Misioneros ante la amenaza del terrorismo y la violencia.
Celebramos en octubre el «mes misionero», rindiendo homenaje a unos hombres y mujeres sin cuyo esfuerzo sería imposible el trabajo de Manos Unidas. Y lo hacemos dando voz a tres religiosos que llevan a cabo su misión en países en los que la amenaza del terrorismo yihadista y los conflictos entre etnias son una constante, y donde los ataques contra los cristianos están a la orden del día: Burkina Faso, Mali y República Centroafricana.
«Aquí estamos, viviendo con este pueblo las circunstancias tan tremendas que tienen que vivir».
«Llevo 40 años en la República Centroafricana (RCA) viviendo con mi gente todo lo que mi gente vive. Aquí es donde yo empecé con 28 años cuando llegué la primera vez y ahora tengo 64. Nuestro trabajo es estar con la gente en las situaciones de alto riesgo como la que vivimos aquí», explica Juan José Aguirre, obispo de Bangassou.
«La lucha en Centroáfrica no es una lucha entre musulmanes y no musulmanes. Eso es una cortina de humo para esconder el problema real que es el empeño de traer a los fulani (grupo étnico de Níger formado por pastores nómadas) hacia zonas de pastos y de agua de la RCA. Y para ocultar también que quienes están alimentando a los señores de la guerra son países del Golfo», acusa Aguirre.
En la RCA asesinaron en mayo a la hermana Inés Nieves, que enseñaba costura en un poblado cerca de la frontera con Camerún. Monseñor Aguirre se refiere a ella y a los sacerdotes, monjas y a los pocos cooperantes que quedan: «Todos nos queremos quedar aquí, nadie quiere irse. Como la hermana Inés, por mucho que sus hermanos le dijeron que se fuera. Ella decía que las chicas de la costura la iban a proteger, pero no fue así, el ataque fue de noche», asegura el religioso cordobés. «La gente muchas veces nos protege, vivimos en zonas de desplazados, en zonas de alto riesgo y aquí simplemente estamos con la gente, con los pobres a los que nunca les van a pedir su voto ni su opinión».
«No podemos explicarlo porque no tiene razón de ser».
El terrorismo yihadista ha dejado también su impronta en Mali. La inestabilidad que sucedió al golpe de Estado de 2012 propició la llegada del islamismo más radical a un país que siempre se había caracterizado por su hospitalidad y la convivencia pacífica. Desde entonces, el segundo país más grande de África occidental se ha convertido en el epicentro del terror yihadista. Un terror al que no es ajena la hermana Janeth Aguirre, quien nos escribe desde la misión que las hermanas Franciscanas tienen en la localidad de Koulikoro.
«Tras sentir en nuestra piel el dolor por los últimos acontecimientos en África, ese continente amado por tantos misioneros y misioneras, surgen las preguntas y nos abruma el desconcierto al escuchar las noticias… pero jamás la idea del abandono», afirma la religiosa colombiana.
La hermana Janeth dice sentir miedo. Han vivido –y siguen viviendo– de cerca la amenaza terrorista. Hace más de dos años que su hermana de congregación, Gloria Cecilia Narváez, colombiana también, fue secuestrada por los terroristas. Poco han sabido de ella en este tiempo… Pero ni esto, ni el «miedo que se mete en las células y que muere delante del pobre que llama a la puerta» hace que se plantee abandonar.
«Seguimos aquí, esperando a quienes están secuestrados y desaparecidos. Y hay tanto por hacer y tanto camino por recorrer… Hemos de seguir aquí, cumpliendo la misión a la que fuimos llamadas: DAR VIDA y DAR LA VIDA».
«Cultivemos la paz».
«Pocas personas saben en España lo que ocurrió el 12 de mayo en la localidad de Dablo a las 9 de la mañana». El padre Eugenio Jover se refiere al ataque de los yihadistas a la localidad de Dablo, al norte de Burkina Faso; el país donde el islamismo más extremo siembra impunemente el terror entre la población más vulnerable.
La barbarie yihadista comenzó en el país en 2015 y, desde entonces, no ha cesado de aumentar. «La población huye abandonando sus pueblos, que están vacíos», relata el misionero español. «La gente se ha refugiado en lugares donde hay gendarmes, creando una situación humanitaria muy difícil puesto que llegaron con las manos vacías. Y más de 1800 escuelas y colegios continúan cerrados pues los terroristas quieren que los niños aprendan el árabe y el Corán».
Este relato le hace plantearse muchas cuestiones: «¿Se puede obligar a la población a convertirse al islam? ¿Dónde nos lleva todo esto? ¿Van a continuar los ataques a los cristianos en las iglesias y lugares de culto? ¿Cómo van a sobrevivir las personas refugiadas?»
El padre Eugenio no piensa moverse de allí, del lado de su gente. Pide que los españoles de buena voluntad se acuerden de los refugiados del Sahel. Y que «a través de proyectos de Manos Unidas y otras ONG sigan apoyando la convivencia entre musulmanes y cristianos. «Cultivemos la paz, ese don que hay que pedir a Dios. La paz en la familia y en la sociedad».
Texto de Marta Carreño.
Este artículo fue publicado en la Revista de Manos Unidas nº 210 (octubre, 2019).