Desde su labor de acompañamiento a comunidades indígenas y amazónicas y su participación en redes eclesiales a nivel latinoamericano, Moema Miranda tiene una mirada que abarca la realidad social y ambiental de la región, las luchas en defensa del territorio y las fuerzas y tensiones que caracterizan una época marcada por la pandemia y por el cuestionamiento al modelo económico extractivista.
La pandemia no ha sido un accidente ni un desastre, sino el resultado, por acumulación, de la forma hegemónica en que vive la población más acomodada de la humanidad. Una forma que arrasa, contamina, concentra los ingresos y aumenta la fragilidad de la vida. En un mundo marcado por una economía extractivista, la pandemia ha reforzado dinámicas ya presentes. En países como Brasil, caso extremo de devastación socioambiental, se debilitó la legislación que protegía el medioambiente y se consideró a la minería como actividad prioritaria.
Hemos visto un aumento de las luchas comunitarias en defensa de los territorios y la Red Iglesias y Minería, en alianza con REPAM, viene trabajando para fortalecer los vínculos entre las comunidades que resisten ante la expansión de la minería, porque las comunidades aisladas son más frágiles. Las redes también ayudan en la construcción de alternativas, el aprendizaje común y el intercambio de conocimientos. Y aprendemos a valorar la dimensión espiritual de las comunidades autoorganizadas. La fe, alimentada en comunidad, fomenta la esperanza que es más fuerte que la dinámica de la muerte; enseña formas de vivir y compartir.
En nuestro mundo no se ha conquistado ningún derecho, ya sea social, ambiental o laboral, sin la organización de la población afectada.
En nuestro mundo no se ha conquistado ningún derecho, ya sea social, ambiental o laboral, sin la organización de la población afectada. Las comunidades necesitan luchar para que las empresas y los Estados se vean obligados por la ley a respetar sus derechos. No creo que las empresas, motivadas por el lucro, sean capaces por sí mismas de garantizar esos derechos y una mejor calidad de vida. Pero sí creo que la fuerza de las sociedades, con el apoyo de Iglesias, movimientos sociales y otras entidades, puede conseguir acuerdos y leyes internacionales. Ejemplo de ello son las luchas actuales por la promulgación del Tratado Vinculante sobre empresas y derechos humanos.
Las organizaciones internacionales tienen un papel fundamental a través de su apoyo y solidaridad. No obstante, cada vez son más intensas las amenazas a la vida en la Tierra, de las que el calentamiento global es el indicador más evidente. La situación exige más de las organizaciones; la solidaridad no es suficiente. Es necesario que asuman la responsabilidad por las consecuencias que tiene en el planeta el modo de vida del Norte. Las poblaciones empobrecidas soportan el mayor impacto de la devastación ambiental pero no son las principales responsables. Más que nunca, el Norte tiene que «hacer los deberes» para buscar la «conversión ecológica» de la que habla el Papa, ampliando la solidaridad y el compromiso compartido con la defensa de la vida y de nuestra casa común.
La solidaridad no es suficiente. Es necesario asumir la responsabilidad por las consecuencias que tiene en el planeta el modo de vida del Norte.
Vemos la situación con inmensa preocupación. Estamos al borde de la mayor crisis de los últimos 50 años. El número de muertos por Covid-19 es brutal. Tenemos un gobierno desacreditado y denunciado como genocida y ecocida y que no asume la responsabilidad del bienestar de su población. Y tenemos una sociedad profundamente desigual y violenta. Pero también vemos procesos de cambio muy intensos, con una sociedad civil muy activa. Creo en la lucha de nuestro pueblo. ¡Seguimos, como decía Rubem Alves, fomentando «la esperanza al borde del abismo»!
Sí; como Suely, creo que la vida quiere vivir. El Papa es sabio cuando en Fratelli tutti observa que entre las «sombras profundas» gana fuerza una «esperanza obstinada». Estamos atravesando una «larga noche oscura» en la que no estamos seguros de encontrar el camino a casa. Y, sin embargo, la solidaridad y la resistencia se multiplican y renacen. La muerte de George Floyd por la brutalidad de la política estadounidense llevó a miles de jóvenes a las calles, y creo que esto fue fundamental para la derrota de Trump. De formas que no podemos prever, el espíritu de Dios se hace presente cuando nos unimos para luchar por la justicia.
El sistema actual, con una «economía que mata», quiere hacernos creer que somos meros individuos. Pero los desastres también movilizan una inmensa energía y fuerza vital a partir de la solidaridad.
La pandemia ha revelado que, con nuestros cuerpos frágiles y fuertes, con nuestras almas cansadas y magulladas, nunca podremos salvarnos por nuestra cuenta. El sistema actual, con una «economía que mata» y que convierte todo en dinero, quiere hacernos creer que somos meros individuos. Pequeños fragmentos aislados. Pero los desastres también movilizan una inmensa energía y fuerza vital a partir de la solidaridad. Estas fuerzas están hoy en disputa. Incluso en el vórtice del huracán, en medio de la oscuridad, podemos elegir el amor frente al miedo. Pero no podemos amar solos, aislados. Amar, como decía un poeta brasileño, es un «verbo transitivo», requiere un complemento.
Nuestra salida, como dice el Papa, es la «esperanza obstinada». María Magdalena y otras mujeres que siguieron a Jesús se fueron en la noche oscura. Se fueron juntas, en comunidad. Salieron asustadas, conscientes del peligro. Pero las movía un sentimiento mucho mayor que el miedo. Fueron llevadas por el amor, el mismo amor que permitió a Jesús darles la noticia que aún hoy resuena en nuestros corazones: ¡la muerte no tendrá la última palabra! El amor sigue muchos caminos. Pero es él, y solo él, quien hoy nos anima a seguir aunque sea de noche y esté oscuro. Nosotros también podemos decir: Marana Tha! [«¡El Señor viene!»]
Esta entrevista fue publicada en la Revista de Manos Unidas nº 214 (febrero-mayo 2021).