El conflicto en el Tigray ha causado graves daños en el sistema sanitario de la región. Al bloqueo decretado por el gobierno federal, que durante dos años impidió la entrada de material sanitario a la región, hay que sumar los destrozos y saqueos por parte de los ejércitos contendientes en los centros hospitalarios.
El hospital de Kidane Mehret, en Adwa, gestionado por las hermanas salesianas fue el único que continuó funcionando en toda la región. Con apoyo de Manos Unidas, durante el conflicto, el hospital llegó a atender una media de 200 partos al mes.
«Los materiales no llegaban porque la región estaba sitiada, pero hicimos todo lo posible por las personas que acudían, desde todos los rincones de la región en busca de atención sanitaria», asegura la hermana Pauline Nkata.
Algunas de las mujeres embarazadas morían en el camino. No había transporte entre los pueblos. Otras llegaban con unas infecciones terribles consecuencia de partos mal atendidos en condiciones deplorables.
«Durante la guerra hubo noches que atendimos una media de 25 o 30 partos y una veintena cada día» (Hermana Pauline Nkata).
La presencia de misioneras internacionales y médicos/técnicos expatriados ha garantizado que no se haya bombardeado o saqueado el hospital, protegiendo así las vidas de decenas de miles de personas.
Manos Unidas también ha colaborado al buen funcionamiento del hospital con el pago de los salarios de parte del personal sanitario expatriado y de un agrónomo que posibilitó que se pudiera alimentar a los pacientes ingresados y a personas de los campos de desplazados internos, gracias a lo obtenido en la huerta.