Las encontramos en Marruecos, en un periplo que nos lleva a recorrer gran parte del país del norte de África y que comienza y termina en Tánger, tras pasar por Larache, Alcazarquivir, Tetuán y Chefchauen. Ellas son las protagonistas de nuestro recorrido, en las ciudades grandes y pequeñas, en los pueblos cercanos a la carretera y en los más alejados, situados en lo alto de la cordillera del Rif donde incluso el 4x4 tiene dificultad para llegar.
Jóvenes, ancianas, madres, abuelas; mujeres con una realidad común que aparentemente no cambia: el analfabetismo. No leen ni escriben y viven mediatizadas por una carencia que les impide progresar en una sociedad que no ve necesario que avancen.
Estamos con ellas, compartimos con ellas, pero, aun en el mismo lugar, ¡qué difícil resulta trasladarse a su mundo, a su día a día, a su aislamiento! Nos preguntamos por el porqué de su situación, de su abandono, de la complacencia de los otros que permiten que su madre, esposa, hermana o hija vivan privadas de su derecho a saber, a conocer, a estudiar... Sin duda existen una razones sociopolíticas, culturales y religiosas infranqueables que desde nuestra mirada occidental nos chocan y no entendemos.
Mientras, ellas nos acogen, nos miran, nos sonríen, nos hablan y, aunque no entendamos sus palabras, nos transmiten sus deseos, que también se repiten, machaconamente, sin importar donde estemos. Todas quieren un lugar donde reunirse, donde charlar con su amiga, con su vecina, con su hija o con su madre. Todas quieren un sitio en el que hablar de su objetivo común, de su ilusión, de su trabajo...
En definitiva, todas reivindican lo mismo: un espacio. Su espacio.
Y en cada etapa de nuestro viaje se afianza la certeza de que, gracias a nuestra gente de allí, Manos Unidas está preconizando una serie de cambios que, aunque a nivel de país no se perciban, han hecho posible que exista otra vida para ellas. Gracias a Sor Carmen, a Laila, a Sor Trini, a Mohamed, a Hafida, a Nadia, a Sor Conchi, a Jossef y tantos otros, que se acercan a ellas, que las conocen, que las acompañan, que saben qué quieren y que trabajan sin descanso para conseguir hacer realidad sus aspiraciones de vivir mejor y cumplir, así, sus deseos.
A lo largo de los años, en los viajes que hacemos para visitar los proyectos que apoya Manos Unidas, hemos ido conociendo a mujeres que se empeñan en cambiar su dura realidad y que, con mucho esfuerzo, se alfabetizan, sentadas en las mismas sillas del aula de primaria de sus hijos o en el suelo en la mezquita o en los pupitres del aula del Hospital Español en Tetuán, donde asistimos como invitadas a una de las clases y aprendemos junto a ellas el alifato.
De esas clases y esos esfuerzos han surgido grupos de mujeres como las lindalva, en Alcazarquivir, que ya saben leer y escribir y gracias a ello se han unido para formar una asociación desde la que venden las prendas que ellas mismas confeccionan y que les quitan de las manos en cuanto salen a la venta. Mujeres, como las akouben, que venden en el zoco los mendiles que fabrican en los telares tradicionales; mujeres de la Perla de la Costa que confeccionan vestidos, faldas y pantalones y que quieren continuar su formación, mujeres que tienen su propia cuenta bancaria y comparten con sus maridos las decisiones importantes de su familia, mujeres que están aprendiendo un oficio...
Y regresamos esperanzadas, sabedoras de que es posible cambiar la realidad, porque esas ellas que conocemos a cada paso en nuestro viaje, también son mujeres emprendedoras, alegres y comprometidas que aprovechan el apoyo recibido, aunque hayan tenido que esperar años.
Por todo esto, por vuestro esfuerzo y empeño, desde Manos Unidas os damos hoy las gracias: gracias por sentiros orgullosas y triunfadoras y, sobre todo, por sentiros siempre mujeres.