Apoyamos a personas gravemente afectadas por la crecida de las aguas del Río Omo.
Tops Gnewuren tiene 32 años, seis hijos y alguna cabeza de ganado. Esas son todas las posesiones de esta mujer, cabeza de familia, que el pasado mes de agosto vio como la crecida del bajo Río Omo, provocada por las lluvias torrenciales que inundaron amplias zonas de la región etíope de las Naciones y los Pueblos del Sur, arrasaba con su casa y su huerto y se llevaba consigo alguno de sus animales. Desde entonces, Tops vive en un refugio provisional donde están expuestos a muchos riesgos para la salud: “no tenemos agua potable, bebemos directamente de la corriente”, explica.
Como otros muchos miles de personas de la etnia dassanech, localizada en el distrito del mismo nombre, Tops Gnewuren, que vive del pastoreo y de lo que produce en su pequeño huerto, ha sufrido este año las consecuencias que el deterioro del planeta está provocando en Etiopía.
El cambio climático está causando en el país africano alteraciones drásticas en los patrones del clima, que se traducen en sequías más prolongadas y frecuentes y en graves inundaciones. A ello hay que sumar una invasión de langosta proveniente de la Península Arábiga y que, desde 2019, han arrasado con enormes extensiones de cultivo en varias regiones de Etiopía, Kenia y Somalia.
“Aquí llegaron a mediados de febrero de 2020. Los enjambres de langostas, que pueden alcanzar el tamaño de una gran ciudad y se mueven a gran velocidad, invadieron 11 municipios de nuestro distrito y han devorado miles de hectáreas de tierra de pastos y cultivos. Estamos sufriendo el peor brote desde hace 25 años”, aseguraban, entonces, desde el Vicariato Católico de Soddo, socio local de Manos Unidas en la zona.
En agosto, las lluvias torrenciales consiguieron terminar, siquiera provisionalmente, con la plaga de langosta, aunque causaron enormes daños a la población: casi 63.000 personas tuvieron que desplazarse de sus hogares a refugios provisionales y requieren de ayuda humanitaria para hacer frente al día a día. Los niños se enfrentan a graves problemas de malnutrición y el ganado necesita asistencia veterinaria y comida, porque, si no, no puede venderse en los mercados.
Desde el Vicariato de Soddo hicieron un llamamiento a diversas organizaciones internacionales:
“Las personas de estas comunidades dependen ahora de los mercados para comprar comida y los precios están subiendo mucho. La supervivencia en las comunidades se está haciendo muy difícil, porque no hay reservas de comida para hacer frente a la situación. Necesitamos ayuda”.
Manos Unidas, que ya había prestado su apoyo de emergencia a las familias para paliar las consecuencias de la invasión de langostas, ha destinado parte del presupuesto de esa acción de humanitaria a atender las necesidades de alimentación e higiene de más de 100 personas, además de a la adquisición de medicinas para el ganado.