Cuatro millones de venezolanos han salido de su país desde 2015.
Según Naciones Unidas, cuatro millones de venezolanos han salido de su país desde 2015, mientras que fuentes no oficiales señalan que la cifra podría ascender a más de cinco millones y medio. Más allá de los datos, lo cierto es que la vulnerabilidad de esta población y las dificultades de otros países para su adecuada recepción están generando una grave crisis humanitaria.
Se estima que 2,7 millones de venezolanos permanecen en otros países de América Latina, siendo Colombia el país más afectado por este fenómeno de movilidad humana. A partir de 2015, la magnitud es la de una diáspora: 1,3 millones de personas sin recursos que salieron «con el hatillo al hombro» a causa del incremento de la conflictividad, la inseguridad y el desabastecimiento en Venezuela.
Los venezolanos están sufriendo, asimismo, significativos abusos laborales, lo que provoca enfrentamientos con los trabajadores locales que realizaban los trabajos más precarios. Este enfrentamiento, así como el colapso de los servicios, están generando un incremento de la conflictividad y la xenofobia.
En palabras de Mauricio García, del Servicio Jesuita de Refugiados (SJR), la cuestión humanitaria «se puede convertir en una bandera política usada para presionar cambios políticos sin que realmente prevalezcan las necesidades de las personas afectadas por la crisis humanitaria».
Entre las consecuencias de esta instrumentalización está el incremento del riesgo de que los nacidos en Colombia se conviertan en apátridas, es decir, en personas indocumentadas que no son reconocidas en el país receptor ni en el país del que salieron sus padres.
El programa que lleva a cabo el SJR, con el que colabora Manos Unidas, interviene en tres enclaves de la geografía colombiana, creando una diagonal desde la frontera con Venezuela hasta la frontera con Ecuador. En estos puntos se acoge y apoya a la población migrante, ya llegue con idea de permanencia o se encuentre en tránsito a otros países.
De cara a las comunidades anfitrionas, el programa fomenta políticas públicas adecuadas y un clima favorable a la acogida, ya que se considera esencial la solidaridad tanto de las comunidades receptoras como de organizaciones a nivel nacional e internacional. En este sentido, merece la pena recordar que Venezuela fue, precisamente, uno de los principales países receptores de la población colombiana desplazada por el conflicto armado durante la segunda mitad del s. XX.
En Lima, Tacna y Tumbes, fortalecemos los mecanismos para proteger a la población migrante venezolana, así como para sensibilizar sobre la trata y el tráfico de personas.
Texto de Carmen Santolaya. Departamento de Proyectos de América.
Este artículo fue publicado en la Revista de Manos Unidas nº 210 (octubre 2019-enero 2020).