Comenzamos en febrero el recorrido por la campaña “Un mundo nuevo, proyecto común” y nos detenemos en la ciudad jordana de Zarqa, la segunda en número de habitantes del Reino hachemita, que ha visto incrementada su población con el creciente número de refugiados provenientes de la vecina Siria.
Comenzamos en febrero el recorrido por la campaña “Un mundo nuevo, proyecto común” y nos detenemos en la ciudad jordana de Zarqa, la segunda en número de habitantes del Reino hachemita, tras Amán, la capital, y uno de los centros industriales del país, aunque esto no se refleje en las condiciones económicas de la población.
La industrialización hace que, tradicionalmente, Zarqa se haya caracterizado por ser un lugar de acogida de emigrantes provenientes, principalmente, de Cisjordania. En los últimos años la ciudad es, además, uno de los puntos de recepción de parte del más del medio millón de refugiados llegados de la vecina Siria. Zarqa acoge a más de 40 mil personas, sobre todo ancianos, mujeres y niños, muchos de ellos en condiciones de gran vulnerabilidad, que huyen de un conflicto que dura ya tres años.
Jordania alberga a más de medio millón de personas huídas de Siria, que primero se congregan en campos de refugiados y, después, una vez perdida la esperanza de volver a su país, se trasladan a malvivir, la mayoría, en ciudades como Amman o Zarqa.
Desde esta última ciudad es desde donde Manos Unidas recibió, el pasado mes de noviembre, la llamada de emergencia de los padres orioninos, que se han visto desbordados por el incremento de las peticiones de ayuda de esas personas que han tenido que dejar todo atrás para salvar sus vidas. De cientos de miles de civiles obligados a exiliarse, de refugiados asaltados, de torturados, de lisiados, de heridos, de desaparecidos y de muertos.
El caso de las mujeres es especialmente sangrante. Algunas han sido víctimas de secuestros, otras fueron abusadas en público y otras ante sus maridos e hijos, y muchas fueron obligadas a asistir al asesinato de sus maridos y parientes o trasladadas a los campamentos militares donde son utilizadas como casi esclavas.
Todas estas personas tienen detrás una historia trágica y por delante un futuro incierto. La mayoría nunca podrán recuperar a algunos de sus seres queridos y probablemente tampoco esas posesiones que dejaron atrás. Algunos, los que lograron sacar dinero de Siria, pueden ir utilizando esos ahorros para vivir. A los otros hay que ayudarles para que puedan comer, alojarse o mandar a sus hijos a la escuela… Los padres orioninos han tenido que recurrir a organizaciones como Manos Unidas para poder atender a un mayor número de nuevos refugiados, que acarrean un equipaje repleto de carencias:
La acción de emergencia aprobada por Manos Unidas, que estará en vigor hasta finales del mes de abril, tiene como fin garantizar el derecho a la alimentación y a la sanidad de unas personas que, en muchos casos, han perdido hasta su identidad. Y ofrecer apoyo psicológico a los más traumatizados por esa cruel violencia entre hermanos.