Así golpea la injusticia climática a las mujeres del Sur global.
La actual injusticia climática está causando consecuencias realmente dramáticas sobre todo y de manera desproporcionada a las personas y comunidades más vulnerables, como las mujeres del Sur global. No todos contaminamos por igual ni a todos nos afecta la actual crisis medioambiental por igual. Esta injusticia estructural acaba mermando las condiciones de vida de millones de seres humanos en el mundo.
Por otro lado, se han privilegiado modelos de producción y consumo altamente perjudiciales para el planeta que nos acoge y que está amenazado por la actividad humana que no duda en sobreutilizar, explotar, agotar o malgastar los recursos.
La industria, las extracciones de materias primas y energía, la agricultura intensiva y extensiva y el transporte con combustibles fósiles se originan en los países del Norte global, aunque las actividades más contaminantes de estos procesos de desarrollo se han trasladado al Sur global. Estos insostenibles modelos de producción y de consumo de una parte de la humanidad están impactando de manera desigual en todo el mundo, siendo los menos responsables del problema quienes están sufriendo más sus consecuencias.
En muchos lugares en el mundo, las mujeres dependen más de los recursos naturales, ya que se encargan de garantizar la provisión de alimentos, agua y combustible, lo que las hace más vulnerables a los efectos de la crisis climática. Por eso, sobre todo en los países más empobrecidos, la agricultura es la dedicación principal de las mujeres del Sur global. Garantizar el derecho a la alimentación es una de las cuestiones básicas en las que se muestra más significativamente la vulnerabilidad de las mujeres al cambio climático. De hecho, repercute negativamente en la disponibilidad, accesibilidad, consumo y producción de alimentos; elementos constitutivos del derecho a la alimentación, y son las mujeres las que experimentan una grave inseguridad alimentaria más frecuentemente.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), hasta un 55 % de las mejoras en la seguridad alimentaria de los países en desarrollo en los últimos tiempos se ha debido al progresivo empoderamiento de las mujeres. La inseguridad alimentaria, cuando es consecuencia de una variación significativa de las condiciones climáticas, también les afecta de manera diferente debido a sus necesidades nutricionales durante el embarazo, la lactancia y el parto. La anemia, como consecuencia de una nutrición deficiente, afecta a un tercio de las mujeres en edad reproductiva en todo el mundo.
La falta de alimentos o el aumento de su precio por fenómenos meteorológicos extremos derivados del sistema climático también aumenta la vulnerabilidad de las mujeres. Ellas son las últimas en comer; y cuando no hay suficiente, son quienes reducen su ingesta. Esto es más evidente en el mundo rural porque es en este ámbito donde el aumento en el precio de los alimentos es más relevante. Normalmente son los hombres quienes acaparan la propiedad de la tierra y, aunque ellas son las que más la trabajan, una legislación y unas prácticas discriminatorias dificultan su acceso a tierras fértiles y a recursos como semillas, agua o financiación, lo que limita la productividad agrícola y aumenta su vulnerabilidad ante la volatilidad de los precios de los alimentos. Esto se ve agravado por una distribución desigual del trabajo doméstico, que también puede impedir la adaptación de las mujeres a los efectos adversos de la alteración del clima y las temperaturas, al reducir el tiempo disponible para otras actividades.
Según la FAO, si las mujeres tuvieran el mismo acceso a los recursos productivos que los hombres, el rendimiento de sus explotaciones agrícolas podría aumentar entre un 20 % y un 30 %, lo que favorecería una reducción del hambre en el mundo de entre el 12 % y el 17 %.
La crisis medioambiental tiene un impacto negativo directo en el derecho a la salud de las mujeres del Sur global. Los desastres ambientales hacen que sea inaccesible la disponibilidad de servicios y atención médica y aumenta los riesgos relacionados con la salud materno infantil: las temperaturas extremas elevan la incidencia de la mortalidad en el embarazo y durante el parto. En las zonas tropicales, el aumento de las temperaturas favorece la propagación de enfermedades como la malaria, el dengue o el virus de Zika, que afectan especialmente a las mujeres, y cuyas consecuencias tienen que ver con abortos espontáneos, nacimientos prematuros, microcefalia en los bebés y anemia. Por otro lado, la salinización de las fuentes de agua potable como resultado de la subida del nivel del mar puede ocasionar tasas más elevadas de nacimientos prematuros y muertes maternas y perinatales.
El calentamiento global reduce la cantidad y la calidad del agua disponible, lo que entraña otros numerosos riesgos para la salud de las mujeres. Por un lado, la escasez de agua aumenta de manera desmesurada la carga de trabajo de las mujeres, ya que son ellas, junto con las niñas, las encargadas de recorrer ahora mayores distancias para conseguirla. Es una dura tarea diaria que, además de los dolores físicos ligados a la carga de recipientes llenos, las expone también a enfermedades hídricas al atravesar a veces zonas contaminadas. Por otro lado, con ese encargo de ir a buscar agua, la integridad física de las mujeres no queda siempre protegida. Están generalmente expuestas a diversos tipos de violencia como la sexual, los asaltos, los accidentes en caminos peligrosos o los ataques de animales. Finalmente, el mayor tiempo dedicado a la búsqueda del agua reduce el disponible para otras actividades como la generación de ingresos, la asistencia a la escuela o incluso actividades de ocio y esparcimiento. Todo ello dificulta para las mujeres las posibilidades de disfrutar de manera plena su derecho a la salud.
Por otro lado, la mala calidad del aire a causa de los gases resultantes de la quema de combustibles fósiles aumenta sus problemas de salud, ocasionando hasta siete millones de muertes cada año por la contaminación. Las mujeres son quienes corren un mayor riesgo porque están más expuestas a la contaminación en lugares cerrados, debido al uso de combustibles poco eficientes y muy contaminantes como la leña y el estiércol que utilizan para cocinar o calentar las viviendas.
Los efectos de la crisis climática están afectando también a la salud mental de las mujeres del Sur global. Los cambios de temperaturas y los patrones climáticos están en la raíz de una imparable escasez de recursos básicos, que multiplica para las mujeres los riesgos de padecer trastornos como el estrés y la depresión.
La actual situación medioambiental agrava los conflictos relacionados con la lucha por los recursos. En contextos de conflicto, las mujeres y niñas sufren las peores consecuencias, viéndose implicadas en situaciones de trata de personas, matrimonio infantil, violencia sexual y otras formas de violencia.
La mayor pobreza de las mujeres y niñas es consecuencia de una mayor vulnerabilidad que significa para ellas menores posibilidades de sobrevivir. Y cuando logran salir adelante, son sin duda uno de los grupos más perjudicados ante cualquier desastre medioambiental debido a la discriminación de género que sufren. Ellas son las que menos acceso tienen a la información, la toma de decisiones, la formación y los recursos. Asimismo, son las que más dificultades encuentran para pedir socorro y asistencia, por lo que tienen más difícil sobrevivir y acceder a los recursos para recuperarse, lo que se convierte en un círculo vicioso de vulnerabilidad ante futuros problemas.
El cambio climático puede recrudecer la vulnerabilidad de las mujeres del Sur global frente a la falta de empleo digno, al provocar que dispongan de menos tiempo para llevar a cabo actividades económicas, y menos acceso a los recursos, incluidas la información y la educación. Más del 60 % de las mujeres trabajadoras en Asia meridional y África subsahariana están en el sector agrícola no remunerado o mal pagado, muy exigente en tiempo y esfuerzo. Por eso, la pérdida de medios de subsistencia asociada al clima, la reducción de los ingresos o el deterioro de las condiciones de trabajo en la agricultura y otros sectores relacionados pueden tener repercusiones especialmente negativas para las mujeres.
Después de un desastre, las mujeres suelen tener más dificultades que los hombres para encontrar trabajo, ya que los empleos se recuperan antes en sectores predominantemente masculinos como la construcción, para rehacer lo que haya podido ser destruido por la catástrofe. Además, cuando ocurren tragedias por fenómenos climáticos extremos, las cifras del trabajo de cuidados no remunerado —que suele desempeñar el 75 % de las mujeres— aumentan considerablemente, ya que asumen una carga adicional para que sus hogares y comunidades vuelvan a la normalidad.
En muchas comunidades rurales, las mujeres son quienes tienen conocimientos específicos y especializados sobre los ecosistemas en los que viven, y en cómo mantener ese entorno mediante prácticas de cuidado sostenibles de las tierras. Es el caso de las mujeres indígenas, que desempeñan un papel esencial en la protección de la biodiversidad, al ser las encargadas de conservar las semillas y los conocimientos tradicionales sobre sus tierras y territorios, y sobre el valor nutricional y medicinal de las plantas. Las variaciones rápidas y violentas que causa el cambio climático en los ecosistemas y su biodiversidad pueden afectar muy negativamente a la validez de los conocimientos tradicionales y su aplicación, lo que repercute negativamente en los medios de vida de las mujeres, así como en su salud, sus costumbres culturales, su prosperidad y la capacidad de adaptación de sus comunidades.
Todas estas circunstancias hacen que las mujeres y las niñas sean las más afectadas por las migraciones forzosas ocasionadas, en parte, por el cambio climático que está detrás de la reducción de rendimientos agropecuarios y pesqueros, la falta de acceso al agua potable y el aumento de conflictos. Se estima que, en los próximos años, hasta 800 millones de personas —la mayoría mujeres— se verán forzadas a abandonar sus hogares.
Según la experiencia de Manos Unidas, el papel de las mujeres es crucial también en la lucha contra el cambio climático. Las mujeres son las encargadas de proveer de alimentos a su familia, encargándose de la producción agrícola, en huertos familiares, en pequeñas extensiones de terrenos y utilizando técnicas que no agreden ni perjudican los recursos implicados, como la propia tierra, el agua o las semillas. Tanto la agricultura como la ganadería y la pesca, por su propia esencia, dependen directamente de la naturaleza, de sus bienes y de los fenómenos naturales que la afectan, y son muy sensibles al clima y muy vulnerables a los impactos negativos derivados del calentamiento global.
Conocedoras de estos problemas, las mujeres promueven la agroecología como alternativa de vida, método de producción de alimentos y de relaciones con la comunidad y con la naturaleza. Esta práctica garantiza la seguridad alimentaria, mantiene vivo el tejido rural y contribuye a la mitigación ambiental, al reducir considerablemente la contribución que la agricultura hace a las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Así, mientras la producción industrial de alimentos es responsable de hasta un 35 % de los gases de efecto invernadero, las explotaciones familiares agroecológicas caracterizadas por el ahorro de energía, la rotación de cultivos, el uso de abonos verdes o cultivo de leguminosas, la eliminación de los pesticidas y abonos químicos y por la preferencia de alimentar al ganado con pasto, son grandes almacenes de esos gases. De hecho, capturan 41,5 toneladas de dióxido de carbono (CO2) por hectárea, mientras que en los sistemas de producción convencional esta cifra se reduce a 21,3 toneladas de CO2 por hectárea. Según estimaciones de las Naciones Unidas, si las mujeres que se dedican a la agricultura en explotaciones familiares tuvieran igual acceso a los recursos, de 100 a 150 millones de personas dejarían de padecer hambre y las emisiones de dióxido de carbono podrían reducirse en 2,1 gigatoneladas para 2050, gracias a estas.
Si queremos luchar contra la actual crisis medioambiental de manera eficaz para acabar con la pobreza, el hambre y la desigualdad, las mujeres son clave en la construcción de un mundo más justo y sostenible. A la hora de implementar procesos tanto de mitigación como de adaptación, o en los casos de compensación por daños y pérdidas, son ellas las que, cuando tienen oportunidad, están más dispuestas a llevar a cabo medidas y soluciones más sostenibles en sus actividades que los hombres. Su participación, además de reducir su propia vulnerabilidad climática, es sin duda garantía de un mejor cuidado de nuestra «casa común».
Para ampliar la información, te recomendamos que consultes el número de la revista 224 de Manos Unidas, donde profundizamos en esta problemática.