Sin llegar a ver los primeros rayos de luz del día, y todavía procesando las impresiones de los paisajes y charlas del primer día, nos levantamos para emprender un nuevo viaje en taxi-barco para adentrarnos al Valle del Javari.
Es ésta una región de una impresionante belleza natural, con una enorme riqueza cultural. Aquí, viven 6.300 personas pertenecientes a siete pueblos originarios: Marubo, Matsés, Matis, Kanamari y Kulina Pano, de contacto anterior, y los korubo y los tsohom-dyapa, de contacto más reciente. Asimismo, es el hogar de 19 pueblos aislados del contacto humano, que siguen manteniendo costumbres como el nomadismo y la caza.
Todos ellos tienen que hacer frente a la invasión continua de cazadores, pescadores, mineros, narcotraficantes y acaparadores de tierras. Estos se introducen en los bosques y ríos de este vasto territorio, atraídos por las riquezas que se encuentran en él, causando destrucción y atemorizando a su población, que tiene convivir con esta violencia.
Siendo testigos directos de la deforestación, de la que tanto hemos oído hablar y que tanto perjuicio causa al planeta, nuestro trabajo en el territorio cobra mucho más sentido.
Después de visitar la escuela y vivir el día a día de la aldea de São Luís, nos sentamos a hablar con los líderes de las comunidades sobre los proyectos con los que colaboramos junto con los socios locales Consejo Indigenista Misionero (CIMI) y CTI. Con ellos, estamos apoyando la promoción de los derechos sociales y económicos con indígenas del río Javarí medio, Curuça y de los pueblos indígenas del contexto urbano, con el objetivo de alcanzar la autonomía territorial, la soberanía alimentaria e incidir en las políticas públicas y el fortalecimiento de la educación intercultural en la Tierra Indígena del Valle del Javarí.
Sin duda, las risas de las crianças, como les llaman a los niños en portugués, con los que hemos compartido clases, bailes y juegos, viajarán de vuelta con nosotros hasta España.