Apoyamos a los desplazados de Cabo Delgado (Mozambique)

La colaboración derivada de «La Noche de CADENA 100» se destinará a este proyecto.

Alima Alí a las puertas de su casa. Foto: Manos Unidas/Marta Carreño en Mozambique

Te contamos las historias de Alima y de Severino, que tuvieron que huir de sus hogares escapando de la guerra de Cabo Delgado, la provincia más septentrional de Mozambique.

Tanto los hijos de Alima como los de Severino están recibiendo ayuda de la diócesis de Nacala, con un proyecto que apoya Manos Unidas y al que se va a destinar la colaboración derivada de «La Noche de CADENA 100» de este año.

La fecha del 24 de octubre de 2017 quedará grabada en la memoria de la joven Alima Alí (en la fotografía) para siempre. Ese día, al amparo de la noche, emprendió un viaje que nunca hubiera querido comenzar. Junto a sus hijos y su marido, Alima recorrió los más de 600 kilómetros que separan su localidad natal, Mozimboa da Praia, en la provincia de Cabo Delgado, al norte de Mozambique, de la ciudad de Nacala, situada en la provincia fronteriza de Nampula. En 2020, poco más de dos años después de su partida y tras haber recalado provisionalmente en Mueda y en Montepuez, donde se quedaron su marido y dos de sus hijos, llegó al que, hasta el momento, es el lugar que le ofrece refugio.

Alima sueña con volver al lugar donde nació. Cree que allí se encontrará con el resto de su familia, de la que no tiene noticias desde hace cinco años, aunque sabe que su casa fue destruida durante los ataques de los grupos armados que, desde hace algo más de un lustro, siembran el terror entre la población de la provincia más septentrional del país africano.

La vida no es fácil en el barrio del Triángulo, en el que Alima intenta ganarse la vida vendiendo carbón. Allí, en los alrededores de Nacala, donde se han establecido muchas de las más de 800.000 personas a las que el conflicto de Cabo Delgado ha obligado a dejar toda una vida atrás, malviven, hacinadas en viviendas inhóspitas, cientos de familias.

Proyecto de apoyo a personas desplazadas


Severino y parte de su famila ante su vivienda en Nacala. Foto:Manos Unidas/Marta Carreño en Nacala

A las puertas de su casa, igual que hizo Alima, nos esperan Severino, su mujer y algunos de sus siete hijos. Mientras el pequeño, aún lactante, se aferra a su madre, tres de las niñas –Juliana, Luisa y Adelaida– se esconden tras su padre y asisten, impávidas, a lo que sucede a su alrededor. No hablan ahora, como tampoco lo hicieron por la mañana en el centro gestionado por la diócesis de Nacala, que recibe el apoyo de Manos Unidas y al que irá destinada la colaboración de CADENA 100.

En ese lugar, como si fuera un escenario preparado para una película, se levanta una gran tienda de campaña. El silencio a primera hora de la mañana es casi absoluto, y los únicos atisbos de que en esa tienda está sucediendo algo son las decenas de pequeños pares de zapatos que se amontonan a la entrada y un rumor monótono y constante.


Montón de pares de zapatos, fotografía de Marta Carreño.

Ya dentro de la tienda, decenas de cabezas inclinadas sobre los cuadernos de escritura, lengua o matemáticas revelan que en ese lugar se estudia. Y se estudia mucho. Los 260 niños que asisten al centro en turnos de mañana y tarde pertenecen, todos ellos, a familias de desplazados. Los niños que van por la mañana -estudian por la tarde y viceversa. Todos ellos reciben una comida fuerte con maíz, leche y azúcar, que para muchos es lo único que comen en todo el día, y, además, tienen actividades recreativas, esenciales para su desarrollo psicosocial.

No es fácil que estos pequeños se abran a los desconocidos para contar su historia. El trauma vivido durante los ataques a sus aldeas, los días escondidos en la selva y las noches caminando en pos de un lugar seguro en el que vivir han marcado sus vidas para siempre. Muchos han visto matar y morir. Otros han nacido ya en el lugar de destino de sus padres, pero en sus hogares respiran tristeza y falta de esperanza.


Niños dentro de la tienda de campaña, fotografía Marta Carreño. 

No es así en casa de Severino, que cada día se levanta con el convencimiento de que su vida cambiará. Aunque le cueste y a veces la esperanza flaquee. En Cabo Delgado, trabajaba como comercial, pero en Nacala no ha podido encontrar todavía un trabajo que le permita mantener a su gran familia. «Estoy pasando muchas dificultades, pero Dios me está ayudando. Mis hijos están estudiando y en cuestiones de salud no encuentro problema. Pero tengo dificultad para dar de comer a mi familia».

Su esperanza es que termine el conflicto para volver a su casa, donde confía en poder retomar la vida que dejó atrás en 2021, cuando la situación se hizo insoportable. «Perdí muchas cosas. Dejé mi casa y mis bienes, y esa casa y esos bienes fueron quemados». Solo piensa en volver, aunque no sabe ni cómo ni cuándo lo hará. «Ahora soy como un preso. No tengo donde ir ni donde estar».

 

Texto de Marta Carreño. Departamento de Comunicación.

Artículo extractado del reportaje «Cabo Delgado, una guerra sin rostro», publicado en el número de febrero de 2023 de la revista Mundo Negro.

También te puede interesar

Suscríbete a la newsletter

Informarse es el primer paso para actuar.

Suscríbete