Compartimos el editorial de la Revista de Manos Unidas nº 217.
Como todos los años, desde hace ya 63, Manos Unidas presentó en febrero su nueva campaña anual con el lema «Nuestra indiferencia los condena al olvido».
Volvemos a poner en el centro a las personas, especialmente las más vulnerables, para mirar desde su realidad, sus preocupaciones y sus sueños. Solo desde los últimos podremos comprender un mundo donde la desigualdad, el hambre y la pobreza siguen siendo los retos que impiden a más de la mitad de la humanidad vivir dignamente.
Decía el papa Francisco en su mensaje de la Jornada Mundial de los Pobres del noviembre pasado:
«Toda la obra de Jesús afirma que la pobreza no es fruto de la fatalidad, sino un signo concreto de su presencia entre nosotros. No lo encontramos cuando y donde quisiéramos, sino que lo reconocemos en la vida de los pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones a veces inhumanas en las que se ven obligados a vivir».
En Manos Unidas estamos convencidos de que solo desde nuestro encuentro con la realidad de la pobreza podremos alcanzar la sabiduría que nos permita cumplir con nuestra misión. Buscamos colaborar en la transformación de nuestro mundo. Aportar creatividad, esperanza y compromiso concreto. En nuestra misión destaca el apoyo a los que necesitan nuestra mano para dejar de ser invisibles, para no ser condenados al olvido. Luchamos contra la cultura de la indiferencia que nos impide acabar con la pobreza, el hambre y la desigualdad.
En nuestra misión destaca el apoyo a los que necesitan nuestra mano para dejar de ser invisibles. Luchamos contra la cultura de la indiferencia que nos impide acabar con la pobreza, el hambre y la desigualdad.
Parece que se está imponiendo la idea de que los pobres no solo son responsables de su condición, sino que constituyen una carga intolerable para un sistema económico que pone en el centro los intereses de algunos grupos privilegiados. Un mercado que ignora los principios éticos crea condiciones inhumanas para muchas personas que ya viven con medios muy precarios. Se asiste así a la creación de nuevas «trampas» de indigencia y exclusión, producidas por actores económicos y financieros sin escrúpulos, carentes de sentido humanitario y de responsabilidad social.
Un estilo de vida individualista es cómplice en la generación de pobreza y, a menudo, descarga sobre los pobres la responsabilidad de su condición. Pero la pobreza no es fruto del destino sino consecuencia del egoísmo. Es decisivo dar vida a procesos de desarrollo en los que se valoren las capacidades de todos, para que la complementariedad de las competencias y la diversidad de las funciones den lugar a una participación en comunidad.
Como dice el Papa recordando a don Primo Mazzolari:
«Quisiera pedirles que no me pregunten si hay pobres, quiénes son y cuántos son, porque temo que tales preguntas representen una distracción o el pretexto para apartarse de una indicación precisa de la conciencia y del corazón. [...] Nunca he contado a los pobres, porque no se pueden contar: a los pobres se les abraza, no se les cuenta».
Texto pertenciente al editorial publicado en la revista nº 217 de Manos Unidas.