La parroquia del Dulce Nombre de María está situada en el municipio de Santa Rosa de Copán. Ha sido nuestra siguiente etapa en este viaje de formación. En esta ocasión hemos estado visitando proyectos centrados en la gestión agrícola, con un énfasis especial en la soberanía alimentaria.
Se trata de una parroquia que abarca más de cuarenta comunidades, muy distanciadas entre ellas, con deficientes vías de comunicación, y enclavadas en un paisaje montañoso. La mayoría de estas comunidades no tienen la propiedad de la tierra que cultivan, ni posibilidades de acceso a ella.
Nos han acompañado como guías el padre Efraín, un sacerdote muy comprometido y querido por sus gentes, y el equipo de tres jóvenes promotores que acompañan la vida de estas comunidades.
En cada una de las comunidades se desarrollan proyectos centrados en la implementación de huertos familiares y parcelas demostrativas, con la plantación de nuevos cultivos, buscando mejorar la nutrición de los niños y de las familias, y a la vez, crear una pequeña base económica con la venta de los excedentes. Se trata de grupos ya organizados, que empiezan a manejar pequeños fondos, a modo de cajas rurales, reinvirtiendo y gestionando pequeños préstamos entre los miembros de la comunidad, potenciando con ello su mejora y desarrollo.
En las comunidades de Ocote (municipio de Veracruz) y San Antonio (municipio de Dolores), a pesar de la precariedad de la situación, que imposibilita la propiedad de la tierra y los arrendamientos a corto plazo, están apostando por una agricultura orgánica y sostenible; prestan especial cuidado al mantenimiento del maíz criollo, protegiendo la semilla para así no depender de otros cultivos transgénicos. Ellos comprueban, gracias a esta semilla y al resto de hortalizas, la mejora de la nutrición de sus hijos. Además, la organización les está ayudando en la convivencia, y a romper el aislamiento con el resto de comunidades.
Pero es cierto que el acceso a la propiedad de la tierra marca notablemente la planificación y desarrollo de una comunidad, tal y como hemos comprobado en la comunidad de Pasquingual (municipio de Dulce Nombre). “Tenemos lo más importante: organización, tierra y agua”, comentó uno de los socios de este grupo (‘Por un futuro mejor’). Y así, nos mostraron su interés por comercializar los excedentes y otros de los proyectos a largo plazo que les posibilita esa propiedad, opciones por las que nos mostraron sus inquietudes como grupo organizado, que siente la necesidad de abordar, trabajar y encauzar sus propios retos.
Son comunidades en un medio bello, pero duro, que siguen sintiéndose ligadas a su entorno, a su tierra, con entusiasmo vivo para continuar trabajando, y viviendo en y de ella. No abandonan, a pesar de todos los inconvenientes.
Comenzamos la jornada con la visita a la Colonia del Padre Claret, en el Sector Rivera Hernández, una de las zonas “más calientes” de San Pedro Sula. Viven en una situación de alto riesgo, donde el narcotráfico, las maras y la violencia son el “pan nuestro de cada día”. De hecho, la Colonia está rodeada por siete maras.
En ese contexto, el Centro del Padre Claret es un referente para la Comunidad. Cuenta con iglesia, guardería, centro de día para mayores, centro de salud, dispensario (farmacia), y salón multiusos (centro polivalente). En un futuro, se emplazará una futura empresa de panadería.
Manos Unidas ha apoyado en los dos últimos años la mejora del dispensario y la reconstrucción del salón multiusos. A través de nuestra intervención, hemos formado a 25 agentes comunitarios de salud que realizan una importante labor de prevención en el sector. Estos agentes son los ojos de los médicos, pues son capaces de detectar algunos casos sencillos. Con el material básico, recorren las Comunidades y realizan campañas de prevención de enfermedades.
Estos agentes son personas voluntarias, la mayoría mujeres, y se les ha dado un instrumental básico para realizar su labor. También tienen encuentros y reuniones periódicas para mejorar su formación.
A la vez, desde Manos Unidas hemos apoyado la ampliación del botiquín con material de oficina para el registro de los casos de VIH, un microscopio, refrigerador para vacunas y un ecógrafo. También se ha ampliado el botiquín con medicina natural. Es fundamental la asistencia de este dispensario en el sector porque no existe otro en la zona, que carece de servicios. Es el único dispensario para 100.000 personas de 17 comunidades. De hecho, una de las maras, que se autodenomina ‘La Clínica’, también respeta este dispensario, porque atienden a sus familias y a ellos mismos cuando hay ajustes de cuentas o violencia.
El salón polivalente se utiliza para la capacitación y para reuniones y, en ocasiones, se alquila y contribuye a la sostenibilidad del centro.
El Padre Cándido, un español claretiano, es el encargado de esta zona. Con él trabajan la Hermanas Franciscanas de María Inmaculada desde hace 15 años, a partir del huracán Mitch. El Padre Cándido y las Hermanas dedican su vida en esta misión, en un verdadero gesto de entrega con los más necesitados. Ellos son un referente en la zona por la labor que desempeñan.
El complejo parroquial contará con un futuro proyecto de microempresa para poner en marcha una panadería. Este proyecto, a corto plazo, empleará a varias mujeres sin recursos y también será un referente para la zona, que no cuenta con panaderías.
Hay un proyecto que está en marcha en esta colonia en el que están participando muchos jóvenes a través de los centros de alcance, que les dan nuevas opciones. Son espacios lúdicos y de formación profesional, que suponen una esperanza para ellos, alejados de las maras, la violencia y el narcotráfico. Estos centros son fundamentales para la Comunidad, y cuentan con un respaldo importante de los jóvenes.
Estos proyectos de la Comunidad del Padre Claret en el sector de Rivera Hernández, tienen un carácter muy especial, porque son un referente en la vida de la gente. Son un instrumento de esperanza y de ilusión en medio de la pobreza y la violencia. Esta Colonia es fruto de la entrega de todos los que quieren un mundo mejor, un espacio en el que ser atendidos, un lugar para compartir donde todos tienen cabida.
Desde el año 1994, D. Ángel Garachana, claretiano, es obispo de San Pedro Sula. Nos recibió muy entrañablemente este burgalés (que todavía conserva su acento castellano) en su sencillo despacho, cargado de recuerdos personales, transmitiéndonos su profundo amor por esta tierra y sus gentes.
Nos dibujó de una manera sencilla y clara la situación de su país y de su diócesis.
Comenzó con destacar el momento que vive la diócesis de San Pedro Sula, un momento de discernimiento con una actitud de sensibilidad ante los profundos cambios socioculturales y religiosos que viven. Para ello, ha convocado un sínodo en donde se está reflexionando el camino recorrido y a seguir ante la nueva situación. “Estos últimos cincuenta años son los de más vigor, dinamismo y transformación de toda historia de la Iglesia en Honduras”.
Destacó y resaltó que es una Iglesia “llevada por laicos” (consejos pastorales, liturgia, pastoral social…), generando así un grandísimo dinamismo dentro de ella.
Después, nos hizo una fotografía de la problemática de Honduras, analizando primero las lacras existentes que se han acentuado por:
- Injusticia e inequidad social, que está creciendo, a la que los políticos son insensibles. No se corrige, sino que se acentúa.
- La corrupción de la conciencia, que es la que genera corrupción política, social y económica, estando en la raíz de la injusticia.
- La violencia, la impunidad y la indefensión: el narcotráfico, las maras, la no implicación de los organismos en la defensa de los ciudadanos, el impuesto de guerra, el miedo… “Se ha roto la tela colectiva de la conciencia”.
Enfatizó en la cultura hondureña, como poseedora de otros muchos valores -“El pueblo hondureño es muy querendón”-. Destacó los gestos de solidaridad, que dan pie para poder poner en marcha los proyectos de ayuda que mejoran su situación.
Es cierto que hay una baja autoestima y complejo de inferioridad por el contexto en el que se está viviendo, comentaba monseñor. Proponía que los proyectos, así, deberían ir encaminados hacia la generación de cambios de actitud. “Crear la sensibilidad hacia la superación y la dignidad consigo mismos”. “El hondureño, cuando ha sido motivado, apoyado y capacitado ha salido adelante, se ha llenado de dignidad”.
Fue un encuentro intenso; nos dedicó su tiempo. Familiar, anecdótico y de gran afectividad. Nos recordó su colaboración con Manos Unidas en las campañas de la década de los 80. Al finalizar, entregándole el libro del cincuenta aniversario (por el que mostró mucho interés), le pedimos un mensaje para transmitir a todas las personas que trabajamos y colaboramos con Manos Unidas: “Que sigamos con las manos unidas y, sobre todo, con la esperanza”.
Seguimos con nuestro enriquecedor viaje de formación por tierras hondureñas. Proseguimos visitando y conociendo programas de gran impacto en el desarrollo y vida de las personas implicadas.
En primer lugar, visitamos en zona urbana y bajo el auspicio de su párroco D. José Gómez, sacerdote diocesano murciano, en la parroquia de Ntra. Sra. de Guadalupe, una microempresa de trabajos textiles, gestionada por mujeres de diferentes comunidades de La Lima (departamento de Atlántida), que administran todo el dinero que ganan. Confeccionaban distintos géneros de piezas, suministraban al colegio vecino los encargos que le realizaban (uniformes, decoración navideña…) o a los miembros de su comunidad. Pero su especialidad era la ropa de casa, que llevaban a algunas ferias a vender. Se presentaron una a una, contándonos sus puestos, sus responsabilidades y funciones dentro del grupo ‘La Guadalupana’. Una vez más, fuimos testigos de que esta actividad de promoción está íntimamente vinculada a su profunda Fe, que irradiaban. Ellas se convierten en semilla que se multiplica en cada una de las comunidades de las que provienen, extendiéndose todos los beneficios a un sector más amplio.
Son mujeres que han conseguido ser protagonistas de su propia vida, teniendo un papel más activo y valorado en sus familias y en su comunidad. Son mujeres luchadoras. Nos agasajaron con fruta y nos despedimos con emoción, con un círculo de manos unidas.
Después, el párroco D. José, muy querido por las mujeres, nos expuso la gestación de este proyecto y todas las ideas que sigue teniendo para seguir mejorando y promocionando a su comunidad. Es un hombre admirable, de esos que no han pasado desapercibidos para nosotros en este viaje: un hondureño con acento murciano.
Cambiamos de escenario. Y nos adentramos en un mundo campesino cuyo paisaje, aparentemente exuberante (se trata de un mar de palma africana), se ha convertido en una trampa para la gente del lugar. En ese entorno, Manos Unidas esta promocionando, ante la imposibilidad de que las mujeres accedan a un trabajo, una organización para que gestionen un gallinero de más de 1.500 gallinas ponedoras de huevos. Ellas se dedican a todas las fases de la producción organizadas por turnos: alimentación, recogida de huevos, su limpieza, envasado y venta. ‘El Encanto’, nombre que pusieron a su grupo, son madres solteras y sin posibilidades para tener entradas propias de recursos. Esta actividad les ha abierto un futuro más esperanzador.
Como todos estos grupos que estamos visitando, han recibido, además de la capacitación de su actividad, formación para la gestión de esta microempresa que ya ha empezado a dar sus beneficios.
En el mismo contexto, en Pigüiles (municipio de La Lima), fuimos testigos de otra actividad para el mismo perfil de mujer beneficiaria, siendo en esta ocasión enfocada a la cría de tilapia, pescado que se consume popularmente en la zona. Estaban en la fase de crianza y con la esperanza en los próximos días de poder vender la primera producción. Su preocupación ahora es organizar la comercialización, pero dada su vitalidad e ilusión estamos convencidos de que lo lograrán.
Hoy visitamos el proyecto que realiza el socio local de Manos Unidas, Caritas diocesana de San Pedro Sula, en la localidad de Villanueva. La parroquia de esta misma localidad ha cedido diversos locales de la iglesia para que Caritas, en coordinación con la municipalidad (ayuntamiento) de la ciudad, luche contra la violencia de género, un problema de enorme entidad en una sociedad tan machista como la hondureña.
La mujer en Honduras tiene generalmente un escaso nivel cultural, siendo frecuentemente objeto de violencia de género y el abandono de su pareja, haciéndose cargo de sus hijos ellas solas.
Visitamos en primer lugar la Oficina Municipal de la Mujer de Villanueva, órgano que pone en contacto a la mujer maltratada con Caritas, la cual dispone de los locales y de un equipo profesional, formado por abogados y psicólogos, que aumentan la autoestima de la mujer maltratada a fin de lograr que ejerza sus derechos legales.
Hemos sido testigos de consultas profesionales entre la abogada de Caritas y mujeres afectadas por distintos casos de violencia, que nos ha hecho conscientes de la terrible problemática y de las situaciones que tienen estas mujeres por cuestiones de abandono familiar por parte del hombre, entre otras, dejando realidades muy duras de superar.
Buscando superar y mitigar esta problemática, hemos comprobado los diferentes recursos que Caritas desarrolla para dignificar la situación de estas mujeres: un taller de bisutería con venta de productos y una asociación de mujeres que, unidas, fabrican pan y pastelería variada, ofreciéndola a la comunidad para generar ingresos, sirviéndoles de terapia ocupacional. Oímos testimonios estremecedores. Y a pesar de todo, se mostraron como personas positivas, con una enorme sonrisa, con ganas de luchar y una profunda fe, garantía segura de superación.
En segundo lugar, Caritas logró que tuviéramos una entrevista con el juez de familia que resuelve los casos de violencia de género del departamento de Cortés, en colaboración con Caritas y el Instituto Nacional de la Mujer de Honduras, el cual agradeció la participación de Caritas en la lucha contra la violencia de género en la demarcación. Anualmente, cuatro jueces de familia deben resolver anualmente unas 3.800 denuncias de este tipo, muchas de ellas contando con la participación de Caritas. que aporta su equipo de abogados, psicólogos y casas de acogida, habiendo realizado los protocolos de actuación.
En Honduras, los juzgados de familia son competentes para tramitar las denuncias de violencia de género que no son constitutivas de delito (violencia grave), estando capacitados para imponer a los condenados determinadas sanciones temporales (separación conyugal, protección al menor, etc.) con el objetivo de evitar conductas más graves. La ley hondureña contra la violencia de género intenta evitar la desintegración del núcleo familiar.
Es un proyecto que merece el apoyo de Manos Unidas dada la profesionalidad de los integrantes del mismo, como pudimos comprobar prestando servicios integrales especializados a la mujer víctima de esta violencia.
Hoy, 25 de septiembre, los voluntarios de Manos Unidas en visita de formación en Honduras hemos visitado las Comunidades Rurales de la Cordillera del Merendón, en la parte Noreste del país.
Las Comunidades de ‘Las Virtudes’ y ‘La Unión’ están formadas por mujeres que han contado con el apoyo de Cáritas para su formación y acceso al mercado laboral. Estas mujeres han constituido microempresas, autogestionadas por ellas mismas, dedicadas a la producción de pan y otros productos para las poblaciones cercanas (por cierto, damos fe de que estaban buenísimos). Y tienen ya previsto reinvertir los ahorros generados con su actividad en la ampliación de sus empresas a otras actividades.
Los agricultores de estas comunidades nos han contado su situación, que está condicionada por el elevado precio de los insumos y por los mediadores.
También hemos visitado el Centro Medioambiental creado por Cáritas en la Comunidad del ‘Naranjito’, constituido por una escuela de formación medioambiental, con aulas formativas, comedor, miradores, granjas, etc. El ambiente natural en el que está situado este complejo es fascinante, y el centro es un referente para niños y jóvenes, y un medio para apoyarles en su futuro.
Como experiencia personal al grupo de Manos Unidas nos ha parecido muy interesante la implicación de las comunidades locales para llevar a cabo estos proyectos. Cada realidad es distinta, y todos los grupos nos han mostrado su ilusión y sus ganas de trabajar para salir adelante. Una de las comunidades está formada, en su mayoría, por madres solteras dispuestas a salir adelante con mucho empeño. También hemos percibido la importancia de los grupos locales, -nuestros socios en esta zona-, por el magnífico trabajo que desarrollan. Ellos son nuestras manos en esta tierra y conocen muy de cerca su realidad. Por eso, el apoyo y seguimiento que hacen con estas comunidades es admirable.
En este segundo día de nuestro viaje formativo, nos llama la atención las ganas de salir adelante, el trabajo en equipo, el esfuerzo conjunto de la comunidad, su ayuda mutua,… Son valores claves para fraguar un futuro en esta tierra. Hoy lo hemos visto patente.
Iniciamos el día acudiendo a la reunión semanal de oración de los lunes con nuestros socios locales de la CASM (Comisión de Acción Social Menonita) en el municipio de Choloma, en donde, después de una rato de oración compartida, nos explicaron todos sus trabajos con los más desfavorecidos en San Pedro Sula: nos impresionó mucho su labor para dignificar la vida de los hondureños en los Bordos (poblados a las orilla del río), mediante la integración y la capacitación laboral de jóvenes, y mediante la prevención y el acompañamiento de niños y familias infectadas de VIH. Nos sorprendió el entusiasmo, las ganas de trabajar y su vocación de ayudar a los demás.
Con ellos, llegamos a una de las comunidades de Choloma (departamento de Cortés) en donde Manos Unidas apoya un proyecto integral del desarrollo de la zona, con la mejora de condiciones de la conservación y uso del río Choloma, y su aplicación directa en el cultivo del cacao. Ahí disfrutamos muchísimo.
La APACH, una asociación creada a partir del proyecto y en vías de conversión en una cooperativa, ha trabajado y trabaja en la explotación y comercialización del cacao a través de productores locales. Nos enseñaron su metodología, probamos el cacao (¡buenísimo!) y vimos cómo un proyecto puede cambiar la vida de una comarca con gente entusiasmada, emprendedora y con ganas de vivir, amante de su tierra, en una zona tan desfavorecida.
Han sido capaces de, junto a esta actividad tradicional, crear una microempresa, liderada por mujeres, para el cultivo de semillas y plantas de cacao, y desarrollar esta plantación con calidad altísima en la comarca.
Y todo ello, trabajando ya con empresas suizas que han fijado sus ojos en la calidad de su cacao. Han sido capaces de exportar 3 toneladas de cacao, defendiendo sus derechos e inversiones, lo que ha supuesto un empuje económico y social para su comarca.
Sus miradas, sus sonrisas y su trabajo, nos lo decían todo.