Apoyamos la economía social y solidaria en América Latina.
Manos Unidas fortalece la autonomía de las comunidades a través de experiencias de economía social y solidaria. En este artículo nos acercamos a esta forma de economía y su puesta en marcha por poblaciones indígenas y campesinas.
La economía social y solidaria (ESS) es una forma alternativa de economía basada en la solidaridad y en el desarrollo local participativo a partir de estrategias de producción y consumo que siguen principios de participación democrática en las decisiones, la autonomía de gestión y la primacía del ser humano.
La economía social y solidaria es una clara alternativa frente a la pobreza, la exclusión y la enorme desigualdad social.
En consonancia con la Doctrina Social de la Iglesia, la ESS es una clara alternativa frente a la pobreza, la exclusión y la enorme desigualdad social que genera el sistema económico predominante; un sistema que dificulta el trabajo digno y la rentabilidad de las actividades de muchos colectivos, como es el caso de las mujeres, campesinos sin tierra, trabajadores de la economía informal, pueblos originarios, jóvenes, personas con discapacidad, etc.
Las experiencias de la ESS son muy diversas, desde los bancos de ahorro comunitarios, pasando por asociaciones que producen y transforman excedentes, hasta cooperativas que compran la producción a precios justos a pequeños productores. Estas iniciativas aportan valor añadido y enfocan la comercialización atendiendo a colectivos vulnerables sin posibilidades de acceso a mercados o créditos, así como a grupos de consumidores responsables.
Muchas de las prácticas de ESS que impulsa Manos Unidas han nacido a partir de proyectos de soberanía alimentaria. En estas experiencias, las personas y organizaciones participantes son protagonistas de la producción, la comercialización, el consumo y el ahorro.
La economía social y solidaria permite generar ingresos a la vez que se fortalece la comunidad, se protege el entorno y se reduce la desigualdad.
Manos Unidas apuesta por estas nuevas formas de organización económica que permiten generar ingresos a la vez que se fortalece la comunidad, se protege el entorno y se reduce la desigualdad. Su número y variedad han ido creciendo en las comunidades como respuesta a la falta de recursos y el abandono de instituciones públicas y privadas.
La cooperativa Combrifol, en el departamento de La Paz (Honduras), cuenta con cerca de 200 socios –principalmente mujeres y jóvenes en situación de pobreza– que producen y venden café orgánico para la exportación y el mercado local, priorizando la generación de ingresos para garantizar la seguridad alimentaria de las familias productoras.
La ESS es un paso adelante hacia un desarrollo local, alternativo y sostenible en el que se aplican valores y relaciones acordes con las culturas comunitarias y donde se trata de conjugar la producción con el respeto al medioambiente, limitando el uso de agrotóxicos y el consumo excesivo de agua y otros recursos naturales.
Entre las iniciativas que apoyamos en América Latina, se encuentran las redes de apoyo mutuo que organizan «ollas comunes» y comedores populares para hacer frente al hambre y falta de recursos en los barrios más excluidos. O los sistemas de trueque y redistribución (ferias de semillas, fondos rotatorios de animales y productos agrícolas, molinos comunitarios, bancos de semillas) que hacen más accesible la distribución o transformación de productos agropecuarios. Apoyamos, asimismo, farmacias comunitarias, fábricas o talleres de inserción, cooperativas agrícolas, pesqueras, de vivienda y de educación, y, por último, bancos comunales o sistemas de microcréditos comunitarios que contribuyen al ahorro y a los préstamos para que las familias cubran sus necesidades básicas o inviertan en pequeños negocios.
La economía social y solidaria es, en definitiva, una herramienta crucial para mejorar la vida de muchas personas y territorios que resultan invisibles para los mercados y para los gobiernos.
Texto de Raquel Carballo. Departamento de Proyectos de América.
Este artículo fue publicado en el nº 218 de la Revista de la Manos Unidas.