Manos Unidas trabaja por los derechos humanos de la población minera en la RDC.
Las condiciones de vida de las personas que trabajan en las minas artesanales en la República Democrática del Congo son un ejemplo de cómo la pobreza y la desigualdad son el principal obstáculo para el cumplimiento de los derechos humanos de los colectivos de población más defavorecidos. Manos Unidas trabaja desde sus orígenes para conseguir que los derechos que, teóricamente, amparan a todos los humanos sean una realidad en todo el mundo.
La vida de Rebecca Matandiko Mwanfwe, madre de cuatros hijos y más conocida como Maman Rebecca, cambió radicalmente el día que supo del trabajo de la Congregación del Buen Pastor, socio local de Manos Unidas en la República Democrática del Congo. Hasta entonces, su hogar era un ejemplo de cómo los derechos humanos pueden ser violados y pisoteados con total impunidad.
Rebecca y su familia saben bien lo que es el hambre. Mientras trabajaron para ganarse la vida en las minas artesanales de Kabamba, en la ciudad mineral de Kolwezi, podían pasar toda la jornada sin comer, hasta que alguien les traía algún alimento. Y esto sucedía una vez al día: la comida llegaba cuando el sol ya se había puesto y siempre era la misma.
Como tantas otras mujeres y niños de la zona, Rebecca y sus hijos trabajaban –sumergidos en aguas contaminadas– lavaban y tamizaban la tierra o transportaban los minerales que de ahí extraían. Todo ello, para intentar incrementar los ingresos familiares, a pesar de las graves consecuencias para la salud y la seguridad que eso suponía.
Porque, aunque Kolwezi está situada sobre el mayor yacimiento de cobre y cobalto del mundo, la recesión, el desempleo y la pobreza hacen mella en un alto porcentaje de su población. Y las familias mineras, como la de Rebecca, son ejemplo de ello.
A pesar de que el Gobierno de RDC puso en marcha un código minero que, en 2020, debía permitir la erradicación de las minas artesanales ilegales y el trabajo infantil en la zona, promoviendo la profesionalización de este sector, la corrupción y la mala gestión ha impedido que esa meta se realice. Así lo manifiesta Amelia Osma, responsable de proyectos de Manos Unidas en la República Democrática del Congo:
«El Estado se desentiende de los mineros artesanales y sus familias, que viven en las proximidades de las minas, y no respeta sus derechos ni les dedica ningún recurso. Estas poblaciones carecen de servicios básicos como carreteras, agua, electricidad o centros de salud y escolares», describe Osma.
«Nuestro socio local, la Congregación del Buen Pastor, pidió ayuda a Manos Unidas para poner en marcha un proyecto piloto de reconversión de la mujer minera en mujer emprendedora, en un plazo de tres años», explica Osma.
Manos Unidas y el Buen pastor están colaborando en programas de formación en derechos y en medios de vida basados en la agricultura, que permitan a estas mujeres salir de la mina y de la prostitución. Todo ello sin olvidar el apoyo a organizaciones formadas por mujeres y el trabajo comunitario en defensa de los derechos de los niños y niñas.
Rebecca se unió, en la primera fase del proyecto, a los planes de ahorro y generación de ingresos y, además, ha recibido formación en microfinanzas. Ha aprendido sobre presupuestos y a no malgastar el dinero y ha desarrollado una fuerte disciplina financiera.
«Con el proyecto he aprendido, también, a fabricar té de hierbas y, con eso, tengo ingresos todos los días. Ahora mi familia puede comer y mis hijos van a la escuela. Ya no trabajo en la mina porque gano más de esta manera», asegura orgullosa.
Actualmente el Buen Pastor y Manos Unidas colaboran con diversas asociaciones de mujeres extrabajadoras de las minas y cuentan con 211 familias, como la de Maman Rebecca, que han conseguido incrementar sus ingresos y, con ello, la seguridad alimentaria, el acceso de los hijos a la educación y a la sanidad, y que pueden, con su esfuerzo, abrazar un futuro muy diferente al de la mina.
Este es uno de los 284 proyectos de defensa de los derechos humanos que Manos Unidas ha aprobado en los últimos diez años. Y Rebecca Matandiko Mwanfwe es una de las más de 900.000 personas que ha recibido apoyo de estos proyectos.