Vietnam es hoy un país con una economía basada en la industria manufacturera que compite en costes bajos con China, pero en el que un tercio de sus 93 millones de habitantes vive en la pobreza a causa de la corrupción y el precario desarrollo de la agricultura. Con muchos kilómetros de costa y escasa elevación sobre el nivel del mar, Vietnam es uno de los países más gravemente castigados por el cambio climático.
La mayor parte de la población pobre del país habita en las zonas rurales y vive de la agricultura y la pesca. Son precisamente estas comunidades rurales las más afectadas por las consecuencias del cambio climático. En una de esas provincias costeras azotadas sin piedad por los tifones, sequías e inundaciones, la de Thanh Hoa, venimos desarrollando desde 2015, gracias a la ONG vietnamita Centre for Sustainable Rural Development (SRD), un proyecto con un grupo de mujeres residentes en dos comunas del distrito de Tinh Gia: las de Hai Ninh y Ninh Hai. Son mujeres solas, cabeza de familia, sin un marido o un padre de sus hijos a su lado.
Estas mujeres deben hacer frente al desamparo y, además, al estigma que supone en una sociedad rural asiática tan tradicional ser una mujer sola y no tener un varón al lado.
La gran mayoría de ellas son viudas de pescadores debido a las condiciones climáticas extremas: el Mar de la China Meridional en el que cada día faenan miles de frágiles embarcaciones para traer un magro sustento a casa, se ha convertido en una auténtica trampa mortal para muchos barcos. Antes de perder a sus esposos, estas mujeres sacaban adelante a sus familias con mucho sacrificio, mediante la venta del pescado que traían sus maridos y el cultivo de un pequeño arrozal del tamaño y rendimiento justos para atender el consumo familiar. Sin ahorros ni recursos y, de la noche a la mañana, por un golpe de mar, pierden la mitad de la fuerza de trabajo de la familia y quedan totalmente desprotegidas y sin red alguna que impida su caída en el pozo profundo de la pobreza.
Más allá de los resultados previstos en cuanto a la mejora de las condiciones económicas de las familias, nos ha impresionado la transformación radical en la vida de estas mujeres: aquellas que conocimos solas, calladas y de mirada triste son ahora mujeres que han recuperado la confianza en sí mismas, orgullosas de poder mantener a sus hijos escolarizados y felices de haber encontrado en los grupos de ahorro mutuo una red de mujeres como ellas, con las que hacen bromas, cantan, charlan, comparten sus experiencias…
«Recuperar la autoestima vale más que el oro», nos dice Ho Thi Nguyen, una mujer viuda con tres hijos que ha mejorado el rendimiento de su huerto y su arrozal y ha terminado de construir su casa. Además, participa en actividades sociales del proyecto como el equipo de voleibol, «donde además de divertirnos conocemos a otras mujeres en nuestra misma situación y nos ayudamos unas a otras».
En un país en el que no existen ciertas cosas que nosotros damos por garantizadas, como las pensiones de viudedad y orfandad o la educación y sanidad gratuitas, estas mujeres deben hacer frente al desamparo y, además, al estigma que supone en una sociedad rural asiática tan tradicional ser una mujer sola y no tener un varón al lado: son consideradas casi unas «apestadas» en la comunidad y los vecinos prácticamente dejan de relacionarse con ellas.
«Recuperar la autoestima vale más que el oro», nos dice Ho Thi Nguyen, una mujer viuda con tres hijos que ha mejorado el rendimiento de su huerto y su arrozal y ha terminado de construir su casa.
En este difícil contexto, pusimos en marcha hace tres años un proyecto de desarrollo destinado a poner al alcance de estas mujeres las oportunidades y herramientas necesarias para asegurarse un medio de vida sostenible para ellas y sus familias, bajo un enfoque de agricultura adaptada a las nuevas circunstancias originadas por el cambio climático. Así, han aprendido a cultivar variedades de arroz que dan mayor rendimiento y han recibido capacitación para organizarse en grupos de ahorro mutuo a los que ahora pueden acudir en busca de financiación para atender las pequeñas inversiones y necesidades domésticas. Han aprendido a criar pollos y a producir su alimento y vacunas de forma natural. Han montado una pequeña empresa social que produce la salsa de pescado que, junto con el arroz, es el pilar de la dieta vietnamita. Pero, sobre todo y por encima de todo, han recuperado la sonrisa, la autoestima y las ganas de vivir.
Texto de Patricia Garrido. Departamento de Proyectos de Asia.
Este artículo fue publicado en la Revista de Manos Unidas nº 206 (junio-septiembre 2018).