En este segundo capítulo, la encíclica nos aproxima a la sabiduría de los relatos bíblicos y la necesidad de vivir en armonía con todos los seres del planeta. Por otra parte, de la necesidad de prestar atención al destino del mundo y de la naturaleza.
En este capítulo, el papa Francisco menciona la "tremenda responsabilidad" del ser humano respecto a la creación, el lazo íntimo que existe entre todas las criaturas, y el hecho de que "el ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos".
En la Biblia, "el Dios que libera y salva es el mismo que ha creado el universo", y "en él se conjugan amor y poder".
Se hace necesario estar en armonía con todos los seres de la tierra, así como prestar atención al futuro que se nos avecina, teniendo en cuenta también a la naturaleza.
El relato de la creación es central para reflexionar sobre la relación entre el ser humano y las demás criaturas, y sobre cómo el pecado rompe el equilibrio de toda la creación en su conjunto.
"Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra".