Dar de comer al hambriento14 febrero, 2016
Y, en este contexto, recibimos la invitación de Manos Unidas que hoy, como todos los años el segundo domingo de febrero, nos presenta ante nuestros ojos y nuestro corazón el terrible drama del hambre en el mundo. Hago mías las palabras del Papa Francisco en su discurso a la FAO en las que señaló que hoy “es un escándalo que todavía haya hambre y malnutrición en el mundo. Esto nunca puede ser considerado un hecho normal al que hay que acostumbrarse, como si formara parte del sistema”. En efecto, la realidad del hambre y de la miseria ha de golpearnos para que despertemos de nuestro tozudo letargo en el que nos sumerge esta cultura de la indiferencia en la que nos movemos. Hoy sigue habiendo más de 800 millones de hermanos nuestros que carecen de los medios necesarios para su más básico desarrollo. Y, tal y como nos dicen las estadísticas, el hambre sigue aumentando y afectando gravemente a la paz y a la estabilidad de nuestra casa común. No son fríos números o cifras: son seres humanos como nosotros, con la misma dignidad, a los que tenemos que arropar con la cercanía y la solidaridad que nos permite el ponerlos rostros, nombres y sentimientos.
La Iglesia nos ha invitado a afrontar el problema en un contexto mucho más amplio que abandone el existencialismo para vivir, desde la justicia, la urgente y necesaria caridad que ha de caracterizar la vida del cristiano. Por ello, nos recuerda algunas pistas sobre las que debiéramos profundizar. Una de ellas tiene una clave ética y consiste en hacer nuestro un principio de la doctrina social de la Iglesia que hoy se hace fundamental: el destino universal de los bienes. En efecto, Dios ha creado todas las cosas para que todos los seres humanos disfrutemos de ellas, para que los hombres tengamos lo necesario para desarrollarnos como personas. No podemos obviar que el olvido de este principio y de sus consecuencias está en la base del escándalo del hambre. Otra tiene una vertiente político-económica, que roza con lo cultural: se trata de tomar conciencia de que la solución al hambre no está únicamente en el crecimiento económico basado solamente en el mercado. Como nos recuerda el Papa en su última encíclica, el puro crecimiento económico no resuelve por sí mismo los problemas de la miseria, si no va unido a una reflexión sobre su orientación, fines y sentido. Desde aquí quiero agradecer y alentar el trabajo de tantas personas y organizaciones, como Manos Unidas, que trabajan por esa transformación estructural que acabe con el hambre en el mundo. Una tercera pasa por el cambio en los propios estilos de vida: el hambre tiene mucho que ver con un superdesarrollo derrochador y consumista. Por eso, solo desde la austeridad podremos vivir eficazmente el camino de la solidaridad que la Iglesia ha presentado desde siempre en las obras de misericordia. Hoy os invito particularmente a todos vosotros, como fruto del tiempo cuaresmal y de nuestras prácticas de ayuno, a “dar de comer al hambriento”. Como nos recuerda el Evangelio, “lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos, conmigo lo hicisteis”. + Fidel Herráez Arzobispo de Burgos |