Combatir la desigualdad para liberar de la pobreza y del hambre

Las cifras de la pobreza y el hambre, han aumentado. Más de 828 millones de personas pasan hambre en nuestro mundo, y mueren entre 5 y 11 personas por minuto. Unos 800 millones viven con menos de 1,90 dólares al día, una cifra 100 millones mayor que antes de la pandemia, la guerra en Ucrania o el aumento de la inflación, según el último análisis del Banco Mundial de abril de 2022. Detrás de este drama hay una serie de factores interconectados, donde destacan las crecientes desigualdades. Las economías de la mayoría de los países del sur donde colaboramos están diseñadas como fuentes de materias primas baratas, reserva de mano de obra no siempre bien pagada, y un potencial mercado de bienes y servicios del Norte. Además, la corrupción de sus gobiernos y la mala gestión de los recursos inciden también en la pobreza de sus poblaciones. ¿Cómo liberar a la humanidad e la tiranía de la pobreza y del hambre sin una revisión o sin alternativas a nuestro modelo económico dominante?

En líneas generales, la ocupación laboral en el Sur global viene marcada por la desigualdad: trabajo precario, dominado por el subempleo, el desempleo o el empleo informal, con ingresos irrisorios que no permiten a las familias llevar una vida digna, según la Organización Internacional del Trabajo. Esta situación está presente en tres sectores económicos preferentes en las comunidades pobres y vulnerables del Sur: el sector agrícola asalariado, el sector hidrocarburo-extractivo y el sector textil. Entre las causas están el escaso acceso a la tierra o la falta de infraestructuras básicas y servicios públicos (de salud, educativos, de comercio…). También hay un desigual acceso a la sanidad y la educación. Tan importante para las comunidades del Sur son las infraestructuras, equipamientos y personal sanitario como la capacidad económica de los más vulnerables para acceder a los servicios de salud. Antes de la pandemia, 927 millones de personas (el 12,7% de la población mundial) pagaban de manera directa la asistencia médica con más del 10% de su presupuesto. Eso empujó a casi 90 millones de personas a la pobreza extrema. En cuanto a la educación, por lo general no gratuita en el Sur, aunque las infraestructuras continúan siendo necesarias, las familias no tienen ingresos que les permitan pagar la educación de sus hijos. Además, se constata que un aumento de personas tituladas no rompe el círculo de la pobreza, ya que éstas siguen engordando las listas del subempleo.

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