Cada uno de nosotros tenemos responsabilidad en la lucha contra el hambre y debemos cambiar nuestra manera de actuar e incluso nuestra forma de vida. Con frecuencia escuchamos expresiones que apelan a nuestra conciencia y nos exhortan a no desperdiciar los alimentos, a utilizar bien nuestros recursos, a no destruir el planeta, a cuidar el medio ambiente, etc. Para ello, debemos apagar la luz, cerrar el grifo, reciclar el papel, el vidrio, los envases, el aceite, no despilfarrar combustible, usar el transporte público, cuidar los bosques... También podemos modificar nuestros hábitos de consumo de acuerdo a nuestras necesidades reales como comprar alimentos de proximidad y de estación, artículos producidos por medios respetuosos con el medio ambiente, con los trabajadores que los producen o favorecer el uso de energías limpias y renovables.[1]
[1] “El desafío del hambre: la seguridad alimentaria en nuestro mundo globalizado”, Manos Unidas, 2013, págs. 40 y 41
