En el discurso pronunciado con motivo del 50 aniversario de la publicación de la encíclica Pacem in Terris, el papa Francisco ha enunciado sus particulares "objetivos de desarrollo". Además, durante su visita a Asís, definió la tragedia de Lampedusa como "vergüenza".
En su discurso pronunciado en el Congreso Internacional con motivo del 50 aniversario de la publicación de la encíclica Pacem in Terris, el papa Francisco ha enunciado las necesidades básicas para el desarrollo, sus particulares objetivos de desarrollo. Estos son los objetivos que tienen una prioridad impostergable en la acción nacional e internacional: además de garantizar sus derechos civiles y políticos, se tiene que ofrecer a cada persona la posibilidad de acceder efectivamente a los medios esenciales de subsistencia, la comida, agua, casa, sanidad, instrucción y la posibilidad de formar y sostener una familia. No puede haber verdadera paz y armonía si no se trabaja por una sociedad más justa y solidaria.
Durante su audiencia a los participantes del Congreso Internacional con motivo del 50 aniversario de la publicación de la encíclica Pacem in Terris, promovido por el Pontificio Consejo para la Justicia yla Paz, ha advertido de que "no puede haber verdadera paz y armonía si no se trabaja por una sociedad más justa y solidaria, si no se superan los egoísmos, individualismos, intereses de grupo, a todos los niveles".
Todavía no se conoce el número total de personas fallecidas en el naufragio, ni sabemos si lo conoceremos nunca. Van desvelándose, poco a poco, pequeños detalles, las mujeres, los niños. Todavía no sabemos todas las circunstancias. Pero no hay atenuante para lo ocurrido en las costas de una Europa que sigue atrayendo a los más pobres con la esperanza de una vida mejor. El papa Francisco expresó con una palabra el sentimiento de todas las personas de buena voluntad: Vergüenza.
Tendremos que hacer un análisis de lo ocurrido, pero también tendremos que enfrentarnos y afrontar el hecho de los miles de personas que arriesgan todo, incluso su vida, buscando un futuro mejor. No dejan sus países porque les gusta o les apetece. Dejan sus familias, sus raíces, porque no pueden sobrevivir, porque no pueden garantizar la comida de sus hijos ni un futuro para ellos. E hipotecan sus vidas, las ponen en manos de mafias que les “ayudan” a cruzar esos pocos kilómetros y que les abandonan a su desgracia.
El llanto es necesario, pero no es suficiente. Debemos entender el reto que se nos presenta y trabajar para que todas las personas que habitamos en el mundo tengamos derecho a una vida digna.