Misionera mallorquina de la Congregación Pureza de María en Ngovayang, Camerún e invitada especial de la campaña nº 57 de Manos Unidas.
Ngovayang, Camerún. 19 de marzo de 2020
Hoy he tenido un rato de compartir con Manos Unidas a través de una llamada de whatsapp. Un momento de intercambiar experiencias, de interesarnos unos por otros, porque Manos Unidas es una gran familia extendida por muchísimos países del mundo, en los diferentes continentes, con el objetivo de compartir el hambre de pan, de educación, de salud, de acceso a una vida digna, de todo lo que es importante para un ser humano a lo largo de su existencia terrena. Me han invitado a poner por escrito la vivencia de estos días, y por eso estoy ahora con vosotros.
Y, como no podía ser de otra manera, hemos hablado del coronavirus. Lo primero, para valorar y agradecer la labor de médicos, enfermeros, personal sanitario, personal de limpieza, fuerzas del orden y de seguridad que, en primera línea, combaten el virus y luchan por la vida de la gente. Verdaderamente, los aplausos que reciben cada día no pueden ser más merecidos. Hemos hablado para agradecer a los dueños de los supermercados, a la gente que está en caja, a los proveedores, a los transportistas, al personal de las farmacias que estén garantizando los servicios que son más necesarios para la población. Agradecer a miles de personas que se reinventan estos días para ofrecer sus servicios: vecinos que hacen la compra a otros vecinos, gente que llama a otras personas para que no se sientan solas, gestores de plataformas online que facilitan el aprendizaje y la lectura. Es imposible citar a tanta, tanta, tanta gente y, al mismo tiempo, ¡qué bien hace al corazón recordar y agradecer el amor de los demás! Ya lo dijo Jesús:
Amor más grande no hay que el que pone su vida en el lugar de la vida de sus amigos(jn.15,13).
Hemos hablado de las dificultades que afrontan muchas personas que viven en casas pequeñas, que no saben con quién dejar a los niños cuando se van a trabajar, que no pueden ayudar a sus hijos a hacer las tareas o a seguir las clases por ordenador, de las personas mayores que se sienten más que nunca vulnerables, de los enfermos que necesitan asistencia, del posible aumento de la violencia de género.
De todo eso que nos hace mirar, aunque nos hayamos quedado en casa, un mundo que se extiende como un horizonte inmenso desde la ventana interior de nuestro propio corazón. Son tiempos de vulnerabilidad y de mucha incertidumbre. Son tiempos para descubrir eso que decía el Papa Francisco a la Pontificia Academia de la Vida, que la vida humana es hermosa hasta encantar y frágil hasta morir.
Giada Lepore, de Benevento, una chica de 15 años que se quedó ciega salió el otro día a cantar, desde su balcón, una canción que dice que “il mondo (…) non era in grado di vedere”, que el mundo no podía ver, que hay que cambiar el modo de pensar y de ver y que esto puede estar cambiando el mundo y quizás abra una ventana entre las estrellas. Que quizás con el amor no tendremos ya necesidad de tantas cosas que hasta ahora nos parecían indispensables y que aprenderemos a valorar otras que tenemos siempre cerca pero que nos pasaban desapercibidas.
También hemos compartido la experiencia de sostenernos unos a otros con la oración, especialmente la Adoración a Jesús, Eucaristía y el Rosario. La oración es una preciosa forma de comunión y la belleza –como me decía mi padre el otro día, con sus 84 años y en casa en Madrid con mi madre– es inmune al coronavirus. Decía Etty Hillesum desde un campo de concentración que “el mismo cielo se extiende por todas partes”.
Y después, hemos hablado de cómo se vive esto del coronavirus desde África. Siempre digo que África es un continente enorme, compuesto por 55 países, más 2 no reconocidos y 4 dependencias. He vivido entre 2009 y 2019 en un poblado llamado Kanzenze, en la República Democrática del Congo, y desde octubre de 2019 vivo en Ngovayang, un poblado al sur de Camerún. De eso sí puedo compartir un poquito, sin generalizar. Ngovayang, donde estoy ahora, es un valle entre montañas en plena selva, donde viven los pigmeos Bagyeli (quedan unos 3.000 en todo el mundo y viven todos en esta selva) y algunas poblaciones bantúes, principalmente Ngumba y Fang.
Según datos de la OMS, que van cambiando de día en día, y que probablemente serán distintos cuando los lectores lean este escrito, hoy hay en Camerún 13 casos reconocidos de coronavirus y 14 en la República Democrática del Congo. Por este motivo, el 17 de marzo por la noche, el Primer Ministro camerunés comunicó un paquete de 13 medidas adoptadas por el Gobierno y de aplicación a partir del día siguiente, entre las que se encuentran el cierre de fronteras, el cierre de establecimientos educativos, el control de flujo y agrupamientos de personas, las medidas de higiene y otros puntos que se han tomado en diferentes países. En la República Democrática del Congo, el Presidente anunció el día 18 de marzo por la noche toda una serie de medidas a aplicar a partir del 20 de marzo.
Frente a la amenaza del coronavirus, puedo decir que tanto la República Democrática Congo como Camerún tienen unos sistemas de salud frágiles y deficitarios.
Es verdad que la República Democrática del Congo tiene mucha experiencia en la lucha contra el ébola, pero la rapidez y velocidad del contagio por coronavirus suponen una gravísima amenaza. Pienso, por ejemplo, en nuestra misión. El Hospital de Ngovayang no tiene médico y faltan todo tipos de medicamentos tan básicos como el paracetamol. Es un ejemplo gráfico de la falta de hospitales, centros de salud y profesionales, lo cual sería catastrófico si se expande la pandemia.
Por otra parte, según Naciones Unidas, el 63% de la población en el continente africano no tiene acceso al agua, lo cual es un gran problema y, en algunas zonas rurales y concentraciones urbanas, este porcentaje es mucho más elevado. Para muchísimas personas, un jabón es un lujo. Estos días pensaba en la petición que Julia, una niña de 4 años de nuestro poblado, le hizo a Jesús en la Noche de Navidad: “Jesús, me gustaría pedirte una pastilla de jabón”.
Sin embargo, la amenaza inmediata y principal en este momento es la subida del precio de los productos básicos, por el cierre de fronteras y el control del flujo de personas y productos
Ayer, el ingeniero que trabaja aquí por el proyecto del agua pero que reside en Douala, nos decía que las cosas habían doblado los precios y que iba a enviar por teléfono algo de dinero a su mujer. Hoy, una familia amiga de Lubumbashi me ha escrito diciéndome que el saco de harina ha pasado de 40 000 FC a 90 000 FC, lo que supone que con el salario de un mes un profesor no llega ni a comprarse dos sacos de harina. En las grandes urbes africanas, no es posible cultivar ni criar animales. Tampoco se puede acumular comida, porque la gente vive al día y su poder adquisitivo es nulo o muy bajo, y tampoco hay manera de guardarla en condiciones. Esa realidad es muy distinta en nuestro medio rural, aquí en la selva.
Las 44 niñas Bagyeli que residen en el Hogar, y que tienen entre 3 y 15 años, ya se han marchado a sus casas. Muchas viven en campamentos en el interior de la selva, muy alejados, y allí – siguiendo las costumbres de sus antepasados durante cientos de años – pueden sobrevivir muy bien gracias a la caza, la pesca, la recogida de frutos silvestres, plantas medicinales y curativas.
Nosotras habitualmente comemos de forma muy sencilla así es que, aunque ahora tengamos que racionarlo todo un poco más, podremos subsistir. A lo mejor no tienes carne, o pescado, o falta fruta. Dulce habitualmente no comemos, ni tomamos bebidas. Realmente, si puedes comer cada día –en un mundo en el que 824 millones de personas pasan hambre– eres todo un afortunado. Y si puedes beber agua potable tienes la riqueza del oro azul, que es en verdad un bien muy valioso. Pensaba también en esa “crisis del papel higiénico” que tantas bromas ingeniosas ha provocado entre la población española (¡geniales los chistes españoles!), y que también ha llegado aquí pero eso aquí no es un gran problema, ¡siempre te puedes limpiar con una hoja de alguna planta! Eso sí, es más difícil conseguir compresas, por ejemplo, y eso me ha hecho pensar en tantas mujeres para quienes la menstruación, en un medio pobre, es una dificultad añadida.
Otro aspecto a compartir es cómo se ha vivido la suspensión de las clases aquí. En el colegio hay 183 niños y niñas, todos de nuestro medio rural, que también se han ido a sus casas. Aunque no podrán seguir las clases online porque no tienen ni ordenador, ni acceso a la electricidad, ni libros, se fueron tranquilos y contentos. Volverán a los campos de sus padres, sus tíos o sus abuelos, se bañarán en el río o pasarán el día en el exterior de sus chozas. Nos preocupa que algunos no vuelvan cuando pase todo esto. Los niños no tienen habitualmente juegos, ni actividades especiales de ocio, les divierte la vida normal y crecen a su ritmo en el mundo de los adultos. Pero son resilientes y agradecidos.
La hermana que dirige la escuela les leyó y explicó la carta del Presidente, que comprendieron muy bien salvando a los de Educación Infantil que contaron después que el coronavirus había entrado en todas las aulas del colegio y que por eso había que cerrarlas con llave y candado e irse a casa ¡nos moríamos de risa!
En nuestra vida cotidiana, las medidas de aislamiento varían mucho de un lugar a otro. Aquí, en Ngovayang, estamos en un lugar muy aislado, en plena selva. No hay luz eléctrica, y por lo tanto no hay lavadoras ni otros utensilios. En nuestra comunidad, contamos con algún mini-equipo de energía solar que nos ayuda con un pequeño frigo, cargar el teléfono y algún otro servicio
En el poblado tampoco hay tiendas, ninguna, y el supermercado más cercano está a más de 4 horas en jeep. Sólo podemos comprar pan fabricado localmente y no siempre. No hay buses, ni taxis, ni coches, sólo algunos moto-taxis que pasan de vez en cuando para llevar a la gente a una hora de aquí, a la pequeña concentración urbana de Lolodorf. Así que todas esas cosas no las hemos echado de menos porque nunca las hemos tenido.
A quienes de verdad echamos ya de menos es a los niños, pero se han ido por su bien y cuando vuelvan, los recibiremos con más amor, alegría e ilusión que antes.
Como decía Madre Alberta, la fundadora de mi Congregación: “una vida sin niños sería como un jardín sin flores, como un cielo sin estrellas; una vida sin ilusión, sin objeto, sin esperanza”.
Respecto al quedarse en casa, aunque la gente es muy sociable, también está muy acostumbrada a simplemente estar, vivir, pasar un rato juntos y felices sentados simplemente bajo un árbol o mirando un atardecer. El tiempo discurre de otro modo y hay una conexión profunda con la vida, aunque la modernidad esté cambiando en poco tiempo y a pasos agigantados ritmos ancestrales. Pero el tedio es algo bastante desconocido por estas latitudes. En mi pequeña comunidad, de 4 hermanas, vivimos con paz nuestro día a día. Somos una comunidad humana pequeña y frágil, pero que camina, y en nuestras vasijas de barro se esconde el tesoro de la llamada de Jesús. Y al terminar la jornada, tenemos la inmensa suerte de irnos a dormir en un lugar en el que se oyen los insectos y los aullidos de los animales, sin música, sin gente, sin tráfico, ¿verdad que es hermoso?
Son tiempos de escuchar qué nos está pidiendo Dios y qué quiere de nosotros que es lo que, en último término, de verdad importa. El Señor permite las cosas y nos guarda en Su amor en medio de todo esto.
Quizás todo esto sea una interpelación a vivir de una forma más sencilla y más en sintonía con el medio en que vivimos, más solidarios con quienes viven condiciones aún peores.
También, quizás podremos hacer menos cosas, pero estar más presentes, como Jesús en sus 30 años en Nazaret. El Señor seguirá susurrándonos cosas preciosas al corazón así es que ahora es muy importante estar en onda. O a lo mejor seguiremos soñando cosas juntos, de esas que se hacen realidad, y algunos tendrán menos, pero serán felices porque habrán descubierto aún más la alegría de compartir.
En mi día a día, continúo levantándome a las cinco de la mañana y, tras la ducha –de agua fría, aquí no hay nunca caliente– la oración con el Evangelio del día, el rezo de Laudes y la Eucaristía. Después, un desayuno sencillo y continúa la jornada. Ahora que no están los niños del cole ni las niñas del Hogar, voy a cultivar cada día una hora al campo que tenemos, de mandioca y makabo; antes iba solo los sábados, con las niñas. Luego hago las tareas domésticas. Después, tengo mi trabajo diario, porque me encargo de llevar los proyectos de cooperación al desarrollo y voluntariado de nuestra Congregación en África. También estudio ngumba, una de las lenguas locales de aquí (bagyeli, ngumba y fang). Por las tardes doy formación a las dos hermanas congoleñas que viven en mi Comunidad: Español, Contabilidad, Programas informáticos para la gestión de centros escolares y recogemos el día con la Adoración de la Eucaristía, el rezo de Vísperas y la cena compartida.
Siempre dedico un rato fuerte de mi jornada a leer y escuchar la Palabra de Dios y, siempre que puedo, escribo un comentario desde la Peshitta (versión aramea del Nuevo Testamento). Ahora me queda algún ratito más libre porque los niños no están y yo siempre cuidaba el estudio por la noche. Ese ratito lo dedico a rezar por todos vosotros, para que esta prueba nos haga más fuertes, nos haga mejores personas, nos ayude a querernos más y nos convierta en personas más libres, pobres y felices. También, gracias a la wifi, en algunos momentos del día, me conecto con mis padres, con mi familia, con mis hermanas, con algunos amigos.
Y luego cierro la jornada con el rezo de Completas, que nos recuerda el horizonte infinito del soplo de vida que nos conducirá a Su Presencia plena.
Os envío un abrazo grande, virtual y real a un tiempo. Desde aquí, os queremos y os acompañamos.
Victoria