En Manos Unidas recibimos con entusiasmo la nueva encíclica del papa Francisco. Con ella en la mano, nos sentimos alentados en nuestro trabajo con nuestros hermanos del Sur, y nos hace recordar que la labor de Manos Unidas está animada por la fe.
En Manos Unidas recibimos con entusiasmo la nueva encíclica del papa Francisco. Con ella en la mano, nos sentimos alentados en nuestro trabajo con nuestros hermanos del Sur, y nos hace recordar que la labor de Manos Unidas está animada por la fe “que nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, una amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida”. Esto nos pone en la confianza de que el desarrollo material que buscamos no puede dejar atrás la posibilidad del encuentro con Dios, que sostiene la vida.
En el texto aprendemos que la fe no nos separa de la realidad, sino que su luz “está vinculada al relato concreto de la vida, al recuerdo agradecido de los beneficios de Dios y al cumplimiento progresivo de sus promesas”. Algo que constatamos, y a lo que contribuimos en el día a día de nuestro trabajo. Pero trabajamos con ventaja, porque la nuestra es una fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo.
Una de nuestras preocupaciones es conocer a fondo la realidad de los países en los que apoyamos proyectos, desentrañar las causas de las injusticias y buscar soluciones. En este aspecto, nos recuerda el papa que la fe no se opone al conocimiento, si no que lo ilumina, nos ayuda a mirar con la “perspectiva de Jesús”. La fe convierte nuestro conocimiento en un conocimiento del corazón, que consiste en entrar profundamente en la realidad de los otros, “captando su significado profundo, descubrir cuánto ama Dios a este mundo y cómo lo orienta incesantemente hacia sí; y esto lleva al cristiano -a Manos Unidas- a comprometerse, a vivir con mayor intensidad todavía el camino sobre la tierra”.
Después de exponer el significado de la fe como camino abierto a Dios, y la fe como luz y su relación con la verdad y el amor, y tras afirmar la eclesialidad como condición que la hace posible, la encíclica termina explicando cómo la fe no se reduce a ser un bien para el creyente, sino que lo es, también, para la vida en común de todos. En este capitulo encontramos un impulso claro a nuestro trabajo y, todavía más, precisamente, para el trabajo del año que viene, en el que profundizaremos en el significado de la fraternidad humana como fundamento de la construcción de una sociedad para los hombres. “¡Cuántos beneficios ha a portado la mirad de la fe a la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común!” “La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo, nos pone en el camino del servicio al bien común, “servicio de esperanza”.
Esperamos que la lectura de la encíclica nos ayude a dar todo el valor a la fe como camino, luz, sostenimiento y servicio a la construcción de un mundo nuevo según la mirada de Dios.