Si el contexto en el que se forma el alumno condiciona su evolución, ¿cómo será estudiar en pleno campo, en aulas de madera y con las gallinas desfilando juguetonamente bajo los pupitres? Pues, vistos los muy buenos resultados obtenidos por el Instituto del Buen Pastor de Jacmel (Haití), donde estudian 450 alumnos de Secundaria y 60 de Primaria, la experiencia es realmente positiva.
Aunque pueda parecer contradictorio en un país como Haití, donde el Estado es muy centralizado pero apenas cuenta con recursos –prácticamente, su acción no llega más allá de la capital, Puerto Príncipe– y en el que la educación arrastra unos déficits brutales –solo el 23% de las escuelas son públicas en la nación más pobre de América Latina–, hay oasis de esperanza.
Como Jacmel, localidad costera de fuerte tradición artística, en la que la enseñanza funciona relativamente bien. Y ello a pesar de las enormes dificultades, siendo la última y más trágica el terremoto que el 12 de enero de 2010 sumió en escombros gran parte del país. Entonces, las 11 escuelas de la ciudad quedaron afectadas, en mayor o menor grado, por lo que hubieron de suspenderse las clases.
La respuesta la dio desde el primer momento Cáritas Diocesana, que, con el apoyo económico de Manos Unidas, ha conseguido que la actividad haya vuelto a las aulas, donde se forman cerca de 7.000 alumnos.
Una vez que el edificio que albergaba el Instituto del Buen Pastor (fundado más de una década atrás por Guire Poulard, entonces obispo de Jacmel y hoy pastor de Puerto Príncipe), en el centro de la ciudad, se vio resquebrajado por las grietas a causa del seísmo, desde Cáritas optaron por sanar las heridas de los niños y jóvenes con un colegio improvisado en el campo. Algo que resultó fundamental.
“Ha habido un gran cambio en los chicos desde el tiempo posterior al terremoto. Se percibe que el estrés y la tristeza han dado paso a la alegría y la jovialidad”, explica el director de la escuela, el sacerdote Jean Théodule Domond.
Como explica Domond, aquí son muy exigentes con lo alumnos, apostando por una educación de calidad que comprende desde Primaria hasta los estudios antecedentes a la universidad. De hecho, reconoce orgulloso el director, su sueño es que algún día ellos mismos puedan convertirse en una universidad.
A esta apuesta por una educación de calidad contribuye mucho el compromiso de los padres (que pagan las cuotas, el material y los uniformes de sus hijos, además de asistir a numerosas reuniones en el colegio) y el que haya un profesor por cada asignatura, que van desde las Matemáticas, la Lengua o la Filosofía hasta idiomas como el español.
En el nº 2.816 de Vida Nueva. Haití, un futuro en las aulas, íntegro solo para suscriptores