Me llamo Nan Phawn Awar, pero todos me conocen como Mee Mee. Tengo 27 años, estoy casada y soy madre de 3 hijos. Pertenezco a la etnia Karen. En teoría, soy birmana, pero de hecho nunca he tenido pasaporte. Nadie de mi familia ha tenido nunca suficiente dinero para sacar uno. Trabajo desde las 3 de la madrugada limpiando mejillones a 0,40 € por cada kilo de mejillón limpio.
Con motivo del Día Mundial de los Refugiados desde Manos Unidas te hacemos llegar el testimonio de Nan Phawn Awar (Mee Mee) refugiada birmana de la etnia Karen, sin pasaporte, que cruzó hace cuatro años después de que el ejército de Birmania (ahora Myanmar) quemara su casa. Ahora vive como refugiada en Tailandia y trabaja al sur de Bangkok en una aldea de pescadores, limpia mejillones desde las 3 de la madrugada por 0,40 € el kg. Su marido es pescador.
Este es un ejemplo de la vida de una de las 8.325 personas beneficiarias de uno de los proyectos que apoyamos a la Comisión Católica Nacional de Migraciones (NCCM) que depende de la Conferencia Episcopal Tailandesa, y que es socio local de Manos Unidas en Tailandia.
Me llamo Nan Phawn Awar, pero todos me conocen como Mee Mee. Tengo 27 años, estoy casada y soy madre de 3 hijos. Pertenezco a la etnia Karen. En teoría, soy birmana, pero de hecho nunca he tenido pasaporte. Nadie de mi familia ha tenido nunca suficiente dinero para sacar uno.
Hace 4 años, mi marido, Sang, cansado de no poder dar una vida digna a nuestra familia, a pesar de que trabajábamos 12 horas diarias, me propuso que cruzáramos la frontera y pasáramos a Tailandia. Siempre me había dado miedo dejar nuestro pueblo, pero un día el ejército birmano llegó y quemó nuestras casas y hasta la escuelita en la que estudiaban nuestros hijos. Decían que estábamos dando refugio a los guerrilleros Karen que luchan contra el ejército birmano. Ya no teníamos nada, así que ese día cruzamos por el Paso de las Tres Pagodas, en la provincia tailandesa de Kanchanaburi.
Caminamos durante 5 días con nuestros hijos pequeños por la selva hasta que finalmente llegamos a un sitio seguro, en la ciudad de Sangklaburi. Allí había mucha gente de nuestro pueblo y de las otras etnias que forman Myanmar: cientos de miles de personas nos agolpábamos en busca de trabajo para poder dar de comer a nuestra familia. Mi marido conseguía ganar algún jornal en la agricultura o en la construcción, pero apenas podíamos subsistir. Pasados unos meses, nos hablaron de que había trabajo en los barcos de pesca que operan en la costa tailandesa, al sur de Bangkok.
Nos trasladamos con nuestra familia y ahora vivimos en una pequeña casa con otros migrantes birmanos. Nuestros maridos trabajan como pescadores y nosotras, las mujeres, trabajamos todo el día limpiando los mejillones que traen los barcos. Nuestra casa está sobre montañas de conchas de mejillón y a veces los niños, descalzos, se cortan y se hacen heridas. También hay ratas y serpientes y otros animales que viven entre los desechos de los mejillones y son peligrosos.
Yo empiezo a trabajar limpiando mejillones sentada a la puerta de mi casa, a las 3 de la madrugada. Nos pagan sólo 16 Bahts (0,40€) por cada kilo de mejillón sin concha y tenemos que trabajar muchas horas para poder reunir un par de cestas que vender a los intermediarios de las empresas conserveras. Mi marido vuelve a casa cada 15 o 20 días y al menos nosotros le vemos.
Somos afortunados, porque muchas de las familias rohingya que son nuestros vecinos, cuentan que sus maridos y sus hijos se pasan meses en los barcos y nunca vuelven a casa. Sang, mi marido, me cuenta que las condiciones de trabajo en los barcos son muy duras. Siempre les toca a los birmanos hacer las tareas más sucias y peligrosas, que los tailandeses no quieren hacer. Y hay muchos pescadores que no cobran nada por su trabajo, porque han sido vendidos a los patronos de los barcos.
Nosotros los Karen somos cristianos, pero la mayoría de los otros emigrantes birmanos son budistas, a excepción de los rohingya, que son musulmanes. Pero todos recibimos la ayuda de la Comisión Católica Nacional de Migraciones de Tailandia, sin importar nuestra religión. Ellos nos han ayudado a conocer nuestros derechos como emigrantes, a aprender la lengua tai, a que nuestros hijos puedan ir a la escuela, a tener acceso a microcréditos con los que poder atender las necesidades de nuestra familia. Trabajamos muy duro para sacar a nuestros hijos adelante y nuestro sueño es poder volver a nuestro país algún día y vivir allí en paz
No es el poder el que corrompe sino el miedo. El miedo de perder el poder corrompe a los que lo tienen, y el miedo del abuso del poder corrompe a los que viven bajo su yugo. Aung San Suu Ky
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