Con motivo del Día Internacional del Migrante, el padre Jesús, misionero en Guatemala desde hace 50 años, comparte el trabajo que junto con Manos Unidas lleva a cabo con las personas que viven refugiadas en el Puente de Belice.
El padre Jesús Rodríguez es un leonés cuya vocación le llevó a descubrir las entrañas de Guatemala hace 50 años. Comenzó su trabajo en el norte del país con migrantes campesinos. Durante esos años resulta “evangelizado por los pobres” y cambia diametralmente el sentido de su visión. Tres años más tarde se traslada al suroccidente del país y se hace cargo del acompañamiento de más de 40 comunidades fronterizas con México. Una experiencia que, por su dureza, le marcará de manera definitiva al convivir 20 años en un entorno donde el alcoholismo, la prostitución, la trata de personas y el drama de la emigración construyen una población sin identidad. Un ciclo que se ve obligado a cerrar por agotamiento físico y mental.
Su traslado a la capital significa el comienzo de un resurgir y una nueva etapa que empieza desde cero. Hoy, 21 años después, Jesús mira su paso con orgullo al contemplar el resultado de un trabajo que ha permitido que las comunidades más vulnerables puedan mirar el futuro con esperanza.
«La madrugada del 4 de febrero de 1976 marcó un antes y un después en el llamado país de la eterna primavera. Ese día, un fatal terremoto de 7,8 grados sacudió las entrañas de Guatemala, sepultando a más de 25.000 personas, destruyendo viviendas, edificios públicos, rutas y cambiando el cauce de algún río.
El terremoto de 1976 desnudó a Guatemala ante el mundo. Mostró el abandono y la miseria en que vivían las grandes mayorías, justamente las más afectadas. El terremoto sacó literalmente de la cama a los pocos pobres que lograron sobrevivir a tamaño susto, y se tragó a los más indefensos. Este fenómeno fue el mejor termómetro de la realidad socioeconómica de Guatemala, con las consecuentes migraciones y desplazamientos internos. Un país donde hay todavía un déficit habitacional de más de un millón y medio de viviendas.
«El terremoto sacó literalmente de la cama a los pocos pobres que lograron sobrevivir a tamaño susto, y se tragó a los más indefensos.»
Fue precisamente a raíz del terremoto cuando comenzaron a poblarse estos barrancos y empezaron a aparecer chabolas de lata o cartón, con piso de tierra, sin drenajes, sin luz, sin agua y en medio de un hacinamiento con imprevisibles consecuencias.
En un aluvión empezaron a llegar huyendo del caos, de la rapiña y de la violencia, protegiendo a los pequeños y pasando hambre todos. Llegaban con lo puesto, en escenas que recordaban el Éxodo bíblico, ilusionados ante el espejismo provocado por las luces de la ciudad, sin tener plena conciencia de las penalidades que les esperaban al llegar a un medio hostil, lejos de la protección de la madre tierra que provee de todo a sus hijas e hijos, los arropa y los cuida solícitamente.
Ese fue el comienzo. Con el correr del tiempo llegarían más y más familias, unas huyendo de las zonas de conflicto durante la guerra que duró 36 años, otras de la escasez y la baja producción de una tierra esquilmada que no ofrecía a las familias afectadas por la hambruna la oportunidad de subsistir.
En cierto sentido, los asentamientos se convirtieron en un verdadero refugio para muchos, libres de chismes e intrigas, un medio donde eran desconocidos. Como siempre, a la mujer era a la que le tocaba la peor parte, viéndose obligada a hacer verdaderos milagros para llevar una tortilla a la boca de sus hijos o para irlos viendo morir uno a uno.
Si bien el clima de la ciudad es benigno, dado el tipo de “viviendas”, eran muy comunes las enfermedades respiratorias y gastrointestinales. La muerte rondaba por todos los lados.
Con las deficiencias descritas, aparecían otro tipo de carencias en el campo educativo y laboral. No existían lugares de esparcimiento y, sobre su rostro pesaba la exclusión y la estigmatización social que les señalaba y les ponía al margen, como condenados a vivir en condiciones diferentes. Habían entrado a formar parte del círculo de los desechables, como dice el Papa Francisco.
Sobre ellos iban a recaer los peores calificativos, realidad que todavía hoy marca a muchos de ellos. Es necesario un grado de conciencia social muy alto para que quienes viven cerca se atrevan a bajar a visitarles. Nada tiene de extraño que quienes viven en dichos asentamientos humanos se hayan sentido obligados a protegerse cuando la sociedad les provoca.
La realidad que hoy ofrecen los asentamientos de la Parroquia incluye desempleo, carencia de vivienda digna, hacinamiento, promiscuidad, situación de riesgo permanente, inseguridad, abandono escolar, drogadicción, desintegración familiar, maltrato infantil, falta de educación sexual, embarazos prematuros, falta de higiene, insalubridad, baja autoestima y situación de miseria.
Las primeras personas de la Parroquia en realizar un acercamiento a los asentamientos fueron algunas laicas y laicos bien formados. Ellas y ellos dieron su tiempo sin buscar nada a cambio y fueron elaborando pacientemente toda una investigación social, a base de horas y horas de encuentros durante las cuales el diálogo y la escucha fueron, y sigue siendo, determinantes.
Una población escolar de aproximadamente 800 niños se beneficia cada año, en las Escuelas del sector parroquial, del apoyo que ofrecen los estudiantes de Pedagogía que realizan su Ejercicio Profesional Supervisado entre nosotros.
Cerca de 300 mujeres asisten semanalmente a los Talleres de Capacitación y Organización que las estudiantes de Trabajo Social organizan en los asentamientos de la Parroquia.
Unas 50 personas adultas reciben atención psicológica cada mes en la Clínica Psicológica de la Parroquia. Unos 80 niños, escolarizados o no, cuentan cada año con el acompañamiento psicológico que las estudiantes de Psicología les ofrecen.
No podemos hacer a un lado lo que significa la dedicación y el mimo que suponen las visitas puntuales que hacen las religiosas a las familias, a las mujeres solas, a las personas ancianas y a los enfermos. Atención especial se merecen los Talleres de Crecimiento Personal para Mujeres, que las propias religiosas organizan mensualmente y que reúnen a unas 30 o 40 mujeres. Con la ayuda de personas expertas en diversas disciplinas y el testimonio de verdaderos héroes y heroínas, muchas mujeres van tomando confianza en sí mismas y van levantando la cabeza decididas a ser ellas mismas.
El hecho educativo comienza a estar más valorado: educadores, padres de familia y los propios niños se ven a sí mismos como actores conjuntos de la comunidad educativa, conocedores de que nadie educa a nadie, sino que educamos juntos. Los maestros y los padres de familia van tomando conciencia de que lo que ayuda a crecer es el acompañamiento y el testimonio de una vida al servicio del otro partiendo del encuentro, el diálogo y la escucha.
La conciencia de grupo, el sentido de organización y el valor de la planificación se van abriendo paso. Surgen iniciativas diversas, aparecen propuestas muy serias, la defensa de los derechos de la persona poco a poco va siendo incorporada al imaginario colectivo y entre todos vamos inventando caminos y nuevos modos de ser y de vivir en comunidad, superando escollos.
El acompañamiento psicológico ha dejado de ser tabú entre nosotros y día a día, constatamos cómo niños, jóvenes y adultos van dejando lastres, sanando heridas, descubriendo sus potencialidades, tomando confianza en sí mismos y saliendo al encuentro con los demás, empeñados todos en una causa común: la construcción del Reino de Dios transformando la sociedad.
Los aportes específicos de los demás profesionales contribuyen a orientar necesidades sentidas, que poco a poco van encontrando soluciones sin necesidad de acudir al mercantilismo salvaje que corroe a la sociedad.
La presencia permanente de laicas y laicos bien formados en las áreas marginales de la Parroquia ofrece un modo diferente de ser Iglesia al estilo del Papa Francisco: “una Iglesia en salida”, o mejor, “una Iglesia pobre para los pobres”.
Nos agrada ver ya en marcha toda una serie de proyectos productivos que apuntan a una sostenibilidad en bases al desarrollo de las capacidades de las mujeres. En ese sentido podemos hablar de la elaboración de artículos como desinfectantes, jabón, sustancias ambientadoras, desodorantes, champú, arreglos florales, artículos decorativos y manualidades diversas con material reciclable.»