Un pueblo que se levanta una y otra vez

Haití afronta los impactos de los desastres naturales y la crisis crónica.

Haití - Foto Manos Unidas

Acostumbrado a un eterno recomenzar, el pueblo haitiano afronta con fuerza y dignidad los embates de los desastres naturales y los daños de una crisis crónica de la que muchas personas tratan de escapar por el difícil camino de la migración.

El cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible parece algo cada vez más lejano como consecuencia, entre otros factores, del cambio climático, la pandemia, los conflictos, las injusticias e inequidades y un modelo económico que no busca el desarrollo integral de las personas.

Haití es un triste ejemplo de ello. El 60 % de su población vive bajo el umbral de la pobreza y la esperanza de vida es de 64 años. La pandemia, sin ser especialmente grave en su dimensión sanitaria, sí lo ha sido a nivel económico y social para una población que vive, en su mayoría, de la economía informal y de las remesas de los emigrantes.

A esta crisis crónica se suman desastres como el terremoto de 2010, al que siguió una epidemia de cólera, el huracán Matthew en 2016 y el terremoto del pasado año, lo que hace que la población haitiana perciba la emigración como la única salida posible (Juan de Amunátegui).

Con una historia convulsa desde su independencia en 1804, Haití es hoy un estado fallido que sufre una crisis profunda que afecta a todos los ámbitos y que ha generado una situación de inseguridad extrema con bandas criminales ocupando el vacío de poder. Esta violencia, en forma de secuestros, asesinatos y amenazas, ha llegado a afectar también a estrechos colaboradores y socios locales de Manos Unidas.

Haití - Foto Manos Unidas

El dolor de la frontera

A esta crisis crónica se suman desastres como el terremoto de 2010 al que siguió una epidemia de cólera, el huracán Matthew en 2016 y el terremoto del pasado año, lo que hace que la población haitiana perciba la emigración como la única salida posible.

Miles de personas salen cada año con destino a países de Latinoamérica o Norteamérica. Cruzar la frontera con República Dominicana supone la salida más habitual. En el país vecino malviven más de un millón de haitianos. En la mayoría de los casos, trabajan en pésimas condiciones en el sector Haití - Foto Manos Unidasagrícola o en la construcción y sufren la negación de sus derechos más básicos. En ambos lados de la frontera se acumulan bolsas de pobreza en las que Manos Unidas trabaja para mejorar las condiciones de vida y humanizar los procesos de migración.

Desde Haití, el padre Fredy Elie, director del hogar «Niños de la Esperanza», nos habla de una situación cada vez más dura: «Cada día llegan cinco camiones con migrantes haitianos solo en al acceso fronterizo de Elías Piña. Es un puro negocio: los haitianos son deportados por la mañana y en la tarde ya están intentando regresar. Las personas venden todo para conseguir dinero y negociar para lograr entrar, todo ello sin garantías de quedarse. Es una perpetuo recomenzar…».

Con el apoyo de Manos Unidas, el hogar da refugio a muchos menores de edad haitianos que han quedado huérfanos o solos, sin protección, a causa de la migración o deportación de sus padres. «Es una situación dolorosa. Hay incluso deportaciones de menores que ya habían comenzado la escuela en República Dominicana y habían aprendido el español para no ser discriminados. Nuestra misión es que todos estos niños y niñas vuelvan a sonreír a la vida», afirma el padre Fredy.

No podíamos acabar sin mencionar precisamente esa sonrisa del pueblo haitiano; un pueblo que con su fortaleza, espiritualidad y dignidad es capaz de levantarse una y otra vez ante las infinitas adversidades. Y esto es especialmente destacable en el caso de las mujeres que, a causa de la emigración de los varones, se enfrentan solas al reto de sacar adelante a sus familias y comunidades.

Texto de Juan de Amunátegui. Departamento de Proyectos de América.
Este artículo fue publicado originalmente en la Revista de Manos Unidas nº 217.

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