«COMPARTE LO QUE IMPORTA»: ALGUNAS IMPLICACIONES PARA MANOS UNIDAS

Sabiendo qué es «lo importante» para Manos Unidas y cuál es el significado que damos al compartir, nos podemos preguntar también sobre cómo se concreta el lema de este año, «Comparte lo que importa», considerando el contexto mundial marcado por el aumento del hambre, la pobreza y la desigualdad. Pueden ser muchas las implicaciones y en este informe abordaremos tres de ellas (sin un orden jerárquico ya que se trata de aspectos complementarios) para tratar de concretar esa llamada a compartir que Manos Unidas hace a la sociedad civil.

«Compartir lo que importa» es compartir bienes

Para los creyentes, compartir lo importante –que es la vida digna para todos– implica compartir los bienes; una exigencia que hunde sus raíces en el primer capítulo del Génesis. Dios crea al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, los bendice y les entrega la creación para que coman y sean responsables de ella (Gen 1, 27-29). Nuestro mundo y todo cuanto existe es un don de Dios para que todo ser humano pueda vivir en dignidad. El designio del Creador es que la tierra y sus bienes estén destinados al buen uso de todas las personas. Esto es lo que el Magisterio de la Iglesia ha venido a denominar destino universal de los bienes en la Doctrina Social de la Iglesia.

El destino universal de los bienes está ligado al concepto de igualdad de todos los seres humanos tan arraigado en el cristianismo. Todos somos iguales porque, además de crearnos a su imagen y semejanza, Dios nos hace don del resto de la creación y sus bienes para su uso por toda la humanidad. Así, nos parece evidente que solo por el hecho de nacer y con independencia de donde hayamos nacido, nos pertenecen a cada ser humano aquellos bienes de nuestra tierra que nos permitan tener una vida digna. Por tanto, el destino universal de los bienes se nos presenta a los creyentes como un imperativo, como un deber que nace precisamente de nuestra fe en la creación. Consiste en la exigencia de articular sistemas justos de redistribución o reparto de bienes para que estos lleguen a todos. Es lo que plantea Santiago en su epístola: «¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: “Tengo fe”, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “Idos en paz, calentaos y hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta».

El imperativo por una redistribución justa e inclusiva de los bienes de la tierra no se limita a los creyentes. Es una obligación que hunde sus raíces en la dignidad de la persona y queda recogida en importantes categorías como la justicia social, el bien común o la universalidad de los derechos humanos. A este imperativo universal se dirigen, por ejemplo, los esfuerzos de los actuales Objetivos de Desarrollo Sostenible. Dice la Resolución de la Asamblea General de la ONU que los aprobó el 25 de septiembre de 2015: «Aspiramos a un mundo en el que sea universal el respeto de los derechos humanos y la dignidad de las personas, el estado de derecho, la justicia, la igualdad y la no discriminación; donde se respeten las razas, el origen étnico y la diversidad cultural y en el que exista igualdad de oportunidades para que pueda realizarse plenamente el potencial humano y para contribuir a una prosperidad compartida; un mundo que invierta en su infancia y donde todos los niños crezcan libres de la violencia y la explotación; un mundo en el que todas las mujeres y niñas gocen de la plena igualdad entre los géneros y donde se hayan eliminado todos los obstáculos jurídicos, sociales y económicos que impiden su empoderamiento; un mundo justo, equitativo, tolerante, abierto y socialmente inclusivo en el que se atiendan las necesidades de los más vulnerables».

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