Texto del Observador Permanente de la Santa Sede en la ONU por la Campaña 63.
Monseñor Fernando Chica Arellano, Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA, ha escrito este texto con motivo de la Campaña 2022 de Manos Unidas que se presenta estos días. Te invitamos a leerlo y reflexionar sobre él.
La 63ª Campaña contra el Hambre de Manos Unidas lleva como lema “Nuestra indiferencia los condena al olvido”. Quiere ser una incisiva llamada de atención para que, como Iglesia y como ciudadanía, mantengamos en la memoria y en el compromiso el recuerdo de las personas y grupos empobrecidos. Por mi parte, me gustaría ofrecer algunas pistas para la reflexión, apoyado en dos fuentes principales: el análisis técnico de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y el magisterio del papa Francisco.
El último informe de prospectiva de la FAO analiza los puntos del planeta en los que es más probable que se agudice una severa inseguridad alimentaria, en el período que transcurre entre febrero y mayo de 2022. En términos absolutos, los cinco países más afectados por la inseguridad alimentaria aguda son los siguientes: República Democrática del Congo (30 millones de personas, el 25% de la población), Afganistán (23 millones, 55% de la población), Nigeria (18 millones, 11%), Etiopía (17 millones, 30%) y Yemen (16 millones, 54%). Siguen, en orden decreciente, Siria, Sudán del Sur, Sudán, Haití, Níger y Somalia. En cuanto a las situaciones extremas que requieren acciones más urgentes, cuatro son los países que destacan: Etiopía, Nigeria, Sudán del Sur y Yemen, dado que buena parte de su población está al borde de la inanición y de la muerte. No puede ser que nuestra indiferencia condene al olvido a cuantos en esas regiones del orbe padecen de modo tan cruel y atroz.
Para iluminar este y otros funestos panoramas, podemos recuperar la voz del papa Francisco, vigorosa, clara y profética. En numerosas ocasiones, el Obispo de Roma ha clamado contra la globalización de la indiferencia. Menciono solo tres ejemplos.
Como cada mes de febrero, Manos Unidas nos brinda la oportunidad de interpelar nuestra conciencia, de espolearla, dejando a un lado tibieza y acidia.La Campaña es una ocasión propicia para dar lo mejor de nosotros mismos, al margen de desidias e indolencias. Manos Unidas nos ayuda a recuperar la memoria, reforzar la solidaridad y practicar de manera renovada el ayuno, la oración y la limosna.
Si, con motivo de la Campaña del Hambre, no lo hacemos, desgraciadamente se hará realidad lo que dijo el Papa, cuando visitó la sede del Programa Mundial de Alimentos, el 13 de junio de 2016: “Poco a poco, nos volvemos inmunes a las tragedias ajenas y las evaluamos como algo ‘natural’. Son tantas las imágenes que nos invaden que vemos el dolor, pero no lo tocamos; sentimos el llanto, pero no lo consolamos; vemos la sed, pero no la saciamos. De esta manera, muchas vidas se vuelven parte de una noticia que en poco tiempo será cambiada por otra. Y mientras cambian las noticias, el dolor, el hambre y la sed no cambian, permanecen. Tal tendencia, o tentación, nos exige hoy un paso más. Hoy no podemos darnos por satisfechos con solo conocer la situación de muchos hermanos nuestros. Las estadísticas no sacian. No basta elaborar largas reflexiones o sumergirnos en interminables discusiones sobre las mismas, repitiendo incesantemente tópicos ya por todos conocidos. Es necesario ‘desnaturalizar’ la miseria y dejar de asumirla como un dato más de la realidad. ¿Por qué? Porque la miseria tiene rostro. Tiene rostro de niño, tiene rostro de familia, tiene rostro de jóvenes y ancianos. Tiene rostro en la falta de posibilidades y de trabajo de muchas personas, tiene rostro de migraciones forzadas, casas vacías o destruidas. No podemos ‘naturalizar’ el hambre de tantos; no nos está permitido decir que su situación es fruto de un destino ciego frente al que nada podemos hacer. Y, cuando la miseria deja de tener rostro, podemos caer en la tentación de empezar a hablar y discutir sobre el hambre, la alimentación, la violencia dejando de lado al sujeto concreto, real, que hoy sigue golpeando a nuestras puertas. Cuando faltan los rostros y las historias, las vidas comienzan a convertirse en cifras, y así paulatinamente corremos el riesgo de burocratizar el dolor ajeno”.
¿Habrá alguien que escuche estas palabras? Que la fe nos facilite la apertura del corazón. En este sentido, es importante subrayar que Manos Unidas tuvo su cuna en la recia sensibilidad cristiana de las Mujeres de Acción Católica, que a comienzos de los años sesenta del siglo pasado no permanecieron insensibles ante el grave problema del hambre y la miseria, que afectaba, y lamentablemente sigue haciéndolo, a gran parte de la humanidad. Ellas, movidas por su amor a Dios y al prójimo, decidieron dar una respuesta eficaz y mancomunada al estigma del hambre, organizando actividades para luchar contra esa lacra y erradicarla.
Conviene no pasar por alto este dato. Si en el origen de la Campaña contra el Hambre de Manos Unidas está la fe en Dios y el arraigo eclesial de unas mujeres valientes, será preciso hoy avivar estas virtudes. También a nosotros se nos pide una fe pujante y activa, una caridad ardiente que nos impulse a escuchar el clamor de los pobres y de los atribulados, saliendo raudamente al encuentro de sus necesidades. Lo podemos hacer de manera personal, familiar y comunitaria. Las fechas del viernes 11 de febrero (Día del Ayuno Voluntario) y el domingo 13 de febrero (Jornada Nacional) son magníficas para expresarlo de un modo más visible y tangible. Cada uno está invitado a hacer lo que pueda, con generosidad.
Se trata de no permitir que nuestra indiferencia condene al olvido a tantos seres humanos, hermanos nuestros, que soportan pesadas cargas a causa del feroz yugo del hambre, la miseria y la injusticia.