Ha pasado la mayor parte de su vida en un país en guerra. Hoy se empeña en conseguir la paz en el país más joven del mundo.
Como muchos de sus compatriotas, Eduardo Hiiboro Kussala, obispo de Tombura-Yambio y presidente de la Conferencia Episcopal de Sudán del Sur, ha pasado la mayor parte de su vida en un país en guerra. Hoy se empeña en conseguir la paz en el país más joven del mundo que, casi desde su independencia en 2011, se ha visto sumido en una guerra fratricida que causa estragos entre la población. Ese fue el motivo que le trajo a Europa hace unos meses.
La guerra civil solo ha traído sufrimiento. El país tiene problemas económicos, la gente tiene hambre y no pueden cuidarse adecuadamente... Hay mucho miedo y frustración y se han perdido muchas vidas. Una de las consecuencias fundamentales de esta guerra es el alto número de desplazados que ha causado: personas que han tenido que dejar sus hogares y viven ahora en las iglesias o en campos bajo la protección de las Naciones Unidas. Además, a día de hoy, millones de sursudaneses han abandonado el país para refugiarse en Uganda, Congo, Kenia o Etiopía.
Hay toda una generación que solo ha vivido en conflicto; muchos de nosotros hemos nacido y crecido en guerra y todos la estamos sufriendo.
En Sudán del Sur solo ha habido un día, el de la independencia de nuestro país, en el que pudimos experimentar lo que es la alegría y la libertad.
Definitivamente, hay que poner fin al conflicto y para ello se necesita desarrollo. Los jóvenes no saben que el desarrollo es bueno para ellos porque no lo conocen. No saben que los programas de agricultura, de formación profesional, etc., pueden contribuir a cambiar sus vidas. Todos en mi país, niños y adultos, necesitan aumentar su nivel de educación, porque solo a través de la educación se puede cambiar la mentalidad de las personas.
En mi diócesis miles de jóvenes habían tomado las armas y se habían escondido en la selva. Pedimos permiso al Gobierno para acceder a ellos adentrándonos en el bosque. Teníamos que convencerlos de volver a sus casas. El Gobierno aceptó y yo me alegro de ello, pero… ¡qué gran riesgo corrimos! Más de una vez nos hicieron arrodillarnos apuntándonos con sus armas. Lo bueno es que, al final, conseguimos que miles de jóvenes abandonaran su escondite.
Con nuestro trabajo también hemos podido liberar a más de 500 niños soldado que ahora están reintegrados en sus familias y han vuelto a la escuela. Nuestro principal objetivo ahora es lograr mantener a estos chicos ocupados, darles conocimientos y convencerlos para que no vuelvan a la selva.
La falta de dinero, de trabajo y de educación hacen muy fácil que llegue cualquiera y les diga: «Venga, únete a mí… Te doy 500 libras, te doy 100 dólares…». Y ellos les siguen, porque no ven futuro… Por eso necesitamos atraer a los jóvenes con actividades como la formación profesional. E insistir en que amen la paz y trabajen por ella. Pero pasan los años y aún no lo hemos conseguido: el ser humano es muy testarudo y a veces no escucha, solo piensa en sus intereses. Nosotros nos empeñamos en decirles la verdad: «La guerra es el diablo, la paz es el desarrollo».
Las mujeres deben tener la oportunidad de empoderarse, porque gracias a ellas conseguimos apoyo y estamos logrando avances. Las mujeres deben empoderarse para poder cuidar de sus hijos sin peligro, para apoyar a los jóvenes y, sobre todo, para ser capaces de ayudarse a sí mismas.
La comunidad internacional está dividida: la posición de China y de Rusia es diferente a la de los americanos y los europeos. Los americanos y los europeos opinan que la guerra tiene que acabar lo antes posible. No comprendo cómo China y Rusia no quieren trabajar duro para poner fin a la guerra. También difieren los intereses de los gobiernos de países vecinos como Sudán, Etiopía, Uganda, Kenia e, incluso, Egipto. Y esta falta de acuerdo hace muy difícil poner fin a la guerra. Sentimos que la comunidad internacional no se está implicando en la resolución del conflicto.
La Iglesia católica está haciendo mucho para contribuir a la paz y al bienestar de la población. Desde el principio hemos trabajado y rezado para que nuestra gente aprenda a respetarse. Además, en las comunidades se puede ver que la Iglesia católica está muy implantada y su papel de reconciliación y de búsqueda de la paz es muy apreciado.
Manos Unidas nos acompaña desde el nacimiento de Sudán del Sur en actividades educativas y de desarrollo. Nos ayudáis desde el terreno, a través de la diócesis o de las propias comunidades, y eso es fundamental para mi país.
Deseamos que esa labor continúe, especialmente para empoderar a la gente, porque siempre se ha dicho que es mejor dar el anzuelo y la caña y enseñar a pescar; así, el día de mañana, nosotros seremos capaces de hacerlo solos.
El proceso de paz no es cosa de un día, ni es un programa a corto plazo, necesitamos vuestra ayuda para ser capaces de combatir el conflicto en el país y poder, por fin, construir una paz verdadera. Os pedimos vuestra amistad, que estéis con nosotros. No dejéis de apoyarnos, aunque nuestros problemas no se hayan solucionado y la guerra continúe.
Esta entrevista fue publicada en la Revista de Manos Unidas nº 207 (octubre 2018-enero 2019).