En Khandwa, pequeña localidad de la India, impulsamos la independencia de la mujer.
Hace un año, visitamos Khandwa, distrito perteneciente al estado de Madhya Pradesh, al norte de la India. Manos Unidas está colaborando en varios proyectos en este recóndito lugar, donde prevalece la vida rural y la mayoría de la población es tribal.
Algunas tribus de este estado viven en los bosques y tuvimos la ocasión de comprobar que no se han cruzado nunca con un turista extranjero, lo que sorprende a un europeo con una visión de su realidad globalizada.
Nuestro socio local, los servicios sociales de la diócesis de Khandwa, trabaja con estas comunidades desde hace ya 30 años y se ha ganado su confianza. Sabe lo importante que es conocer sus necesidades, sus arraigos culturales y tradiciones para poder concretar una acción de cambio. Su labor social se centra en los colectivos más vulnerables: mujeres, niños, personas con discapacidades y ancianos.
En esta zona, no hay desarrollo económico porque no ha habido desarrollo industrial y esto se traduce en falta de empleo. El medio de vida de la mayoría es la agricultura, pero las continuas sequías y la falta de recursos y formación se convierten en cosechas pobres y hambre durante gran parte del año. Quienes más sufren estas consecuencias son los niños y adolescentes desnutridos e indefensos ante tanta enfermedad.
Las continuas sequías y la falta de recursos y formación se convierten en cosechas pobres y hambre durante gran parte del año.
Esta falta de medios de vida sostenibles provoca migraciones hacia los estados vecinos, y el analfabetismo les conduce a ser explotados laboralmente. La población sobrevive de la agricultura durante cuatro o cinco meses. No existen infraestructuras sanitarias y alrededor de un 70 % de la población no tiene acceso a los servicios básicos de salud primaria.
Solamente cuentan con escuelas del Gobierno en algunas aldeas; no tienen medio de transporte para movilizarse; no disponen de instalaciones adecuadas y algunos profesores no imparten clases de forma regular, por lo que el nivel educativo es muy bajo. Además, la mayoría de las niñas abandonan el sistema educativo por razones sociales, económicas y por la falta de escuelas secundarias.
El proyecto con el que colaboramos ahora es una segunda fase de uno inicial que duró dos años. Está enfocado en el desarrollo de las técnicas agrícolas sostenibles y la protección medioambiental. Se forma a los agricultores (en su mayoría mujeres) para poder gestionar comercialmente sus cosechas, competir con los precios del mercado, solicitar ayudas gubernamentales y empoderar a sus comunidades.
Hemos sido testigos del cambio que se ha producido en el seno de estas poblaciones, no solo a nivel del desarrollo agrícola y social, sino también respecto a su actitud hacia el futuro, al que miran con esperanza.
Hoy, más de dos mil mujeres han establecido sus pequeños huertos domésticos, donde cultivan verduras, legumbres y frutas para alimentar a sus familias, además de para venderlas y tener así un sustento económico. En nuestras visitas, nos muestran con alegría y mucho orgullo cómo hacen sus pesticidas y abonos orgánicos y nos invitan a sus casas a tomar un chai y admirar sus huertos. Irradian alegría y confianza en sí mismas, nos presentan a sus hijos y nos hablan de todos sus planes.
Antes del proyecto, muchas de estas mujeres no salían prácticamente de casa y se ocupaban de los niños y las tareas domésticas. Ahora se sienten agricultoras, les hablan a sus hijos de la importancia de ir a la escuela, ahorran dinero en sus grupos comunitarios y piden microcréditos para cubrir gastos que van desde la compra de aperos de labranza, la educación de sus hijos o la boda de una hija.
A través de los grupos comunitarios, se creó una hermandad entre las mujeres, donde aúnan sus voces para participar en las decisiones políticas de sus comunidades. En uno de los poblados que visitamos, Upla, han conseguido que llegue el suministro eléctrico o que se construyan carreteras de acceso.
Son historias reales de superación, de alegría y de agradecimiento que suponen un regalo para todas las personas que las hacen posibles: desde el colaborador más anónimo hasta el último miembro del equipo local.
Artículo publicado originalmente en la Revista 223 de Manos Unidas. Aquí puedes leer todas las Revistas que publicamos.