves consecuencias para su salud. Esto agrava aún más la situación de niños y mujeres, cuyas cifras de mortalidad son comparables a las de Haití, el país más pobre de América.

El Atrato lleva consigo también los relatos y sufrimientos del conflicto armado. En una región donde la violencia y el tráfico de armas y de drogas continúan blo­queando el desarrollo de sus habitantes, «Tanguí ha sido la comunidad más azo­tada por la guerrilla», afirma Martha Asprilla, de la diócesis de Quibdó.

Pero el río también es fuerza, empuje. Allí somos testigos de cómo la población lucha por salir adelante de la mano de la diócesis de Quibdó y de la COCOMACIA, instituciones con las que Manos Unidas colabora desde hace más de una década en diversos proyectos de desarrollo integral para reafirmar la identidad cultural de los habitantes y fortalecer sus capacidades productivas por medio de progra­mas educativos, sanitarios y de defensa del territorio.

Asimismo, a través de la Institución Comunitaria Etnoeducativa del Medio Atrato (ICEMA), estas comunidades han capacitado a niños y adultos al tiempo que favorecen la integración de las minorías étnicas. «Indígenas y afrodescen­dientes compartimos e intercambiamos conocimientos», nos dice Lucio Sapia, in­dígena de La Villa.

El río Atrato, el mismo que ejerce su llanto con furia y anega las calles de las comunidades diseminadas a su paso, es también testigo de los esfuerzos, espe­ranzas y luchas de estos pueblos que dependen de sus aguas y que parecen estar entrelazados con ellas en un destino común.

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