Miryam tiene 34 años. Conoció la labor de Manos Unidas, de casualidad, en un viaje a Benín... y al volver a España quiso ser voluntaria en la Organización cuyos proyectos la habían cautivado. Lleva 15 meses en la Delegación de Jerez, al mismo tiempo que prepara una oposición para el Estado.
El año pasado viajé a Benín durante 3 semanas, un país africano increible para aquellos que les fascine la otra cara del mundo como a mí. Alojada en la misión de un sacerdote asturiano en Bembereké, fuí día a día descubriendo la realidad de este país mientras me llevaba a comunidades remotas que no se encontraban ni en los mapas.
Muy abierta al encuentro con más realidades, fuí a conocer la misión de Fo-Bouré. Después de un largo trayecto atravesando la sabana por sus largas pistas de polvo, pues hasta allí no llega ni el asfalto, toco suelo en la comunidad.
No tardo mucho en conocer a Manos Unidas, rápido me doy cuenta de que está bien diferenciada del resto de organizaciones que se mueven por allí: un centenar de farolas que funcionan con energía solar, electricidad en todos los hogares, mujeres al frente de las cooperativas de karité y con una gran carga de hijos a los que mantener, campos solares, escuelas, hospitales, … todo bajo un verdadero sentido de comunidad, pertenencia y conexión que los hace mantenerse verdaderamente sólidos cuando la vida les recuerda dónde han nacido. ¿Y qué decir de los proyectos de agua? Siempre he tenido predilección y fijación por estos; una de las razones es porque cualquier pulgada cúbica de agua limpia en sitios castigados por pobreza es un prodigio extraordinario. En Fo-Bouré me encontré pozos, canales, fuentes, depósitos, captaciones, redes de distribución de agua, etc, lo que se traduce en la reducción del 80% de las enfermedades y lo que se resume en 2 historias que contar: el antes y el después.
Manos Unidas otorga grandes dosis de transformación positiva a la realidad y, con ello, abre diariamente ventanas al futuro.