La República Democrática del Congo es extremadamente rico en recursos naturales y materias primas pero tiene el triste honor de ser el penúltimo país del continente según el Índice de Desarrollo Humano (IDH). En Kilela Balanda, Manos Unidas lleva apoyando desde 2013 un proceso de desarrollo agrícola que en la actualidad cuenta con 400 familias beneficiarias directas y que ya está dando importantes frutos.
La República Democrática del Congo es un país de dramáticos contrastes. Segundo país más grande de África, extremadamente rico en recursos naturales y materias primas, tiene el triste honor de ser el penúltimo país del continente según el Índice de Desarrollo Humano (IDH). El país está sumido en continuos conflictos y es nuevamente actualidad por los disturbios e inseguridad crecientes, con unas elecciones presidenciales suspendidas y aún sin fecha definida. Una población mayoritariamente joven sufre el acaparamiento de tierras por parte de las compañías mineras -con el beneplácito del Gobierno-, así como la proliferación de minas artesanales donde pierden la vida, en un trabajo infrahumano, hasta las mujeres y los niños.
La zona de Kilela Balanda se sitúa al sur de la provincia de Katanga, en la frontera con Zambia y a 100 km de la ciudad más próxima, Likasi, a la que en época seca se llega en 6 horas por una carretera que se vuelve intransitable durante la estación de lluvias.
A pesar de la fertilidad de los suelos, la tradicional agricultura de subsistencia no ha logrado aumentar la producción, lo que constituye un freno para la autofinanciación de la comunidad y para un desarrollo sostenible que les permita salir de la extrema pobreza y superar el umbral del hambre, pues subsisten con unos ingresos inferiores a 0,3 $ diarios.
Conocimos esa realidad en un viaje en 2013, a través de Cáritas Astorga y el P. Florentino García Vega, su actual responsable de Cooperación con el Congo y misionero en Kilela muchos años. Manos Unidas lleva desde entonces apoyando un proceso de desarrollo agrícola que se inició con un primer proyecto para 150 familias y que en la actualidad tiene 400 familias beneficiarias directas.
Un proceso lento, al ritmo africano pole pole, pero afianzado, de acompañamiento a los pequeños agricultores y de refuerzo de sus capacidades, a través de la alfabetización, la formación continua en técnicas agrícolas tendentes a garantizar la seguridad alimentaria, la cría de cabras, la excavación de pozos en cada unidad familiar y la creación de cuatro asociaciones campesinas -con especial énfasis en la promoción de la mujer, representada en los órganos de decisión-.
Todo ello no hubiese sido posible sin el liderazgo de un joven profesor de Secundaria, Yuwino Kabesha, al que Cáritas Astorga financió los estudios de Ingeniería Agrícola en la Universidad de Lubumbashi, donde se tituló con el nº 1 de su promoción. Terminados sus estudios regresó a Kilela en 2013, rechazando dos tentadoras ofertas de trabajo de la propia Universidad y de la más importante compañía minera de la zona.
Sin dudar, afirmó: Regreso a mi pueblo para cambiar la vida de mi gente.
Yuwino destaca la importancia de la educación y señala muy bien que entre las primeras causas de la malnutrición están la débil tasa de escolarización y el alto grado de analfabetismo:
La mejora de la producción depende en gran medida del grado de formación de los agricultores y de un proceso de cambio de mentalidades.
Los logros a pequeña escala están ahí: los campos comunitarios de cultivo de maíz, cacahuete y soja; los huertos y los pozos familiares; la cría de cabras de raza mejorada y la tracción animal con bueyes para el cultivo de los campos; la alfabetización y la formación en técnicas agrícolas adecuadas y sostenibles; los establos y el almacén de las cosechas; la guardería para los más pequeños, lo que deja más tiempo para sus madres; y la disminución en 1/3 del precio de la harina y el aceite, lo que beneficia a la economía familiar.
El futuro ahora se contempla con esperanza y es palpable el ánimo y la alegría de la comunidad, consciente de que ha cogido las riendas de su destino. Los retos continúan y tropiezos no van a faltar, pero la visión de esos campesinos, con sus bicicletas cargadas con inmensos fardos camino de los mercados, son la prueba de que se hace camino al andar.
Texto de Mabel Ibáñez. Departamento de Proyectos de África.
Este artículo fue publicado en la Revista de Manos Unidas nº 202 (febrero-mayo 2017).
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