La lucha contra la discriminación de las viudas en India.
Como la mayor parte de las mujeres indias de la zona rural, Sandhya viste con pulseras, colores brillantes y en su frente se puede distinguir el bindi, ese elemento decorativo en forma de gota entre las cejas que, tradicionalmente, lucen las mujeres casadas. Hasta aquí todo normal en una mujer india. Lo particular de esta historia es que Sandhya es viuda desde los 25 años. Y ser viuda en India es poco menos que una condena.
Aunque la India moderna se esfuerza por ocupar un lugar entre los países más desarrollados, todavía debe combatir muchos «demonios sociales», entre los que se encuentra la discriminación contra las viudas «basada en supersticiones y prácticas ancestrales», explica Shoury Reddy, director de Bala Vikasa, socio local de Manos Unidas que trabaja apoyando a mujeres viudas en los estados de Telangana y Andhra Pradesh.
«Me quedé viuda con 25 años, y la familia de mi marido me rechazó porque decían que yo era la culpable de su muerte», relata la joven Sandhya en India.
Panthini, el pueblo donde vive Sandhya, se ubica en Telangana, un estado donde la potente industria en torno a la capital, Hyderabad –conocida también como «Cyberabad», por el gran número de empresas de software que alberga– convive con tradiciones hondamente arraigadas que se manifiestan con más fuerza en el entorno rural y que, para una mujer viuda, suponen marginación y abandono.
A Sandhya la casaron con solo 13 años. A partir de entonces, pasó a formar parte de la familia de su marido y, mientras este vivió, todo fue bien. Pero, cuando falleció, nunca volvieron a tratarla con el mismo respeto. Las lágrimas vuelven a sus ojos cuando relata qué supuso para ella la muerte de su esposo: «Me quedé viuda con 25 años, sin ingresos y a cargo de mis hijos y de la deuda que contrajimos al arrendar unos terrenos. Y la familia de mi marido me rechazó porque decían que yo era la culpable de su muerte», relata Sandhya.
La discriminación por razón de género que impregna muchas de las estructuras socioeconómicas en India es especialmente sangrante con las viudas. Shoury Reddy lo explica con un clarificador ejemplo: «Un viudo de 60 años puede volver a casarse sin problema, mientras que una joven viuda de 20 años no puede hacerlo sin sufrir la difamación o escuchar las burlas deshumanizadas de la comunidad».
Sandhya vivió en primer persona la marginación y el desprecio de sus vecinos: «Estuve tres meses sin salir a la calle y, cuando lo hice, oía a mis vecinos comentar: “Si se ha quedado viuda, ¿por qué tenemos que verle la cara todas las mañanas?”».
«Un viudo de 60 años puede volver a casarse sin problema, mientras que una joven viuda de 20 años no puede hacerlo sin sufrir la difamación o escuchar las burlas deshumanizadas de la comunidad».
La tradición impide invitar a las viudas a las celebraciones por estar consideradas un mal presagio. «Tampoco se les permite bendecir a sus propios hijos en sus bodas –lamenta Shoury Reddy–. Un viudo puede ir donde quiera, bendecir a quien quiera, llevar la ropa que desee. Ni siquiera las familias provenientes de cierta clase y entorno, que de alguna manera están superando aspectos de esta tradición, son capaces de lograrlo por completo», continúa el promotor de una iniciativa que trata de impulsar el empoderamiento de las viudas, ayudándolas a «reajustar sus vidas», a superar el trauma y a aprender nuevas habilidades para ganar confianza en sí mismas, vivir con esperanza y ser autosuficientes.
Este proyecto, en el que Manos Unidas no dudó en involucrarse y que ha contado con apoyo financiero de la Diputación de León, ha cambiado la vida de Sandhya y la de otras 220 mujeres viudas.
«A los tres meses de enviudar, los de Bala Vikasa vinieron a mi pueblo. Y mi vecina les habló de mí: joven viuda y con hijos que no se atrevía ni a salir de casa… Vinieron a verme, me explicaron lo que hacían y me invitaron a sus reuniones. Me convencieron para salir y me dijeron que estaría mejor si acudía a alguna de sus charlas», relata Sandhya. «Cuando asistí a la primera reunión estuve llorando todo el día, porque mis problemas, al lado de los que contaban las demás mujeres, me parecieron insignificantes. Así fue como empezó a cambiar mi vida».
Meses después, cuando volvía de uno de estos encuentros, Sandhya vio a unas mujeres que trabajaban en una gasolinera y la preocupación por el futuro de sus hijos y lo aprendido en las charlas fueron el acicate que le permitió «armarse de valor» y preguntar si había alguna vacante. «Por suerte había un puesto y acepté el trabajo sin pensarlo», explica emocionada.
«Durante casi un año la gente habló a mis espaldas. Yo salía de casa antes de las 8 de la mañana y regresaba a las 8 de la tarde… Todos los días. Y la gente murmuraba sin cesar, hasta que un grupo de personas de mi comunidad pasó un día por la gasolinera y me vieron allí. Contaron a la gente del pueblo que trabajaba “como un hombre”, de manera muy eficiente y, a partir de entonces, me gané su respeto».
Las reuniones fueron abriendo nuevos caminos en la vida de Sandhya. «Gracias a un abogado que vino a una charla, ahora soy capaz de hablar con seguridad con mi familia política y exigir mis derechos», relata, para referirse después a una frase de un pandit, un sabio, que le inspiró para cambiar otro aspecto muy importante de su vida: «El marido no le da a su mujer el bindi, ni flores ni pulseras, cuando nace… Las viudas no deberían sufrir discriminación. Eso no está escrito en ningún libro sagrado». Ese fue el día en el que su existencia volvió a llenarse de brillo y color.
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Texto de Marta Carreño. Departamento de Comunicación.
Este artículo fue publicado en el nº 217 de la Revista de Manos Unidas.