Derechos en tiempos de coronavirus

Desde los primeros días de la pandemia, la labor habitual de Manos Unidas se vio alterada y nos vimos obligados a apoyar iniciativas de emergencia con socios y poblaciones con los que estamos involucrados. Sin embargo, entendimos la grave situación como «una circunstancia más», es decir, una dificultad que se suma a las que ya sufrían las comuni­dades más vulnerables, que son a las que Manos Unidas acompaña.

Por lo tanto, lo importante no cambió.

Sabíamos que el derecho al agua es imprescindible para la vida, para la higiene, para cultivar y producir nuestros ali­mentos. Sabíamos que el derecho a la salud es esencial e ina­lienable y que requiere de servicios sanitarios de calidad y cercanos. Sabíamos que el derecho a la alimentación es fun­damental y que la agricultura familiar sostenible y respetuosa con el medioambiente es una buena parte de la solución. Y sabíamos que, para preservarla, hay que poner freno a las grandes industrias agroalimentarias y mineras, antes y ahora, para que no acaparen tierras que otros han cuidado durante años y les han dado de comer.

Es paradójico ver cómo ahora, a causa del virus, se ha producido desde las ciudades un notable éxodo hacia zonas rurales en países de Latinoamérica, África y Asia. Campesinos y desplazados internos que habían migrado a las ciudades en busca de mejores oportunidades, se vieron atrapados y confinados en infraviviendas sin su ingreso diario e informal, y comprendieron rápidamente que, en el campo, junto a sus familias, aún había alimento; un alimento orgánico que ahora está salvando del hambre a muchas comunidades.

Por ello, en Manos Unidas seguiremos apoyando a los pe­queños productores que promueven la seguridad y la sobe­ranía alimentaria, al igual que seguiremos apoyando el acceso al agua y a la atención sanitaria. Apoyaremos también el em­poderamiento real de las poblaciones más empobrecidas para que sean capaces de reclamar sus derechos. Ahora, en muchos países, también del Sur, se están movilizando fondos –tanto públicos como de grandes fortunas–, ayudas sociales, alimentarias y al tejido empresarial… Solo una sociedad civil fuerte y organizada podrá controlar que estas ayudas lleguen efectivamente a quienes iban destinadas, sin que la corrupción las atrape y haga desaparecer.

Ahora más que nunca serán las comunidades organiza­das y cohesionadas las que saldrán airosas tras una fuerte embestida del coronavirus; las comunidades más equitativas, donde se escuche y respete a las mujeres igual que a los hom­bres. También por eso seguiremos trabajando en la cohesión de organizaciones de base con equidad.

Y sigue vigente nuestra defensa tanto del «bien común» como de la «casa común».

La expansión del virus ha dejado muy claro que vivimos en un solo mundo, interconectado e interdependiente –aun­que también desigual e injusto– y que tenemos que cuidar y cuidarnos porque lo que pasa en China puede tener conse­cuencias graves para nuestra salud al igual que lo que pasa en los países desarrollados e industrializados afecta a los más pobres.

Por ello, en cuanto pase la tormenta, retomaremos los proyectos que estábamos llevando a cabo. Ajustaremos lo ne­cesario junto a las organizaciones locales con las que cola­boramos, pero el centro de nuestro trabajo seguirán siendo las personas y sus derechos. La misión de Manos Unidas sigue intacta: la lucha contra la pobreza y sus causas

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