Homilía de Mons. Álvarez en la Jornada Nacional de Manos Unidas.
El pasado domingo, 9 de febrero, tuvo lugar, en la parroquia de San Bruno de Madrid, la celebración de Eucaristía correspondiente a la Jornada Nacional de Manos Unidas.
En la homilía, monseñor José Antonio Álvarez, obispo auxiliar de Madrid, explicó que la sexagésimo sexta Campaña de Manos Unidas, «nos recuerda, con sabiduría evangélica, que “compartir es nuestra mejor riqueza”».
Extractamos algunos de los párrafos destacados de un sermón en el que el prelado aseguró que la mirada de todos debería estar puesta en aquellos que, aunque geográficamente estén lejos, en los corazones deberían estar siempre muy cerca.
(….) «Hoy nuestros ojos se dirigen a quienes en cualquier parte de la casa común que habitamos, forman parte de la gran familia humana y claman por una vida más digna y por una prosperidad que no alcanzan. En mil rincones del mundo también muchos de ellos celebran esta eucaristía alrededor del mismo Cristo que nos congrega. Como al profeta Isaías, también la mano de Dios ha tocado nuestros labios, para que de ellos salga una palabra de aliento y de esperanza para nuestro mundo, especialmente para todos aquellos que no son reconocidos en su dignidad de hijos de Dios, por sufrir el dolor, la soledad, el miedo, la tristeza, la violencia o la falta de libertad. Algunos incluso sufren persecución por su fe».
(…) «La invitación que hemos escuchado en el Evangelio de Lucas es todo un reto y una llamada a vivir la aventura de la fe: “Rema mar adentro”; para concluir el relato con un parco pero elocuente: “y dejándolo todo, lo siguieron”. Es la propuesta de Jesús al pie de esta barca que es la Iglesia. La formamos todos los que participamos de la común dignidad bautismal que nos constituye en discípulos y misioneros de Cristo.
Manos Unidas nos invita a adentrarnos mar adentro donde nos esperan los hambrientos de pan y de sentido, de prosperidad y de consuelo espiritual.
Adentro, muy adentro, nos esperan los niños y los jóvenes que nunca han ido a una escuela, que no han tenido maestros que abran sus mentes a la verdad para hacerse preguntas y encontrar respuestas. Y, muy, muy adentro entre tanta fragilidad, está la realidad escandalosa de los niños esclavos y de los niños soldado que clama todos los días al Cielo.
Adentro, muy adentro del mar de este mundo, nos esperan también los hombres y mujeres que trabajan sin descanso, literalmente sin descanso, con jornadas interminables, y que ven como el fruto de su esfuerzo es insuficiente para tener una morada digna, para constituir una familia y, para poder soñar con un mañana mejor.
Adentro, muy adentro del mar de este mundo, nos esperan todos aquellos que en la incertidumbre y en la desesperación dejan sus hogares, sus familias y su tierra para aventurarse en una travesía incierta y desesperada, en la que solo algunos pocos, muy pocos, alcanzan la tierra prometida de nuestro primer mundo que no siempre los acoge, ni los valora, ni les da una oportunidad, ni los acompaña como hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre.
Pero, también lo sabemos y nos devuelve la esperanza: también adentro, muy adentro del mar de este mundo, en las orillas más extremas y en muchas periferias, nos aguardan quienes ya hicieron ese viaje mar adentro y se quedaron con ellos. Misioneros, voluntarios, hombres y mujeres generosos y solidarios. Ellos están allí, y nos dan sus manos. A ellos podemos unir las nuestras. Hagámoslo ahora, hagámoslo siempre. Con las manos unidas adentrémonos hacia la luz que nos alcanza desde el horizonte de todos los mares del mundo. Sabemos como nos dice el Papa Francisco que “mientras nuestro sistema económico y social produzca una sola víctima y haga una sola persona descartada no habrá una fiesta de fraternidad universal.
Sí, unamos nuestras manos y hagámoslo con confianza y alegría. Porque, adentro muy adentro, nos aguarda el mismo Señor que nos llamó. El que se identifica con la suerte de los sufrientes y el que alienta y sostiene nuestro viaje.
La barca está preparada, los remos dispuestos. Sólo faltan brazos y corazones que, transidos por el cariño del Dios compasivo y misericordioso, se dispongan a iniciar esta travesía. Por tu Palabra, Señor, ayúdanos a echar de nuevo las redes».
Os invitamos a ver la homilía al completo en este enlace.