Raquel Reynoso visitó nuestro país para participar en las actividades de presentación de nuestra Campaña «Comparte lo que importa» y pudimos entrevistarla para conocer un poco mejor el trabajo que, con el apoyo de Manos Unidas, realiza la Asociación de Servicios Educativos Rurales (SER) para mejorar la situación de las mujeres andinas peruanas.
La Asociación SER promueve el desarrollo por medio de iniciativas en alianza con otras organizaciones públicas y privadas en Perú. Con el apoyo de Manos Unidas, contribuye a la defensa de los derechos de las mujeres indígenas ayacuchanas.
En el Perú andino hay mucho machismo en las zonas rurales. Las mujeres solo pueden ser comuneras con derecho a voz y voto si son viudas o madres solteras. Una mujer joven, soltera, que quiera organizar o desarrollar su comunidad, no puede participar. Y si es una mujer casada tampoco, porque es el esposo quien está a cargo de la unidad familiar. Esto afecta, por ejemplo, al uso del agua para los cultivos, que se gestiona desde juntas de administradores que están solo manejadas por varones. Y si las mujeres han heredado un pedacito de tierra, no necesariamente la mejor, son las últimas en recibir el agua, porque primero están los varones. En cuanto al derecho a consulta previa a las poblaciones indígenas, que debe aplicarse cuando el Estado o las empresas intervienen en el territorio y ponen en peligro los derechos colectivos, también ocurre lo mismo. Las mesas de negociación con los que tienen el poder están solo compuestas por varones y esto no puede ser. Las mujeres son también parte del territorio, se preocupan por cuidarlo, por protegerlo... ¿Por qué no pueden estar en la mesa?
Estamos avanzando, con la ayuda de Manos Unidas, en el empoderamiento con las mujeres. Nosotros siempre decimos: «Derecho que no ejerces, derecho que pierdes». Y si no lo conoces, no lo ejerces y lo pierdes. Para nosotros es muy importante que las mujeres sigan desarrollando sus capacidades y que conozcan sus derechos. Y también estamos sensibilizando a los varones para que hagan un cambio en aquellos estatutos de la comunidad que solo les permiten a ellos ser comuneros calificados. A través de vídeos, charlas, dinámicas y teatros hemos logrado modificar estatutos de más de 20 comunidades donde las mujeres ahora son reconocidas como comuneras calificadas con voz y voto. Y ya varias han logrado entrar como parte de la directiva.
Nosotros siempre decimos: «Derecho que no ejerces, derecho que pierdes». Y si no lo conoces, no lo ejerces y lo pierdes.
Hemos tenido de todo... Por ejemplo, hemos apoyado a una señora llamada Crecenciana, a quien le gusta muchísimo participar, para que vaya a eventos en Lima o en la capital de la región y que gane experiencia en hablar con autoridades, así que tiene que salir varios días de su comunidad y, claro, dice el esposo: «¿A dónde vas a ir y con quién?». Y empiezan los problemas de celos… Y el varón, a veces, ha aparecido a ver si era cierto y cuando ve que su esposa está hablando en quechua frente a un gran auditorio y que está hablando de proteger su comunidad, sus tierras..., el varón se siente orgulloso y ahí se ven cambios, pasitos de hormiga que dan esperanza de que sí es posible modificar esa actitud machista. Entonces, en las siguientes capacitaciones ya puedes decir: «No te preocupes, Crecenciana, que el esposo va a cuidar a los niños». Pero también hay otros que dicen: «No, de capacitación nada, ¡tú te quedas en casa con los hijos y ya!». Así que no es una tarea sencilla, pero tampoco imposible.
Claro, hay que tener cuidado con esta sobrecarga que pueden tener las mujeres. Porque el Estado, por ejemplo, les da a ellas las ayudas sociales porque son más responsables y porque muchas veces el varón «se lo bebe todo». Entonces, cuidado, ¡a ver si estamos saturando a la mujer con todas estas cosas! Por eso es importante involucrar colectivamente a otros actores y descargar a la mujer de responsabilidades para que ella también pueda asumir tranquilamente los roles que le complazcan y que le traigan satisfacciones. Por ahí vamos avanzando.
Y el varón [...] cuando ve que su esposa está hablando en quechua frente a un gran auditorio y que está hablando de proteger su comunidad [...] se siente orgulloso y ahí se ven cambios que dan esperanza de que sí es posible modificar esa actitud machista.
Trabajamos en Ayacucho, una zona que fue afectada por el conflicto armado interno. Muchas mujeres fueron violadas, torturadas, mataron a sus esposos... Pero, además, muchas fueron esterilizadas contra su voluntad y, posteriormente, discriminadas en su propia comunidad. Lo que hemos hecho, en primer lugar, es difundir que es un problema público que atañe a más de 100.000 mujeres. Por otro lado, desde el movimiento de derechos humanos ha habido una fuerte exigencia de un programa de reparaciones para ellas. El anterior gobierno promulgó un Decreto que declara de interés nacional la atención prioritaria a víctimas de esterilizaciones forzadas. No habla de reparación sino de la creación de un registro de víctimas. Pero esta norma dice que las mujeres tienen que ir a registrarse a las Oficinas de Defensa Pública que, por lo general, están en las capitales de la región. Es decir, para esterilizarlas sí fueron a buscarlas hasta lo más profundo de sus comunidades. Pero para registrarse son ellas las que tienen que ir a buscar a las autoridades. ¡Y eso en el caso de que estén informadas! Lo que ha hecho nuestra asociación es difundir: «Señoras, vayan a registrarse porque les va a dar derecho a una atención integral de salud, apoyo psicológico y asesoría jurídica», que es lo que señala la norma.
El Estado no tiene fondos para difundir y llegar a todas las mujeres. Y lo que nos desgarra el alma es que la persona responsable de la creación de estos programas de esterilizaciones forzadas, Alberto Fujimori, ha sido indultado. ¿No es eso indignante? Ellas fueron engañadas diciendo que les iban a dar más comida, aprovechándose de su situación de pobreza extrema: «Te doy una bolsa de alimentos y vas conmigo a la posta». Pero luego les daban una inyección de anestesia y se despertaban en un lugar que no conocían junto con otras mujeres tiradas ahí sin saber qué les había pasado... ¡Eso no es justo! Y les pasó a mujeres que están en situación de vulnerabilidad porque no conocen sus derechos... En SER estamos muy solidarizadas con ellas: hemos hecho campañas para que puedan acceder al registro y las estamos acompañando para que puedan fortalecerse como organización, como mujeres, para que ellas mismas exijan sus reparaciones integrales.
Esta entrevista fue publicada en la Revista de Manos Unidas nº 206 (junio-septiembre 2018).