Los avances tecnológicos nos han permitido multiplicar por tres, en los últimos decenios, la capacidad de producción de alimentos. De hecho, hoy producimos un 17% más de calorías por persona que hace 30 años, teniendo en cuenta además que en este mismo período la población ha aumentado en un 70%. Por lo que no estamos ante un problema de producción de alimentos (problema técnico), sino ante un problema de accesibilidad, es decir, un problema ético, de justicia. Esta fue la observación que en 1992 ya hizo Juan Pablo II, cuando advirtió de lo que él llamó, la paradoja de la abundancia: “Hay comida para todos, pero no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos”[1].
El problema del hambre hay que entenderlo en una realidad en la que todo está conectado, y donde los factores políticos, económicos, sociales y ambientales interactúan constantemente creando conexiones invisibles pero reales, que provocan que millones de personas no puedan comer. Examinado con detenimiento, se observa que se trata de un sistema de producción de alimentos basado en la explotación intensiva y extensiva de los recursos naturales, el uso de alta tecnología y fuertes inversiones en infraestructuras que provocan la concentración de los países y las corporaciones (multinacionales) que controlan a nivel mundial tanto la producción como la distribución de alimentos, y tienen gran influencia en los precios de los alimentos y en los mercados internacionales. Este proceso de concentración orientado a maximizar beneficios, promueve la producción extensiva y beneficia a algunas regiones ricas que han apoyado con grandes subvenciones el predominio de sus productores en el mercado internacional. Así, el proceso denominado como “mercantilización” ha acabado por imponer, por encima del derecho a la alimentación de todos, la producción de alimentos como un negocio atrayendo incluso a inversores ajenos a la industria alimentaria, favoreciendo la especulación y una alta volatilidad de los precios[2].