Desde la razón que compartimos con toda la sociedad, trabajamos con enfoque de derechos. Esto quiere decir que entendemos el acceso a la comida sana, segura y apropiada como un derecho humano fundamental, es decir, el derecho a alimentarse, no a ser alimentado.
El enfoque de derechos nos hace ver la incoherencia entre un reconocimiento universal del derecho a la alimentación y la constante vulneración del mismo. La falta de voluntad política que propicia esta vulneración se manifiesta, por ejemplo, en la práctica habitual de muchos Estados de establecer mecanismos legales para evitar que su responsabilidad como garantes del derecho pueda ser exigida judicialmente por la ciudadanía. De esta circunstancia nace la obligatoriedad para Manos Unidas, junto con otras instituciones de la sociedad civil, de participar en la lucha contra el hambre, en tres líneas diferentes:
- apoyando la realización de proyectos de seguridad alimentaria, sostenibles medioambientalmente;
- apoyando la formación de las comunidades en los procesos de gobernabilidad democrática para que puedan exigir a sus gobiernos un respeto efectivo del derecho a la alimentación;
- participando en la denuncia de los mecanismos que provocan o mantienen el hambre en el mundo.
Desde la fe, nuestra máxima justificación y fuerza es la defensa de la dignidad de la persona. Por nuestra fe sabemos que dicha dignidad nace de nuestra condición de hijos de Dios, a su imagen y semejanza. San Juan Pablo II dice: «A causa de su dignidad personal, el ser humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y como tal exige ser considerado y tratado. Y, al contrario, jamás puede ser tratado y considerado como un objeto utilizable, un instrumento, una cosa».
Para proteger esta dignidad, hacemos nuestra la opción por los pobres. Es la característica fundamental del amor cristiano, en dos sentidos: la obligación de no explotar al débil y la de brindar solidaridad a los que están excluidos de la mesa común.
«Este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se puede olvidar la existencia de esta realidad».
Los creyentes siempre hemos reconocido que los bienes provienen de Dios y que son para todos; nadie está autorizado a apropiarse de ellos y privar al resto de lo necesario para una vida digna. Es el fundamento de los años sabáticos, los jubileos o la comunión de bienes de las primeras comunidades cristianas.
Defender la dignidad de las personas significa preservar el bien común. Es un principio esencial en la Doctrina Social de la Iglesia sobre el cual descansa el respeto a la persona humana en cuanto tal, con sus derechos básicos e inalienables que garantizan su desarrollo integral. Como decía el papa San Juan XXIII:
«En la época actual se considera que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana. De aquí que la misión principal de los hombres de gobierno deba tender a dos cosas: de un lado, reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover tales derechos; de otro, facilitar a cada ciudadano el cumplimiento de sus respectivos deberes».