Seamos la generación del "Hambre cero"

Artículo con motivo de la Precumbre sobre Sistemas Alimentarios de Naciones Unidas.

Monseñor Chica Arellano. Foto: ONU

El 7 de julio de 2021 fue asesinado el presidente de Haití, Jovenel Moïse. Este magnicidio ha colocado a la nación caribeña al borde del abismo, agravado la compleja situación que ya se vivía en ella desde hacía décadas y acrecentado una inestabilidad que puede tener nocivas repercusiones para un pueblo que sufrió un terremoto devastador en el 2010. No se sabe qué va a pasar.

Pero sí sabemos que este es uno de los países más pobres del mundo, en concreto, el más indigente del continente americano. Según un estudio del Banco Mundial, basado en la encuesta de salud y servicios humanos de 2012, la más reciente disponible, casi el 68% de la población vive bajo la línea de pobreza y muchos padecen el inicuo flagelo del hambre. De hecho, la mitad de todos los haitianos están desnutridos y 100.000 niños haitianos menores de 5 años sufren desnutrición aguda.

Es el tiempo de actuar, de hacer cosas distintas

¿Qué puede recibir el pueblo haitiano de la Cumbre sobre los sistemas alimentarios que, convocada por Naciones Unidas, tendrá lugar en Nueva York en el próximo mes de septiembre? ¿Y de la Precumbre sobre el mismo tema, que se celebra en Roma entre el 26 y 28 de julio? ¿Qué pueden esperar los más de 800 millones de personas privadas del pan cotidiano en nuestro planeta, un número inaceptable sabiendo que el mundo derrocha más de 1.000 millones de toneladas de alimentos cada año?

El hambre había comenzado a crecer paulatinamente desde 2014, pero la pandemia ha disparado las cifras y, aproximadamente, 100 millones de personas más la sufrieron en 2020. Por otra parte, la inseguridad alimentaria alcanzó a 2.000 millones de personas y la malnutrición infantil afectó a 149 millones de niños (el 22% de la población), acarreándoles graves problemas de emaciación.

Sin embargo, no podemos contentarnos en los foros internacionales con elaborar estadísticas, formular estrategias o consensuar compromisos. Esto es necesario, pero no suficiente. Ha llegado el tiempo de actuar sabia, mancomunada y efectivamente. Los pobres piden soluciones, no solo minuciosos diagnósticos de sus angustias y congojas.

El empeño del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, es que estas destacadas citas internacionales promuevan un cambio radical y perentorio que logre facilitar el cumplimiento de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, estipulados globalmente y entre los que se halla la erradicación del hambre en el mundo para 2030 (ODS 2).

Que todos podamos tener acceso a comida sana, nutritiva y equilibrada es sustancial para el progreso del mundo y la estabilidad internacional.

En este sentido, y según dijo recientemente el economista jefe de la FAO, Máximo Torero Cullen, “la Covid puede ser una ocasión para hacer cosas distintas. Si no realizamos un cambio estructural de los sistemas agroalimentarios, la cosa se va a poner muy complicada”. Es urgente, por tanto, transformar los sistemas alimentarios, volviéndolos inclusivos, asequibles, sostenibles y basados en una agricultura familiar eficiente, al tiempo que se combaten los dañinos efectos del cambio climático, la desigualdad y la violencia que hiere mortalmente numerosas regiones del orbe.

Pero podemos preguntarnos, ¿qué son los sistemas alimentarios? Un sistema alimentario comprende todos los aspectos de la alimentación y la nutrición de las personas: cultivo, cosecha, envasado, procesamiento, transporte, comercialización y consumo de alimentos. Abarca todas las interacciones entre las personas y el mundo natural (tierra, clima, agua, etc.) y sus efectos sobre la salud y la nutrición humana. Abraza los insumos, instituciones, infraestructura y servicios que apoyan el funcionamiento de todos estos factores. E incluye el papel de las dietas y las prácticas culturales en la configuración de los resultados.

Un sistema alimentario es sostenible cuando proporciona alimentos nutritivos y adecuados para todos sin comprometer la salud del planeta o las perspectivas de que las futuras generaciones tengan satisfechas dignamente sus necesidades alimentarias y nutricionales.

Un panorama mundial marcado por el coronavirus

La importancia de los sistemas alimentarios en la vida de las personas nos dice que estos dos relevantes encuentros multilaterales pueden ayudar en gran medida a esclarecer un panorama mundial que el coronavirus no ha hecho más que empeorar. Se requiere para ello la implicación de todos y cada uno, razón por la cual es fundamental escuchar la aportación de científicos, políticos, agricultores, empresarios, economistas, comerciantes, etc. Pero, sobre todo, es imprescindible que se acoja el clamor de los más vulnerables, de las comunidades indígenas, de las mujeres rurales, de los campesinos, de los pequeños productores, de forma que se preserve la biodiversidad, se salvaguarden los ecosistemas locales y se procure la prosperidad de las zonas rurales y más remotas, con frecuencia olvidadas o esquilmadas por la avidez humana.

La Santa Sede mira estos dos vértices internacionales con gran esperanza, anhelando que comporten un punto de partida pujante y decisivo en el proceso de transición de nuestros sistemas alimentarios, en aras de lo cual se hará intérprete de cuantos se sienten marginados, de aquellos que están siendo mayormente golpeados por la dura emergencia sanitaria que estamos padeciendo y que ha dejado a muchas familias sin casa, sin trabajo y sin salud. Alzará su voz para dar cauce a quienes aspiran a una sociedad solidaria e inclusiva.

Y esto porque es consciente de que la carestía que aflige a territorios enteros nos enseña que los sistemas alimentarios sostenibles son parte integral de la resiliencia y la paz mundial (ODS 16).

No puede haber paz si cuantiosas poblaciones de la tierra carecen de los recursos imprescindibles para una vida plena y fecunda.

Sin sistemas alimentarios sostenibles no se podrá abrir la puerta de un porvenir sereno y constructivo. Esta meta se conseguirá con decisiones y acciones que favorezcan la educación, el diálogo y la equidad; con iniciativas que sean el resultado de una responsabilidad individual y también colectiva; abandonando intereses forjados solamente a través del descarte y el individualismo.

Como afirmó el papa Francisco en el mensaje que dirigió a la XLII sesión de la Conferencia de la FAO, el pasado mes de junio: “La reconstrucción de las economías pospandémicas nos ofrece la oportunidad de revertir el rumbo seguido hasta ahora e invertir en un sistema alimentario global capaz de resistir a las crisis futuras. De esto hace parte la promoción de una agricultura sostenible y diversificada, que tenga presente el valioso papel de la agricultura familiar y la de las comunidades rurales. De hecho, es paradójico comprobar que la falta o escasez de alimentos la padecen precisamente quienes los producen”.

En reiteradas circunstancias, el Santo Padre ha animado a sumar fuerzas y compartir ideas. Ha recordado la importancia de salir de esquemas autorreferenciales y egoístas, o de planteamientos dictados por la comodidad o la cerrazón, para adoptar una mirada de largo alcance y positiva, que nos recuerde que todos somos hermanos y el mundo es un hogar en donde debe haber espacio para todos.

Ninguno somos una isla y el futuro no será de concordia si no se promueve el bien común y se tutela la dignidad de toda persona.

Las nuevas generaciones, claves para el futuro

Son muchos los que piensan que el éxito de estas cumbres dependerá de lo efectivo que sea su seguimiento posterior, de las medidas que se tomen para que, cuanto en ellas se haya planteado, después se verifique en beneficio de la vida de las comunidades locales. El camino está, pues, trazado. Ahora necesitamos, cuanto antes mejor, conjugar el verbo “querer” para edificar entre todos un mundo sin exclusiones ni desavenencias, sino transido de fraternidad y amistad social. Es justamente lo que reclaman los jóvenes, que tanta sensibilidad han mostrado para temáticas de gran envergadura en la hora presente, como la devastación provocada por los fenómenos climáticos extremos.

Ojalá que también estas dos reuniones internacionales, la de Roma y la de Nueva York, despierten en muchos corazones jóvenes el ardor de enarbolar la bandera de la lucha contra el hambre.

En la cita de julio, importante al respecto será oír las sugerencias de “Economía de Francisco”. Este dinamismo juvenil sostenido por el Sumo Pontífice, y que apunta hacia un nuevo modelo económico, fruto de una cultura de comunión anclada en la fraternidad y la equidad, participará en la Precumbre y seguro que los jóvenes que lo componen lanzan propuestas ingeniosas, descubren horizontes al margen de tópicos manidos y ponen el dedo en la llaga llamando a las cosas por su nombre.

En este tiempo de pandemia las nuevas generaciones han mostrado que son audaces y no se ocultan tras tibiezas o desidias. Ellas piden paso y no están de acuerdo con lo que provoca el deterioro de nuestra casa común. Desean que los desiertos sean suplantados por vergeles, que el verde vuelva a los campos, el azul intenso al cielo, la pureza al aire, la limpieza a los océanos. Los jóvenes batallan para que la justicia colme la tierra y exigen que, de una vez por todas, nadie quede atrás. Luchan por maneras inclusivas y solidarias de entender la economía y el progreso, por estilos de vida que no estén atenazados por el consumismo compulsivo ni socavados por el virus de la indiferencia.

Hagamos que los jóvenes se sientan orgullosos de nosotros, que imploramos que cualquier persona pueda comer sanamente y en abundancia, en especial los menesterosos. De este modo lograremos entre todos que esta sea de verdad la generación que convirtió el hambre en una pieza de museo.

Impulsados por el entusiasmo juvenil, seamos la generación “Hambre cero”.

A ello nos invita el papa Francisco cuando afirma sin rodeos: “El hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable” (Fratelli Tutti, 189). Que estas cumbres sobre sistemas alimentarios nos alienten en igual dirección y sirvan de potente acicate para que la globalización de los derechos humanos más básicos se haga una feliz realidad.

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