El papa Francisco habla de “cultura del descarte” para definir nuestro actual modo de vida que antepone el “consumir y tirar” al “reducir o reutilizar” y que busca el confort, el placer inmediato, potenciado por la publicidad y la industria de la obsolescencia programada. En su significado más inhumano, las personas son bienes de consumo, que pueden ser usados y tirados, esclavizados, excluidos o sometidos a desigualdad y falta de recursos y derechos.
Basta mirar algunas cifras para ver la magnitud del problema, agravado por la crisis sanitaria mundial, sobre todo entre los más empobrecidos del Sur. Los 1.300 millones de personas que había a principios de 2020 sufriendo pobreza multidimensional (de los cuales, el 84,5% vive en Asia del sur y África subsahariana), podrían aumentar este año en 500 millones a causa de la pandemia. Desglosando las distintas dimensiones:
- Alimentación: se podría alcanzar la cifra de 1000 millones de personas con hambre, frente a los 821 millones informados en 2020 por FAO, según José Graziano da Silva (Exdirector de esta organización).
- Salud: en Latinoamérica y Caribe hay 21,4 médicos y 15,8 enfermeras cada 10.000 habitantes. Y en África subsahariana, hay cinco camas de UCI por cada millón de habitantes. La pandemia se suma a enfermedades mortales como el dengue, la malaria, la tuberculosis, el ébola o, en el caso de la infancia, la diarrea o la desnutrición (datos de la Organización Panamericana de Salud).
- Agua potable y saneamiento: Naciones Unidas informa de que 3.000 millones de personas no tienen en su casa agua para el lavado de manos, una medida elemental contra los virus.
- Vivienda digna: Según ONU Hábitat, en los asentamientos marginales de las grandes ciudades, alrededor de 1.000 millones de personas, diariamente, se enfrentan al hacinamiento y a graves carencias de alimentos, agua, saneamiento, gestión de residuos o asistencia médica.