Pablo VI y Monseñor Romero: dos nuevos santos que lucharon por un mundo más justo y fraterno

La canonización del Papa Pablo VI y de Monseñor Oscar Arnulfo Romero el pasado domingo en Roma ha sido, y sigue siendo, un motivo de alegría para toda la comunidad cristiana y de manera especial para Manos Unidas. Dos testigos del Evangelio que nos deben ayudar a ser más valientes. 

Monseñor Romero junto al Papa Pablo VI en  junio de 1978. Crédito:  Creative Commons

Los dos fueron testigos del Evangelio que hicieron presente la Buena Nueva del Reino a la humanidad del siglo XX. La labor de ambos pastores, aunque con vidas bien distintas, es el testimonio de dos profundos creyentes que explicaron al mundo la vigencia del amor de Dios a todos los hombres y trataron de aclarar las causas y razones que impiden vivir en un mundo más justo y fraterno. Para Manos Unidas, cuya misión es la lucha contra el hambre y la pobreza en los países empobrecidos del Sur, estos dos testigos de la fe viva pueden clarificar mejor el sentido de nuestro trabajo.

Así, Pablo VI, tanto en su  Encíclica Populorum Progressio, como en buena parte de los documentos del Concilio Vaticano II que tuvo lugar bajo su pontificado, ilumina nuestra tarea. Son textos que deberían ser leídos y releídos por todos los cristianos que nos dedicamos a la cooperación y al desarrollo. En efecto, definen lo que, desde la Iglesia y como exigencia del Evangelio, se entiende por desarrollo humano integral, analizando las dimensiones del problema de la miseria en la que vive una gran parte de la humanidad, recordando las exigencias de la fe y haciendo un llamamiento para hacer posible un mundo más justo y solidario para todas las personas y todos los pueblos. De manera todavía más concreta, Pablo VI se encargó de ofrecer las características y elementos que debería tener un verdadero desarrollo y de presentar algunas líneas de acción. Hay pistas que siguen siendo actuales hoy: la tierra y sus frutos, que aseguren la subsistencia de toda la humanidad; la propiedad privada subordinada al bien común; las críticas a un sistema que tenía el lucro como motor de progreso único; la consideración del trabajo como una cooperación en la creación; la llamada para superar las desigualdades entre personas y entre pueblos, con relaciones más justas y equitativas, etc.

Pablo VI dibujó un desarrollo solidario de la humanidad con tres obligaciones: solidaridad, justicia social y caridad universal, que se concretaban en la asistencia a los débiles y en la equidad de las relaciones comerciales entre los pueblos. Su visión del desarrollo marca unos retos que siguen presentes en nuestro trabajo todos los días.

Monseñor Romero, santo y compañero nuestro, también da luz en nuestro trabajo. Su testimonio de denuncia de la injusticia y violencia que vivía el pueblo salvadoreño, su preocupación por los pobres de su país y su constante referencia a las causas que los mantenían en ese estado de sufrimiento son también hitos en nuestra tarea de cooperación para el desarrollo, pues hemos de hacer, también, un trabajo de sensibilización sobre las causas que siguen favoreciendo la existencia de injusticias y violencias que afectan a personas concretas. 

Por eso es una alegría tener dos testigos del Evangelio que nos ayuden a mejorar nuestra tarea, que nos ayuden a ser más valientes, a centrarnos en un mensaje que tiene palabras de esperanza para hombres y mujeres de hoy. Encontraremos respuestas a sus problemas concretos, siempre que los que somos sus testigos hoy, junto a otras personas de buena voluntad, seamos capaces de conocer, enfrentar y denunciar el origen y las causas de los problemas que causan dolor y muerte en nuestro mundo.

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