En el mes de mayo viajamos a Etiopía y, en la campaña “Un mundo nuevo, proyecto común”, ponemos el foco en Mekenisa, un barrio de Addis Abeba donde la Asociación SALU trabaja por eliminar las barreras que marginan y aíslan a los discapacitados. Cientos de personas se ven capaces de salir adelante y trabajan por lograr lo que antes era una quimera.
En el mes de mayo, nos trasladamos a Etiopía y, dentro la campaña “Un mundo nuevo, proyecto común” ponemos nuestro foco en Mekenisa, uno de los barrios más pobres de la capital, Addis Abeba, donde la Asociación SALU se empeña en hacer desaparecer las barreras que marginan y aíslan a la población discapacitada. Cientos de personas se saben ya capaces de salir adelante y trabajan por hacer posible lo que, hasta hace unos años, no era más que una quimera.
Por Marta Carreño
Según las estadísticas de Naciones Unidas, en el mundo hay más de 600 millones de personas discapacitadas. De ellas, 400 millones viven el los países en desarrollo y 80 millones en África.
Fuentes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) van más allá cuando aseguran que el número de discapacitados asciende a cerca de mil millones. Si tenemos en cuenta que esta organización estima que el 40 por ciento de la población africana presenta algún tipo de discapacidad, la cantidad se incrementaría a más de 300 millones de personas.
El Informe Mundial sobre Discapacidad, que elaboran el Banco Mundial y la OMS, estima que tan solo en Etiopía hay 15 millones de niños, adultos y ancianos discapacitados, el 17,6 por ciento del total de la población. El 95 por ciento de estas personas viven en la pobreza en un país en el que los servicios sociales son prácticamente nulos y donde las personas con discapacidad, sobre todo en la zona rural, apenas tienen oportunidades de formarse y ganarse la vida.
La mayoría dependen para vivir del apoyo de sus familias, vecinos o amigos y han hecho de la mendicidad su única fuente de ingresos. Algunos son explotados por mafias y personas sin escrúpulos. Otros, desarrollan trabajos domésticos a cambio de un sustento raquítico.
Los discapacitados en Etiopía sufren, como en el resto del mundo, marginación y falta de atención. Sus derechos se vulneran constantemente y, como señala la OMS, muchas veces están “discapacitadas por la sociedad y no solo por sus cuerpos”.
Addis Abeba, congrega a muchos de los discapacitados de Etiopía. Cualquiera que camine por las calles de la ciudad africana puede verlos mostrando sus deformaciones y jugándose la vida entre el caos del tráfico, sacudiendo las escudillas en las que tintinean olas pocas monedas que reciben. Los hay que, casi como estatuas vivientes, dejan transcurrir los días sentados a los lados de la calzada, envueltos en sus mantos blancos para protegerse de ese frío, que en la capital de Etiopía puede meterse hasta los huesos. Las puertas de las iglesias y de los edificios principales son también un lugar de reunión para estas personas, entre las que no es difícil distinguir a los ciegos que suplen el bastón, tan difícil de conseguir en el país, por pequeño lazarillo…
El destino de los centenares de personas del humilde barrio de Mekenisa habría sido ese si, en 1996, Wondimu Asfaw, invidente de enorme figura y gran corazón, y otra serie de personas con discapacidad, no hubieran unido esfuerzos para fundar SALU (Self Help Blind and Handicapped Association), que se dedica a prestar apoyo social y a impartir formación a cientos de discapacitados de Addis Abeba.
En la barriada de Mekenisa, una de los más pobres de Addis Abeba, viven unas 15.000 personas, muchas de ellas desplazadas a la gran ciudad huyendo de la pobreza. Una pobreza que, en gran medida, es también causante de esas discapacidades que marginan hasta casi anular a quienes las padecen: ceguera y otras enfermedades de la vista producidas por la falta de higiene y la malnutrición, amputaciones por las minas antipersona, polio, accidentes laborales…
La gente de SALU, conscientes de que la peor barrera para el discapacitado es el no creerse capaz, unieron fuerzas y lograron, a base de formación, integrar en la sociedad y en el mundo del trabajo a muchos de sus vecinos marginados. En el centro de la asociación se imparten cursos de confección de escobas y cepillos, de artículos de madera y metal, de cestería, de prendas de punto y costura y de la cría de animales. Muchas de las personas que se han formado en la asociación han montado su propio negocio y pueden mantener a sus familias con los ingresos. Otras han encontrado trabajo remunerado en una empresa o en una fábrica. Además se han realizado talleres de sensibilización para la comunidad local para promocionar la dignidad y el reconocimiento de la valía de dichas personas. Desde 2003 Manos Unidas colabora y apoya los proyectos de SALU.